se encargara de la situacion. -El general se levanto. Tema cerrado. Fin de la entrevista-. Creo que tiene algo para mi, ?no?

Max se puso de pie y se llevo la mano a la espalda, de donde saco el mapa y el libro de contabilidad que habia encontrado en la lancha, y dejo el mapa encima de la mesa.

– Encontraran a cuatro de los traficantes de Andre Cosella en estas coordenadas.

– ?Muertos?

– No lo creo.

Luego, Max dejo sobre la mesa el libro. Le habia echado un buen vistazo en la lancha. No le habia costado mucho darse cuenta de que tenia en las manos y que significaba. El libro recogia fechas, horas, posicion de alijos de droga, descripciones y cantidades y los nombres de los barcos. Estaba escrito en espanol, y Max habia decidido apaciguar al general con esa informacion en lugar de entregar el libro a los guardacostas.

Las relaciones publicas de los militares no marchaban bien ultimamente, y el estaba ofreciendoles una magnifica oportunidad de mejorar su imagen ante los ciudadanos. Si no la jodian, cosa que siempre podia ocurrir al tratar con los chupatintas.

– Creo que esto le parecera interesante, senor.

El general Winter ojeo el libro encuadernado en piel y luego levanto la vista.

– Esta es la razon por la que le aguanto, Max -dijo mientras pulsaba un boton del interfono-. Tiene usted mas vidas que un gato, y mas suerte que un irlandes. Ahora, vayase y hagase una revision.

Max rechazo la orden del general sobre la atencion medica y se dejo escoltar fuera de la habitacion por el personal de seguridad. Bajo en ascensor hasta el aparcamiento donde un Cadillac negro lo esperaba. Una vez en el asiento trasero del coche, reposo la cabeza en el y se relajo por primera vez desde aquel almuerzo con Lola en el Dora Mae. Pero no se relajo del todo por miedo a quedarse dormido. Las luces de la ciudad pasaban veloces al otro lado de la ventanilla y el rumor de los neumaticos humedos sobre el pavimento llenaba el interior del coche. Esa vista y esos ruidos le eran familiares y le recordaron que ya estaba en casa. Casi.

Despues de un breve recorrido de quince minutos, el Cadillac se detuvo delante de la casa de doscientos anos de antiguedad que Max tenia en Alexandria. Ahora estaba en casa. Por fin. Max salio del coche y dio unos golpecitos en el techo del automovil. El Cadillac se alejo salpicando el agua de los charcos a su paso. Las luces exteriores de la casa estaban encendidas, tal y como las habia programado, pero en el porche habia cuatro numeros consecutivos del Journal. Max no habia previsto ausentarse mas de un dia y, por tanto, no habia cancelado el servicio.

No tenia llave. No la necesitaba. Cuando compro la casa, tres anos atras, diseno e instalo su propio sistema de seguridad.

Un teclado numerico en el interior y en el exterior controlaba los detectores de movimiento, las luces exteriores y las cerraduras de las puertas. Max subio la escalera de la puerta principal, abrio el teclado numerico y marco su codigo. Recogio los periodicos empapados y atraveso la oscuridad de la casa hasta la cocina. Saco la basura de debajo del fregadero y tiro los periodicos.

La luz palida de la luna y del porche trasero se colaba por la ventana que habia encima del fregadero e iluminaba las encimeras de color rojo estilo anos cuarenta, el papel de pared de un rosa calido y la cafetera cromada. Excepto por la instalacion del sistema de seguridad y ventilacion de los dos banos, no habia realizado las reformas que habia planeado.

Sin encender las luces, Max subio las escaleras hasta la habitacion del primer piso. El suelo de madera crujia bajo su peso. Max se sento en un extremo de la cama para quitarse las botas. Habia estado despierto durante cuarenta y ocho horas y ahora, inesperadamente, le vinieron a la memoria imagenes de Lola. De cuando ella se banaba en la plataforma de bano del Dora Mae. De cuando el la beso en la cubierta de popa. De cuando la estrecho en sus brazos mientras la tormenta amenazaba con tragarse el yate, de cuando acaricio y beso sus pechos desnudos, de cuando le hizo el amor mientras el sol se ponia en una isla desconocida de algun lugar del Atlantico. Calidos recuerdos e imagenes desfilaron por su mente, y el estaba demasiado cansado para resistirse.

Se quito la ropa y se quedo de pie totalmente desnudo. La luz exterior que se colaba por la persiana proyectaba sombras rayadas en el suelo e iluminaba una parte de la comoda. Max paso por encima de un monton de ropa y alcanzo un maltrecho medallon de san Cristobal que colgaba del espejo. Levanto los brazos y se paso el medallon por la cabeza. Habia pertenecido a su padre, y el contacto frio del metal en el pecho era una sensacion familiar.

