quedara no alterara su mundo. Una necesidad repentina e imperiosa de saber que estaba pensando o bien un simple pinchazo por la indiferencia que mostraba, la empujo a preguntar:
– ?Quiere que me quede? -Puede que fuera la hija de un vicario e ingenua en cuestion de amor, pero no era debil ni inutil.
– Muchisimo -Julius se enderezo y le clavo su mirada oscura-. Perdoneme si no lo deje perfectamente claro.
– Parecia indiferente.
– No queria asustarla. -Le dijo con una sonrisa-. Puede comprobar que esto no resulta facil para mi.
– Para mi menos.
– Los dos andamos con tiento.
Ella sonrio.
– Supongo que si.
– Si viene conmigo ahora, le prometo… -y una sonrisa le ilumino el rostro- que haremos lo que usted quiera. Con sus condiciones.
Ella dejo escapar un pensamiento.
– Seria una tonta si rechazara, ?verdad?
– Tengo el presentimiento de que podria hacerla feliz.
El con una simple sonrisa como aquella podia hacerla feliz.
– Entonces, deberia asumir el riesgo.
– No hay riesgo. Usted dicta las reglas.
– Ahora entiendo por que tiene un atractivo tan arrollador -le contesto, con un ligero deje de burla en la voz-. ?Que mujer rechazaria semejante generosidad?
El se dio cuenta de que ella habia capitulado, incluso aunque ella no lo supiera, y, tras saltar del carruaje, le ofrecio la mano.
– Deje que le ensene las rosas.
Con aquello podia estar conforme.
Julius penso lo mismo y, en cuanto su mano rozo la de ella, le dijo:
– Creo que necesita un poco de te.
Pasito a pasito, sin prisas, penso Julius.
– Gracias. Me encantaria -murmuro ella, bajando del carruaje.
Era muy amable por su parte darle tiempo.
La condujo a traves de un pequeno jardin amurallado que resplandecia con las rosas. La fragancia dulce y los colores vivos hacian de el un autentico paraiso para los sentidos.
El levanto la mano haciendo un gesto histrionico.
– No distingo una rosa de otra. Si quiere, podemos llamar a uno de los jardineros.
– No, gracias, es decir… prefiero que no.
– Prefiere que no nos vea nadie. Comprendo. De hecho, lo he preparado todo para que el personal no este visible. Entraremos por la cancha de tenis -le indico mientras abria una puerta de cristal que daba a un amplio espacio de estilo invernadero donde cabria un regimiento. Las gradas de la pista y las ventanas del techo permitian jugar con cualquier climatologia.
– Debe de ser muy bueno -murmuro ella, sobrecogida por la extravagancia.
– Me defiendo. ?Juega?
Ella nego con la cabeza. La vicaria era seguramente mas pequena que aquella cancha de tenis, sin mencionar que en Yorkshire no habia pistas cubiertas, al menos que ella supiera.
– Le puedo ensenar, si quiere -le comento con una sonrisa.
– Lo pensare -murmuro ella. Aunque no estaba completamente segura de por que habia ido alli, ni siquiera si se quedaria. El tenis no figuraba en sus planes.
Despues de cruzar la pista de tierra batida, Julius abrio una puerta de dos hojas que conducian a un vestibulo iluminado desde arriba por una cupula abovedada, los suelos revestidos con alfombras lujosas de Aubussons y las paredes forradas con retratos de sus caballos. A la derecha habia varias salas de visita, a la izquierda sus aposentos, le explico, mientras la guiaba a una sala que el llamaba biblioteca. Una infinidad de sillas de montar, bridas y fustas estaban desparramadas por sillas y mesas, aqui y alla habia esparcidos calendarios de carreras y libros de registros de pedigri, algunos abiertos, otros con puntos de papel de periodico. Un par de botas de montar gastadas reposaban sobre la alfombra, una chaqueta de cuero cubria el respaldo de una silla… Su pasion por las carreras era facilmente visible.
– Perdone el desbarajuste. Paso buena parte del tiempo aqui metido.
– Me recuerda al estudio de mi padre, aunque no en el tamano.
Cuantas horas habia pasado en aquella acogedora habitacion, penso ella. Cuantas tardes su familia habia leido con atencion los calendarios de las carreras y las ventas de caballos, decidiendo que nuevo purasangre podian permitirse y a que carreras asistir.
Elspeth, embargada por una penetrante sensacion de perdida, se vio obligada a apartar la mirada y fijarla en el exterior, en las rosas blancas que descendian por la pergola.
– Tiene unos jardineros magnificos -susurro Elspeth, dirigiendose hacia las puertas de la terraza con el pretexto de contemplar las preciosas vistas, aunque el motivo era ocultar sus humedecidos ojos-. ?Que rosas tan espectaculares!
– La pergola lleva hasta los establos -apunto Julius, siguiendola-. Es muy comodo.
Como todo en su vida, penso Elspeth, poniendo el maximo empeno en no tener resentimiento contra la vida libre de cargas del marques. Se seco las lagrimas, pero le parecio mas dificil de lo normal resignarse a su propio destino… ante aquel contraste de vidas tan abismal.
Su padre no habia elegido ser vicario. Siendo el hijo menor del hijo menor le quedaban pocas opciones, salvo el ejercito o la marina. Y ahora, a causa de un capricho del azar, se habia quedado sola para abrirse camino en la vida.
Tal vez deberia considerar las ventajas de mantener una relacion con un lord acaudalado como Darley, a fin de sanear sus finanzas. Corria la voz de que era un generoso benefactor. Pero le basto un instante para saber que ella no podria interpretar el papel de cortesana. Ni tampoco el papel que se le asignaria si se quedaba ahora alli. Bajo la agradable fantasia se encontraba la verdad, lisa y llana.
– Me temo que hemos cometido un error fatal -le dijo dandose la vuelta-. No tendria que haber venido aqui.
El miro su rostro con detenimiento.
– Esta llorando.
– No -le respondio, retrocediendo un paso, la proximidad de el la desconcertaba-. Debe de ser cosa del viento.
– ?Es algo que he hecho? -le pregunto Julius, sin hacer caso a aquella excusa poco convincente que le habia dado ella.
Ella nego con la cabeza.
– Simplemente no tendria que haber venido. Me disculpo por haberle ocasionado tantos problemas, pero… - empezo a caminar a su alrededor, y de repente estuvo a punto de echarse a llorar. Sin motivo alguno. O por mil motivos. Ninguno de ellos era asunto de el-. Por favor. -Ella rozo su mano cuando este intento detenerla, reprimiendo las lagrimas con un esfuerzo herculeo-. Tengo que irme -le susurro.
– Dejeme ayudarla de algun modo. -El la siguio cuando Elspeth se dirigia hacia la puerta.
– No tiene nada que ver con usted.
– ?Con Grafton?
Ella le lanzo una mirada afilada, la rabia le aplaco momentaneamente las ganas de llorar.
– Por supuesto que con Grafton y con todas las razones de que haya un Grafton en mi vida. Pero, insisto, no es problema suyo. Ni lo mas minimo.
Julius se adelanto a ella poco antes de que esta alcanzara la puerta y le cerro el paso.
– Antes le he ofrecido dinero. No se ofenda -los ojos de ella se habian enturbiado-. No estara obligada a nada. Se lo ofrezco como amigo.
– No lo somos.