Un rato despues, Elspeth salio del vestidor ataviada con un moderno traje de montar, estampado de varios colores, uno de esos que hacian furor entonces, con toda la gama del verde al negro. No iba tocada con sombrero. En su lugar se habia recogido el cabello en un mono que, gracias a los revoltosos rizos que le enmarcaban la cara, tenia un aire menos serio. El rubor le encendia la cara.

– Supongo que lo ha oido -le dijo esbozando una pequena mueca de disgusto-. Lo siento.

– No he oido nada -le dijo, cometiendo perjurio sin el menor reparo, mientras ella le pasaba una pequena cartera dandole a entender que planeaba pasar junto a el algo mas de diez minutos.

– Me he puesto algo a toda prisa. Puede que tenga que cambiarme -le explico ella con voz seca, la furia aun era evidente en su tono-. Ire yo primera por si nos encontramos a un criado en la escalera.

Quizas el contratiempo con la criada habia servido de ayuda, penso el, le habia insuflado un aire mas decidido. Al entrar en el vestidor, no parecia tan segura.

– La seguire, si senora -murmuro el, senalando hacia la puerta. Los criados no le importaban lo mas minimo, pero no serviria de nada expresar esa opinion. No se tropezaron con nadie en la escalera de servicio. Sin duda los criados aprovechaban la ausencia del amo para tomarse el dia de fiesta.

– Por aqui -le dijo Julius, en el momento que salieron de la casa, y, guiandola a traves del huerto, cruzaron un pequeno jardin hasta alcanzar el carruaje que aguardaba en el sendero.

Despues de ayudarla a acomodarse en el interior, Julius le hizo una senal con la cabeza al cochero, entro de un salto, lanzo la cartera en el asiento de al lado y cerro la puerta.

– Nunca he hecho algo parecido -le confeso Elspeth.

Despues de ajustar bien el pestillo, Julius se dio la vuelta y sonrio.

– Ni yo tampoco -curioso pero cierto; no tenia experiencia en materia de mujeres virgenes-. Ambos estamos en territorio desconocido. Pero usted es la que manda. Usted marca el ritmo.

Ella se rio.

– Que facil lo hace todo.

– ?Y por que no? Deseo complacerla.

– Ya lo hace.

– Bien. -Julius estiro las piernas y las puso sobre el asiento de al lado, adoptando una postura poco elegante-. Digame, pues, que le gustaria hacer.

– Disfrutar de mi libertad.

El le lanzo una mirada por debajo de las pestanas.

– ?Y eso que significa…?

Ella le regalo una amplia sonrisa.

– Para serle franca, no lo se. Soy una completa principiante.

– ?Le gustaria echar un vistazo a mis caballerizas? -le ofrecio cortesmente. No queria darle la impresion de ser un depredador, ademas ella habia reconocido que, de hecho, era una principiante-. Son excelentes.

– Quiza mas tarde.

– Muy bien -le dijo con dulzura, a duras penas refrenando sus impulsos obscenos-. Mas tarde.

– Cuenteme algo de usted -le comento Elspeth-. Le conozco tan poco…

Todas las mujeres le hacian esa pregunta, pero si bien en el pasado habria dado una respuesta coqueta, en ese momento contesto con un minimo de hechos importantes acerca de su vida. El mismo se sorprendio ante el raudal de informacion que le estaba revelando, aunque tal vez su inocencia requeria esa letania balsamica de las personas, los lugares y las cosas para personalizar su relacion.

– Ahora es su turno, hableme de usted -le pregunto nada mas acabar. Quiza de verdad queria saberlo, pero lo mas probable es que quisiera pasar el rato hasta llegar a Newmarket, a su mansion. Estaba claro que no era del tipo de mujer a la que se pudiera seducir en un carruaje.

Estaria mas comoda en una cama su primera vez, se imagino el.

– ?Y su hermano? -le pregunto con educacion- ?Ha recibido noticias suyas ultimamente?

* * *

Capitulo 8

La mansion de Darley estaba situada en una zona de jardines muy cuidados, en el extremo sur de la ciudad, una casa de estilo original jacobeo. La construccion habia sido ampliada en varias ocasiones: la primera, durante la Restauracion; la segunda, durante el reinado de Ana Estuardo; y la tercera, en epoca reciente. En la ultima reforma se habian construido espacios luminosos y amplios, y nuevas comodidades como banos, una pista de tenis interior y los mejores establos de Inglaterra.

A Elspeth no se le escapaba nada de la ingente estructura mientras el carruaje subia a toda carrera un camino serpenteante. El viejo ladrillo rojo se habia suavizado con los anos, las ventanas centelleaban por la luz del sol, las paredes, revestidas de hiedra, le daban un aspecto agreste.

Cuando el carruaje se detuvo en la parte trasera de la casa, Darley abrio la puerta.

– Pense que asi seria menos llamativo. La entrada delantera se ve desde la calle.

– Gracias. Le agradezco su consideracion -Elspeth se ruborizo-. En especial, cuando no estoy segura de lo que hacer o decir.

Julius estaba cogiendo la cartera, luego se volvio para dedicarle una sonrisa.

– Diga lo que le apetezca. Despues decidira lo que desea hacer -anadio el, como si le diera a elegir entre tarta de manzana o syllabub [3], como si el sexo no estuviera en el orden del dia, y ella solo estuviera de visita-. Por ejemplo, los establos estan muy cerca, si le apetece verlos…

– Creo que… no… -la voz se le fue, tambien era neofita en eso de dar replicas finas y corteses en unas circunstancias tan insolitas como aquellas.

– No estaba seguro cuando la vi con el traje de montar.

– Le dije a Sophie que ibamos a montar a caballo porque no tenia una excusa mejor. -Ella trago aire, temblorosa, y junto las manos mas fuerte.

– Muy bien -respondio el, advirtiendo su nerviosismo-. ?Por que no le enseno las rosas de camino al interior de la casa? -su voz era suave, su ofrecimiento, deliberadamente mundano.

El la iba a conducir al interior como si ella no imaginara lo que iba a suceder, pero sus palabras expresaban un inminente punto sin retorno.

– Todo esto es nuevo para mi -susurro ella, sin cruzar la mirada con el.

La situacion tambien era insolita para el; nunca antes habia tenido que persuadir a una mujer con ruegos.

– La llevare a su casa cuando lo desee -le aseguro amablemente-. Ahora, si quiere. No quisiera que hiciera algo que no le apeteciera.

Lo habia dicho en el sentido mas amplio, sin ningun tipo de connotacion sexual. Quizas Amanda tenia razon. Quiza la virginidad de Lady Grafton seria desastrosa en la cama.

Las palabras hacer algo que no le apeteciera golpearon a Elspeth con un apremio visceral, porque ella sabia exactamente lo que le apetecia hacer con Darley… o, al menos, lo que su inexperiencia le permitia imaginar que le apeteceria.

– Depende de ti -le dijo.

Julius se recosto contra los cojines de piel del coche. Parecia un muchacho, con aquella camisa blanca de cuello abierto y los bombachos color canela, la cartera en el regazo, sus dedos, largos y finos, descansando sobre el cuero suave, como si dispusiera de todo el tiempo del mundo, como si el hecho de que ella se marchara o se

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