– Me has puesto tu anillo en el dedo.

– ?Y eso quiere decir que…?

– Que me deseas tanto como yo a ti.

– Andreas, tu y yo…

– Lo entiendo -dijo suavemente-. No, Holly, no te estoy pidiendo que te unas para siempre al sequito real. Cumplire con mi palabra y te dejare libre. Pero esta noche… esperaba que esta noche fuera solo para los dos. Por eso te he traido aqui.

– Y yo he venido -susurro ella-. Pero, Andreas, si me quedara embarazada…

– Esta vez me encargaria de todo -dijo con impetu-. Cuidaria de ti.

De repente se habia esfumado la alegria de la noche y la realidad habia echado su manto frio sobre ellos. Aquello no era un cuento de hadas. Era real.

?Se encargaria… como? ?Con un aborto?

– No hare nada que no quieras que haga -prometio el.

– Si, claro. Por eso me has traido hasta aqui…

– Nunca me he llevado a la cama a una mujer que no lo deseara -aseguro tajantemente, con un aire de… de principe.

– No es que no lo desee, Andreas -intento hacerle entender-. Dios, te he deseado durante anos.

– Es maravilloso.

Lo afirmo con una de esas sonrisas que ella tanto amaba.

– Pero todo tiene consecuencias -consiguio decir.

– Es cierto -se inclino y le rozo la mano en un gesto con el que seguramente pretendia tranquilizarla.

Y lo cierto era que lo consiguio.

Pero no lo suficiente.

– Seria una locura que nos acostaramos -comento Holly con tristeza-. Si este matrimonio solo va a durar unas semanas.

– Durara tanto como deseemos que dure -matizo el.

– Claro. Tu no necesitas una esposa y yo necesito volver a casa.

– ?De verdad tienes que volver?

– Si -respondio, pensando en la diminuta tumba de su hijo.

«Yo me encargaria de todo», aquellas palabras le habian hecho pensar en la muerte de Adam. En la fugaz visita de su madre, cuando le habia dicho: «No importa, querida. De todos modos, el no iba a casarse contigo. Es mejor que lo hayas perdido, ahora puedes seguir adelante con tu vida».

Pero no lo habia hecho; habia trabajado y habia intentado vivir plenamente, pero una parte de ella habia quedado enterrada aquella noche al enterrar a Adam.

– Esto no esta bien -murmuro con una profunda tristeza y Andreas volvio a agarrarle la mano.

– Claro que esta bien -dijo el-. Tranquila. Iremos tomando las cosas tal como vengan. No pongas esa cara, mi amor. No voy a obligarte a nada.

– Pero has traido seis preservativos.

– Solo por si acaso -respondio, sonriendo-. Solo por si decidias que, despues de todo, no soy tan malo. Soy tu marido, Holly.

– ?Quieres decir que tienes derecho?

No, no -se apresuro a decir-. Vamos a hacer una cosa: vivamos la noche segun vaya surgiendo.

De acuerdo. No iba a acostarse con el. Era lo mas sensato y conocia lo bastante a su… su marido… para saber que no intentaria nada en contra de sus deseos.

El unico problema entonces eran sus deseos, penso Holly. Entraria al pabellon, le daria las buenas noches a Andreas de manera civilizada…, quiza incluso le pidiera disculpas por si le habia dado una idea equivocada, y luego se iria a la cama. Sola. Y cerraria la puerta con llave.

Sophia estaria alli. Eso la tranquilizaba.

Pero enseguida surgio el primer obstaculo para sus planes. El pabellon estaba vacio. Ni Sophia ni Nikos salieron a recibirlos. Georgios los acompano desde el helicoptero hasta la entrada y luego desaparecio. Fue el propio Andreas el que abrio las enormes puertas y, cuando vio lo que habia dentro, Holly se quedo sin respiracion.

Velas. Velas por todas partes.

El gran patio central con su magnifica piscina estaba iluminado unicamente con la luz de las velas. Incluso habia algunas flotando en el agua, sus llamas se reflejaban en la superficie. Las luciernagas parecian haberse animado con el resplandor de las velas y revoloteaban por todo el lugar. La ultima vez que habia estado alli y las habia visto, Holly habia pensado que eran preciosas, pero desde luego no habia ni la mitad de las que habia en ese momento.

– Cuantas luciernagas hay -susurro, maravillada.

– Les he pagado para que vinieran.

?Que mas habria preparado?

En un rincon, banado con la luz de las velas, habia un monton de almohadones. Enormes y munidos.

En el centro de uno de esos almohadones habia un hueso del tamano adecuado para un cachorro.

– Te has propuesto seducir tambien a mi perro -dijo mientras Andreas llevaba a Deefer, medio dormido, hasta el almohadon.

– Creo que no me va a costar mucho -bromeo el al ver lo placidamente que se quedaba dormido el perro con el hueso entre las patas delanteras-. Y ahora, mi amor…

– Andreas…

– Solo cenar -dijo con gesto inocente-. Te lo prometo.

– ?Cuando has organizado todo esto?

– No lo he hecho -el tambien observaba la escena maravillado-. Habia pensado pasar la noche en el palacio, pero luego se me ocurrio que… era importante, asi que llame a Sophia y le dije que vendriamos.

– Yo no soy tu amante -le recordo rapidamente y el asintio de inmediato.

– Puede que sea por eso por lo que estas aqui. Eres mi esposa -dijo y la rodeo con sus brazos, cada vez mas fuerte-. Eres mi mujer y esta noche quiero hacerte mia… o queria -corrigio al sentir, su tension-. Hasta que me planteaste tus razonables dudas. Pero no pensemos ahora en eso. Creo que Sophia nos ha dejado la cena preparada. No te he visto comer nada en todo el dia y, para lo que te tengo preparado, necesito una novia bien alimentada.

Asi pues, cenaron y Holly se sorprendio al comprobar que tenia hambre. Sophia debia de haberlo previsto, sin duda lo habia planeado todo, pero fue Andreas el que sirvio los manjares; aparecia y desaparecia como un genio.

Seguia ataviado con el uniforme de gala que habia llevado en la boda; la unica concesion que habia hecho a la comodidad habia sido quitarse la espada que acompanaba el uniforme, pero las medallas seguian ahi, y las botas altas de cuero negro, y esos pantalones estrechos… Deberia haber una ley que los prohibiese, penso Holly. Era un verdadero esfuerzo apartar la mirada de el mientras le servia.

Un principe sirviendo a su esposa. Los manjares estaban tambien a la altura de la ocasion. Plato tras platos, bocado tras bocado, Holly iba dejandose llevar por el placer de saborear todas aquellas delicias.

Kotosupa avgolemono, sopa de pollo y arroz con huevo y limon.

Andreas la habia cocinado para ella anos atras. una noche que los padres de Holly habian salido. Al principio, ella se habia reido ante la idea de que el joven principe fuera a encargarse de hacer la cena, pero el habia esbozado una de sus sonrisas y le habia preparado una sopa que Holly no habia podido olvidar.

Ella habia observado atentamente la preparacion y durante anos habia intentado repetir la receta, pero nunca habia conseguido que supiera igual.

Esa noche si era la misma.

Se llevo la cuchara a la boca ante la atenta mirada de Andreas.

– ?Te gusta?

Ella cerro los ojos y saboreo la sopa y los recuerdos, y no pudo mentir.

– Es increible. Es la misma que me hiciste tu hace anos…

– Si -dijo el y sonrio-. Lo recuerdas. Te la preparare siempre que quieras, amor.

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