Quiza no, pero a el le parecia muy bien. Tan bien que le costo formular la siguiente pregunta:

– ?Donde vive Sam?

– Vivia en Manhattan, pero cuando perdio el dinero tuvo que mudarse. Segun las ultimas noticias que tuve, vive en Baltimore y trabaja para si mismo. Ahora se gana la vida con el comercio y con la pagina lolaenbolas.com. -Lola termino el pollo y aparto el plato. La luz de la vela le acariciaba la cara y bailaba sobre la camiseta-. Entonces, ?cual es el plan?

– Todavia no la se -respondio Max.

Las rosas y las magnolias perfumaban el aire de la noche y Max se pregunto de nuevo que estaba haciendo alli, sentado en el patio trasero de Lola escuchando su voz mientras el perro saltaba persiguiendo luciernagas. Normalmente, los viernes y los sabados por la noche Max jugaba a los dardos con los colegas en bares oscuros donde tomaban cerveza fria y tocaban temas calientes. Eran lugares donde se tiraban las cascaras de cacahuete al suelo y donde las peleas a punetazos eran algo frecuente.

– Debo averiguar algunas cosas. Saber exactamente donde vive y si trabaja fuera de casa. Conocer su agenda. Adonde va y que hace.

– Es un fanatico del beisbol. Si todavia esta en Baltimore, seguro que tiene entradas de temporada para ver jugar a los Orioles.

– Lo comprobare.

– ?Vamos a espiarlo?

– ?Nosotros?

– Si, yo formo parte del plan.

– No, tu no.

Lola se inclino hacia delante y le cogio la mano.

– Max, quiero ayudarte a darle su merecido.

Max aparto su mano de la de Lola y cerro el puno para que no se escapase la calidez de su tacto. ?Que tenia Lola que le hacia decir que si incluso cuando queria decir que no? Era algo mas que su cara bonita o su cuerpo, aunque a veces costaba ver mas alla del envoltorio para conocer lo que habia en el interior. Pero el lo habia visto muchas veces.

La ultima noche que habian pasado juntos, Max lo habia visto. Lola era una guerrera. Era una guerrera de pechos grandes, culo hermoso y labios suaves que pedian un beso; pero en su interior era una guerrera. No se le daba muy bien, pero en lo esencial era una luchadora igual que Max.

– Tienes que hacer exactamente la que yo te diga, Lola. No debes permitir que tus emociones se inmiscuyan. Si lo haces, nos pillaran inmediatamente.

– No lo hare.

En la oscuridad, a la luz de la vela, Lola sonrio.

– Lo unico que quiero que digas es «si, Max».

Lola fruncio el ceno pero asintio.

– Vale. ?Cuando empezamos?

– Cuando regrese de Charlotte.

– ?A que hora tienes que irte esta noche?

– No tengo que encontrarme con la gente de Duke hasta el lunes por la manana. Alquilare una habitacion por aqui y saldre manana por la manana.

– Es un viaje de solo dos horas y media. ?Que vas a hacer hasta el lunes por la manana?

– Investigar la zona -mintio.

Cuando habia cargado la maleta en el coche, Max no tenia ningun plan, solo la vaga intencion de ver a Lola y quiza pasar un rato con ella, asegurarse de que estaba bien. Y si, abrigaba la esperanza de terminar desnudo y encima de su escote.

– Puedes quedarte aqui. Tengo una habitacion para invitados.

Vale, quiza no tenia la menor posibilidad de acabar revolcado y desnudo en su cama, pero ese no habia sido el unico motivo de su viaje. Max podia tener las manos, y el resto de su cuerpo, quietos. Podia portarse bien, pero no pegaria ojo en toda la noche.

– Suena bien.

– Estupendo. Hace anos que no se queda a dormir un amigo en casa. Sera divertido.

Max agarro la cerveza.

– Depende de lo que entiendas por divertido -gruno.

– ?Que?

– Nada.

Lola se puso de pie y recogio los platos. Paso por detras de la silla de Max y cuando este se disponia a levantarse, le poso una mano en el hombro, impidiendoselo.

– Deja, ya lo hago -le dijo, inclinandose por encima de el.

El vientre de Lola rozo la espalda de Max, y si este hubiera vuelto la cabeza, habria enterrado la nariz en el pecho de ella.

– Hagamos algo divertido esta noche.

Vale. A Max se le ocurrian unas cuantas cosas divertidas. La primera de ellas consistia en comerse la camiseta de Lola.

– ?Como que?

– Como hacer palomitas y ver Orgullo y prejuicio. La tengo en video. Dura seis horas, pero pasaremos directamente a las partes interesantes. -Lola le dio unas palmaditas en el hombro-. Manana es la reunion de mi familia. No tenia intencion de ir, pero ahora que estas aqui, podemos ir juntos. -Le dio un apreton en el hombro-. Te va a encantar.

Max cerro los ojos. Jesus, Lola la estaba torturando a proposito. Estaba vengandose de el por haberla atado y amordazado y por haberla amenazado con lanzar su perro por la borda del Dora Mae.

CAPITULO 13

La reunion familiar de los Carlyle siempre se celebraba el primer sabado de septiembre, en conmemoracion de aquel primer sabado en que los yanquis atravesaron Carolina del Norte a caballo e incendiaron el hogar de los Carlyle. Lo de menos era que ese «hogar» no fuese mas que una chabola, que los Carlyle durmiesen con sus gallinas y que la guerra hubiera terminado en 1865. Los hombres Carlyle habian luchado y perecido en la guerra contra el Norte, y esa memoria genetica continuaba viva en las almas de la generacion actual.

Este ano la reunion se celebraria en casa de los padres de Lola, para afliccion de su madre. Habia algunas ovejas negras en la familia Carlyle, y a la madre de Lola no le entusiasmaba la idea de que su jardin se llenase de bebedores de cerveza y camorristas. En realidad, se sentia un tanto atemorizada ante esa clase de hombres, aficionados a la caza y a escuchar a Lynyrd Skynyrd en radiocasetes baratos mientras abarrotaban su camioneta de botellas de cerveza vacias.

Ademas, nunca entenderia a esas mujeres que ponian a esos tipos en un pedestal y les servian patatas fritas para que disfrutasen del partido de futbol mientras ellas hacian callar a los ninos. Mujeres cuyo peinado resistia una carrera en camioneta con la ventanilla abierta. Aunque, si su madre hubiese sido sincera consigo misma, habria tenido que admitir que su propio peinado podria resistir un tornado de Oklahoma.

El jardin de los Carlyle, de dos mil metros cuadrados, estaba sombreado por viejos arces y enormes robles. Largas mesas soportaban el peso innumerables bandejas de pollo frito y pan de maiz, jamon, salsas, estofados y encurtidos caseros. Una de las mesas estaba repleta de ensaladas y cazuelas. Habia otras tres dedicadas a pasteles y dulces.

Como en todas las familias, algunos parientes seguian fieles a sus origenes pueblerinos, mientras que otros tenian empleos en grandes empresas y vivian en barrios exclusivos de Chapel Hill. Las camionetas y camiones oxidados con banderitas de la Confederacion se encontraban aparcados al lado de flamantes Cadillac y brillantes cuatro por cuatro.

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