Las sabanas limpias le acariciaron la piel, y Max se pregunto si Lola estaria durmiendo placidamente alli donde se encontrase. La ultima vez que la vio estaba palida y parecia agotada, asi que Max se imaginaba que la habrian mantenido en el hospital bajo observacion.

Penso en llamar a Cayo Hueso para informarse de su estado. Luego cambio de idea. Seria mejor cortar por lo sano. Permanecer fuera de su vida. No porque el general Winter se lo hubiera dicho, sino porque a pesar de que la responsabilidad hacia Lola y su perro le habia pesado mucho, habia llegado a necesitarla. Habia algo especial en la calidez de sus ojos, en la manera en que lo miraba, en la forma en que habia compartido con el su vida y su cuerpo. Era algo que le ensanchaba el pecho, que habia penetrado en un rincon muy profundo de su alma que no conocia. Era algo que lo inducia a un estado temerario y lo incitaba a obrar en contra del sentido comun y a hacerle el amor a pesar del peligro en que se encontraban. Era algo que anulaba la razon y la prudencia, y que le provocaba un anhelo de que todo eso volviera a suceder de nuevo.

Max la habia salvado de morir ahogada, y tambien de los traficantes de drogas. Pero el no habia sido tan afortunado. No habia sido capaz de salvarse a si mismo de ella.

Definitivamente, era mejor para ambos que el se mantuviera apartado de su camino.

Ella no tenia cabida en la vida de el, y, por supuesto, el no encajaba en estilo de vida de ella.

Una de las consecuencias positivas de su desaparicion fue el revuelo que suscito en la prensa. El mismo dia en que se difundio la noticia de su desaparicion, las lineas de bustiers delicadamente bordados y de camisones de seda con calados de rosas y tangas a juego se agotaron y ahora habia pedidos en espera. Durante esos cuatro dias, las ventas por catalogo habian sobrepasado todas las expectativas en un sesenta y tres por ciento.

El negocio florecia. La vida era agradable e incluso el Enquirer se habia tomado un descanso y ya no la llamaba «peso pesado». Ahora los titulares decian: «La tetuda Lola aparece por fin.» Preferia «tetuda» a «peso pesado» o «gran Lola».

El Enquirer habia inventado una historia acerca de una fuga pasional con un extrano hombre que Lola habria conocido en el casino del Crystal Palace. Otro periodico especulaba acerca de la posibilidad de que Lola se hubiera escondido a causa de una desgraciada operacion de cirugia plastica. Pero la tesis favorita de Lola era la de un periodico que contaba que habia sido abducida por los extraterrestres y que ahora vivia en un pueblecito del noroeste.

Todas esas especulaciones le habian dado mas fama de la que ella habria podido comprar nunca, y tuvo que aumentar la produccion del Cleavage Clicker para satisfacer la demanda.

Las oficinas de Lola Wear Inc. se distribuian por un espacio de mil metros cuadrados en uno de los cinco almacenes de tabaco restaurados que habia en el centro de Durham. Esa zona en plena decadencia se habia transformado en una eclectica mezcla de negocios, oficinas y apartamentos. Lola habia tomado en arrendamiento el espacio no solo porque se ajustaba a sus necesidades, sino porque formaba parte de su historia. Ella tenia un vinculo con ese lugar. Muchos de sus parientes habian trabajado en ese mismo almacen, fabricando mecanicamente Chesterfields hasta que se produjeron los despidos de finales de los anos setenta. A veces, especialmente los dias en que habia humedad, casi se podia oler el dulce aroma de las hojas de tabaco.

Ansiosa por volver a su vida normal, Lola regreso a su casa y a su trabajo el primer viernes despues de que la rescatasen del Atlantico. Pero hacia las dos del mediodia, ya no se sentia tan segura de que hubiese hecho bien al volver tan pronto. Habia necesitado toda la manana y parte del mediodia para ponerse al corriente de lo sucedido desde el sabado anterior. Ahora, estaba tan cansada que lo unico que le apetecia era tumbarse a hechar la siesta.

En lugar de eso, cerro la puerta de la oficina para hacer saber a todo el mundo que queria disponer de un poco de tiempo para si. Todo el mundo asomaba la cabeza por esa puerta cada cinco minutos con cualquier excusa tonta o cualquier pregunta. Lola sabia que solo querian asegurarse de que de verdad estaba viva y de que

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