Lola se concentro en el perfil oscuro del rostro que tenia delante, en la tranquilidad de la voz de Max y el olor del agua de mar en su piel. Noto que
– ?Te sientes mejor?
Lola aspiro profundamente y llevo una mano al pecho de Max.
– ?Que senal? -consiguio preguntar, luchando por mostrar una tranquilidad que no sentia.
– Levantare la mano y, cuando quiera que gires la llave y empujes acelerador, cerrare el puno.
– Vale, Max.
– Esta es mi chica. Recuerda, hagas la que hagas, manten la cabeza agachada.
Max le dio un beso rapido y gateo hasta la parte trasera de la lancha.
Mantener la cabeza agachada. Girar la llave. Empujar el acelerador. Podia hacerlo. Lola se tumbo sobre el estomago y se arrastro por entre dos barriles de plastico y una especie de cajon. Se deslizo al lado de un asiento alargado, hasta el timon. Con el tacto, localizo el timon, la llave y el acelerador.
Levanto la cabeza un poco para mirar por encima del asiento y al enarcar las cejas sintio la frente cubierta por el barro. La negra silueta de Max, dibujada al fondo acababa de apoyar el canon del fusil contra uno de los motores. Mas alla, la hoguera de la playa despedia una luz de color naranja. Los tres hombres estaban de pie alrededor del fuego, y las metralletas estaban en la lancha hinchable a una distancia de unos treinta metros de ellos. El sonido de sus voces y risas ebrias le erizaban el vello de la nuca. Lola sentia el aire nocturno como un manto pesado y humedo sobre su piel. Uno de los tres hombres se separo de los otros y se dirigio hacia el cuarto, que estaba inconsciente encima de la silla. Le propino una patada en el pie y luego tiro de la cuerda, sacando su extremo de debajo de la silla. El hombre miro a sus pies y, despacio, se agacho para recogerla. Se quedo contemplandola como si no diese credito a la que veia. O, mejor dicho, lo que no veia.
Se giro hacia los hombres y su voz llego por encima del agua hasta Lola:
–
Lola le echo un rapido vistazo a Max, una fraccion de segundo, deseando que se diera prisa.
– Vamos, Max -murmuro Lola con el rostro pegado al respaldo del asiento.
Como si este la hubiera oido, levanto la mano, la miro y cerro el puno.
Lola se dio la vuelta y, sin que la mano le temblara, encontro la llave, la llave y empujar el acelerador. Eso fue exactamente la que hizo.
No paso nada. Lo intento otra vez y el motor emitio un ruido pero enseguida se paro.
– Mierda, mierda, mierda -mascullo Lola.
Oyo que las voces de la playa aumentaban de volumen, y probo de nuevo.
Nada. Lanzo una ojeada por encima del hombro y vio que los homrbes corrian hacia la balsa. Entre el caos, Lola oyo la voz de Max.
– Es el momento de irnos, carino.
Lola giro la llave, pero el motor petardeo y se paro. Lo volvio a intentar y esta vez el motor se encendio con un ruido ronco. Lola apreto el acelerador al maximo. La lancha salio disparada hacia delante y el sombrero de Lola salio despedido. Sujeto el timon y lo mantuvo firme. La lancha chocaba contra las olas y la noche se lleno con el tableteo de las metralletas. Lola agacho la cabeza y espero que Max hubiese hecho lo mismo. No podia ver hacia donde se dirigian, pero supuso que no importaba mucho siempre y cuando se apartasen de la playa. La noche era tan oscura que no habrian podido ver nada de todas maneras.
Entonces, de repente, una explosion, como un trueno, encendio el cielo. Lola miro hacia atras y vio que el
Max habia pasado buena parte de su vida profesional en el frio y la humedad. Aunque no era su forma preferida de pasar la noche, ya estaba acostumbrado a ello. Pero Lola no. Max encontro una manta en el fondo de la lancha y se la dio.
– Quitate la ropa mojada -le aconsejo mientras tomaba el control del timon.
La luz que brillaba en la isla se alejaba. Max se desato la linterna y el mapa que llevaba atados al cinturon. La lancha estaba equipada con todo tipo de artefactos y era todo la que un traficante podia necesitar para localizar los alijos de droga flotantes en el Atlantico. Max se sento junto a Lola y le enfoco el rostro con la linterna. A Lola le temblaban los dedos y tenia dificultades en desabrocharse los botones. Se le habian amoratado labios y apretaba con fuerza al perro contra su pecho.
Con una mano en el timon, Max la ayudo a quitarse el vestido. Lo arrojo al fondo de la lancha. Luego, se las apano para desprenderle la cinta del hocico a
– Quedate ahi un poco mas -le dijo Max, fijandose en el GPS
Encendio las luces de la lancha y desplego el mapa. Sobre los mandos encontro un lapiz y una libreta, y utilizo el lapiz para marcar las coordenadas. Queria asegurarse de que la guardia costera encontrase la isla y a los cuatro traficantes de droga.
Max no creia que la explosion del
A algunas personas les habria parecido excesivo hacer explotar ese yate, pero a Max no. A pesar de que no creia que esos hombres fueran capaces de reparar el
Max encendio la radio, y no le sorprendio no oir nada. De todos modos, el hecho de que no detectara a ningun barco por la zona no significaba que no hubiera ninguno. Sintonizo a la guardia costera y alcanzo el microfono.
– ?Cual es tu segundo nombre? -le pregunto a Lola. No queria anunciar a la guardia costera ni a nadie que Lola y el se encontraban en una lancha rapida robada.
– Faith -le contesto Lola, temblando.
– Grupo de guardacostas de los cayos de Florida, grupo de guardacostas de los cayos de Florida, aqui el barco
Espero medio minuto antes de repetirlo. Nada. A la luz de la pantalla, leyo su posicion y determino que la tormenta los habia arrastrado unas noventa millas al sureste de los cayos. Sesenta millas al sur de su anterior posicion a bordo del
– ?Donde estamos? -pregunto Lola, con las mandibulas apretadas-. ?Estamos cerca de Florida?
– A unos ciento treinta kilometros -respondio el, demasiado cansado para convertir con precision millas nauticas a kilometros. Cuando llegara a casa, dormiria por lo menos tres dias seguidos.
– ?Quieres compartir mi manta?
– No, ya no falta mucho.
Los tres motores de la lancha les permitian viajar a una velocidad superior a cincuenta nudos, pero no tenian ninguna proteccion contra el viento asi que Max mantuvo la velocidad a veintiseis nudos. El cielo estaba totalmente despejado y plagado de estrellas.
– Ma… Max.
– Que.
La miro. Habia sacado una mano de debajo de la manta y se estaba quitando el barro de la frente. Los mechones del pelo le caian sobre el rostro y en ellos brillaba el palido reflejo de la luna. La luz dorada del cuadro de mandos caia sobre sus labios y sobre su boca, como miel, mientras hablaba.
– De verdad pense que ibamos… que ibamos a morir -balbucio, un poco mas alto que el rugido de los motores.
