El sonido de la puerta del dormitorio abriendose y cerrandose interrumpio aquellas ensonaciones placenteras.

«Una criada con el desayuno», penso Elspeth, y levanto las pestanas con pereza, dibujando una media sonrisa de bienvenida en los labios.

– ?Ha dormido bien?

Se incorporo de golpe con los ojos muy abiertos. Medio aturdida, pero tambien deseando creer en los milagros, miro fijamente al intruso.

Darley, haciendo gala de su increible belleza, se recosto contra la puerta. Si los suenos se hacian realidad, este era un autentico ejemplo de ello. No se sintio asustada ni fue presa del panico, como era previsible, sino que, por el contrario, reacciono como si estuviera recibiendo un regalo.

– He dormido… apenas nada -le dijo, pensando que tal vez deberia pellizcarse para ver si solo era un producto de su imaginacion-. ?Y usted?

– He estado despierto toda la noche.

– Como lo ha hecho, es decir… como ha podido…

– El esta a punto de irse. He subido por las escaleras traseras -dijo Julius, como si pudiera adivinarle el pensamiento.

Quizas eso era algo normal en los suenos, penso.

– No deberia estar aqui -le dijo, sin mostrar miedo, solo corroborando un hecho.

– No podia esperar -exhibio una sonrisa-, como es logico.

– Deberia pedirle que se marchara. -Una concesion a las convenciones.

– No serviria de nada.

Era el turno de Elspeth para regalarle una sonrisa.

– En ese caso, no lo hare.

Julius senalo el vestidor con un gesto de cabeza, desde donde llegaba el sonido del agua.

– Podria tomar un bano en mi casa y nos marchamos ahora.

Ella se toco el camison.

– ?De esta guisa? -pregunto, en lugar de decir algo diferente… del tipo: «No, de ninguna manera».

– El carruaje con el que he venido esta cubierto, protegido de las miradas ajenas. Sophie podria prepararte algo de ropa para llevar.

– Ella no aprueba que lo vea a usted. -Ahi. Por fin. Un argumento contra sus deseos traicioneros-. Cree que me rompera el corazon.

– Se equivoca -le dijo con dulzura-. Es mas probable que usted rompa el mio.

Ella se sorprendio ante la respuesta.

Tambien el lo estaba; nunca antes habia identificado el corazon con el amor. En particular el suyo propio.

Se hizo un breve silencio.

Su camison de lino era revelador, a pesar de tener el cuello abotonado y las mangas largas. Sus pezones turgidos despuntaban bajo la ligera tela. Cualquier ambiguedad acerca de corazones y amorios era facilmente desechable con objetivos mas importantes a la vista.

– Hoy preferiria no perder el tiempo. La ultima carrera es a las cuatro. -Inclino la cabeza y sonrio-. Si no le importa.

– ?Y si me importa?

– Tendre que persuadirla para que cambie de idea.

– Que seguridad… -murmuro, sin estar segura de estar diciendo si o no, o hablando con evasivas.

El nego con la cabeza.

– No es seguridad, mi senora, solo mi mas ferviente deseo.

El sonido de las ruedas sobre la gravilla y el chasquido del latigo se colaron por la ventana abierta y el marques se aparto a un lado de la puerta.

– Es su carroza, se va.

Elspeth se maravillo del enorme atractivo de Darley, podia hablar tan tranquilo de su marido y ella no sentia verguenza alguna. Tal vez sus maneras prosaicas mitigaban cualquier atisbo de culpa. Quizas habia esperado durante tanto tiempo la liberacion, que el se le antojaba como su salvador en lugar del hombre que le traeria la desgracia. Quizas el culto a la sensibilidad tan de moda en los ultimos tiempos fuera autentica y las mujeres eran, sencillamente, victimas de emociones incontenibles. O tal vez su belleza a secas le exoneraba de cualquier culpa.

– ?Se quedara mi marido hasta la ultima carrera?-le pregunto, como si el tuviera respuesta a todas las preguntas, como si controlase el mundo a modo de una deidad mitica. O tal vez Ovidio estaba en lo cierto y de vez en cuando era conveniente creer en los dioses.

– Le garantizo que Amanda lo retendra hasta la ultima carrera -le dijo con una sonrisa.

– ?Esta usted seguro?

«Con la suculenta suma de dinero que le estoy pagando a Amanda, mas le vale», penso Julius.

– Uno de mis criados los acompana -apunto cortesmente-. Nos avisaran si se marchan antes de tiempo.

– Ha pensado en todo, ?verdad?

Una sonrisa le ilumino el rostro.

– He estado despierto toda la noche.

– Mi noche en vela no ha sido tan productiva. No paraba de agitarme, nerviosa, sin poder evitarlo.

– No hay motivo para inquietarse -le dijo en tono agradable-. Iremos a mi casa y veremos mis caballos. Montaremos, si le apetece. No haremos nada que no sea totalmente inofensivo. -Le hablaba como si fueran viejos amigos, montaran juntos a diario, como si en realidad no fueran unos perfectos desconocidos.

– ?Inofensivo? -suspiro ella.

– Totalmente -le dijo en voz baja, acercandose a ella-. Podemos tomar un te, si lo prefiere, dar un paseo por el jardin. Haremos lo que usted desee.

Julius se detuvo al pie de la cama, la fragancia de su perfume le llegaba a Elspeth flotando por el aire, su cabello oscuro resplandecia por el sol de la manana, su sonrisa le ofrecia todo lo que ella anhelaba.

– ?Tiene jardin? -le pregunto, en lugar de la docena de preguntas mas personales que deseaba hacerle.

– Mis jardineros tienen el jardin muy cuidado -la informo Julius esbozando una sonrisa-. Las rosas y las lilas son su especialidad. -Se callo que en todas sus posesiones tenia jardines a los que a duras penas les echaba un vistazo porque sonaria pretencioso y descortes, teniendo en cuenta que ella se habia visto forzada a casarse con un anciano vil por su falta de recursos.

– Permitame que le ensene las flores. ?Quiere que le ordene a la criada que le empaquete las cosas o prefiere decirselo usted misma? -anadio Julius. Podria aplacar sus dudas y, con algo de suerte, sus deseos, con mayor comodidad en su mansion.

– Se lo dire yo -replico Elspeth rapido, pero permanecio inmovil.

Julius le dirigio una sonrisa.

– ?Hoy?

El iba vestido informal, con unos bombachos y una camisa; habia escogido las botas mas sencillas, como si quisiera hacerse pasar por un criado. Sin embargo era todo un noble… mas aun… un verdadero principe entre los hombres y ella ya no podia resistirse a la tentacion.

– ?Podemos marcharnos de aqui sin que nadie nos vea? No puedo permitirme tener problemas.

– Nadie nos vera -le dijo con una seguridad que la reconforto.

Aparto las sabanas a un lado y se deslizo de la cama.

– Espere aqui.

Julius pudo escuchar sus voces exaltadas o, mas bien, el estridente tono de voz de la vieja criada y las respuestas, mas suaves, de Elspeth. A veces las palabras se amortiguaban, las frases mas conflictivas las oia claramente, asi que capto con nitidez lo esencial de la conversacion.

Para Sophie, por lo visto, el no era un hombre de fiar en cuestiones sentimentales.

Una suposicion justa, la verdad sea dicha.

Pero ?quien de sus contemporaneos masculinos lo era?

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