ella?

Quiza pudiera quedarse alli.

No, sabia que eso no era posible. Tenia que volver a Aristo y ver… si alli habia futuro para ella.

Claro que Andreas nunca habia dicho que tuviera futuro como princesa,ni como su esposa.Por lo que el sabia, ella aun queria volver a casa. Y asi era, se dijo a si misma de inmediato. Por supuesto que queria volver a casa.

Holly lo dejo duchandose y salio de la habitacion; Sophia la esperaba con gesto ansioso.

– ?Que vas a hacer? -le pregunto el ama de llaves.

– La verdad es que no lo se, Sophia -admitio Holly-. Por el momento solo se me ocurre que no tengo ropa para volver a Aristo como esposa del principe. ?Por que no me ayudas a ver si encontramos algo en ese armario que me haga parecer minimamente respetable?

– Mas que eso -dijo Sophia al tiempo que le daba un abrazo-. Necesitamos algo con lo que parezcas una princesa, algo que sirva para que Andreas se de cuenta de que no puede perderte.

– Para eso tendria que ser un armario magico -bromeo con tristeza-. Mejor no contemos con milagros.

Debajo del agua, Andreas noto que se le habia revuelto el estomago. Casi lo habia olvidado. Los ultimos tres dias habian sido magicos, pero la llamada de Sebastian lo habia devuelto a la realidad de la peor manera posible.

– Tienes que volver -le habia dicho su hermano-. No puedo confiarle a mucha gente la informacion que tengo sobre el diamante. Tienes que ir a Grecia a buscarlo.

– No puedo dejar a Holly.

– Ya has hecho lo que tenias que hacer con ella. El problema esta solucionado. Ahora tenemos asuntos mas importantes.

– Es mi mujer…

– Porque tenia que serlo -le recordo Sebastian duramente-, pero tu no quieres seguir con ella -y, entonces, al no recibir una respuesta por parte de Andreas, Sebastian resoplo-. Esta bien. Reconozco que es muy guapa. Pero si quieres que siga con nosotros, tendra que apretar a respetar las reglas del juego. Ya estamos en una situacion lo bastante complicada como para que ella la empeore… Dejala en la isla o mandala a Australia -titubeo un segundo-. No, puede que sea demasiado pronto para eso. Pero si se queda, tienes que asegurarte de que se mantiene en un segundo plano.

– Ella no nos va a ocasionar ningun problema, Sebastian -aseguro Andreas.

– Ahora mismo cualquier cosa puede ocasionarnos problemas -respondio su hermano-. Estamos en el filo de la navaja. Tenemos que encontrar ese diamante urgentemente. Asi que vuelve ya.

La conversacion habia terminado con esa frase y Andreas se habia quedado con la mirada clavada en el vacio.

La jaula de oro de la realeza… No recordaba un momento de su vida en que no lo hubiera odiado.

De pronto surgio en su mente un recuerdo no convocado y seguramente inoportuno.

A los seis anos, habia caido muy enfermo por culpa de una fiebre reumatica. Recordaba vagamente haber pasado mucho tiempo en la cama y que su madre acudia a verlo y pasaba horas junto a el, algo excepcional porque las normas de su padre, el rey Aegeus, determinaban que la relacion entre los principes y sus padres se limitaba a un repaso diario de lo que habian hecho los ninos. Pero hubo un dia especialmente en que su madre se quedo a su lado, con gesto preocupado. Tambien recordaba las palabras magicas que le habia dicho la reina a la ninera, a Sophia:

– Muy bien, si es lo que ordenan los medicos, puedes llevartelo a casa. Voy a desobedecer a mi marido por una vez, pero no dejes que se olvide de cuales son sus obligaciones.

Despues de aquello, Andreas habia pasado tres meses en el pueblo de Sophia, viviendo en casa de esta. Aquel pueblo de montana era conocido por sus cualidades terapeuticas, especialmente en dolencias respiratorias. Sophia le habia prometido al Rey que tratarian a Andreas como a un principe, pero nada mas bajar de la enorme limusina que los habia llevado al pueblo, la ninera lo habia abrazado y le habia dicho:

– Ya te tengo conmigo, pequeno, y voy a hacer que te pongas bien. Sera nuestro secreto: los proximos tres meses quiero que seas un nino. Quiero que seas completamente libre.

Y lo habia sido. En cuanto su salud habia mejorado un poco, Andreas habia corrido por todo el pueblo y habia jugado con los ninos del lugar como si fuera uno mas. Sophia lo abrazaba y besaba a menudo, y lo acostaba cada noche en la habitacion que compartia con uno de sus nietos. Nunca habia dormido tan bien como en aquellos meses.

Las palabras de su madre no se le habian borrado de la memoria: «Puedes llevartelo a casa». Asi se habia sentido, como si hubiera estado en casa, en su hogar. Despues habia deseado intensamente volver. El viaje a Australia habia sido un intento desesperado de volver a sentir aquella paz, y lo cierto era que habia funcionado, porque con Holly habia vuelto a vivir la experiencia de ser normal.

Pero las dos experiencias habian terminado, en ambas ocasiones habia tenido que volver a palacio, al lugar cn cl que demostrar una emocion era un signo de debilidad, donde no se toleraban los animales, ni las travesuras. Pero no tenia alternativa. Era su obligacion como principe.

Ahora lo necesitaban y tenia que volver. Con Holly. Tenia que ser con Holly.

A ella no iba a gustarle nada. No tenia derecho a pedirselo, ni siquiera durante un tiempo, pero era demasiado pronto para enviarla a Australia. Dios, no queria verla confinada a las normas de palacio. Sus fantasias con Holly nunca incluian protocolo real.

Al salir del bano se encontro con la inteligente mirada de Deefer, que parecia saber que habia algo que preocupaba a su dueno.

– ?Podras comportarte como un miembro de la familia real? -le pregunto.

El pequeno cachorro estaba junto a la cama, de la que colgaban las sabanas y la colcha, enredadas. Deefer ladro y luego mordio la carisima colcha bordada y tiro de ella, arrastrandola hacia la puerta.

Parecia que no. Quiza Deefer no pudiera ser miembro de la familia real, como quiza tampoco pudiera Holly.

Andreas cerro los ojos, respiro hondo y fue a ponerse la ropa. Un traje que lo convirtiera de nuevo en principe.

?Un principe con esposa y perro?

Solo si ambos aprendian a respetar las reglas.

Estaban sentados el uno frente al otro en el helicoptero. Aquella maquina no estaba hecha para dos amantes, penso Holly. Ni para un matrimonio.

Claro que en ese momento ella no se sentia como la esposa de nadie. Iba de camino a actuar como princesa; se sentia pequena, insignificante y asustada.

Andreas tenia la mirada puesta en el exterior, donde los esperaba toda una comitiva entre la que habia varios fotografos.

– ?Ha venido la prensa? -pregunto ella con voz debil.

– Era de esperar -dijo Andreas con un suspiro-. Nuestro matrimonio ha levantado mucho interes. Pero seguramente se retiren un poco a partir de ahora, yo ya he hecho lo que debia.

«He hecho lo que debia».

Siguio mirando hacia fuera, preocupado. No imaginaba que Holly tenia la sensacion de que acababa de romperle el corazon en dos.

– En esto consiste ser miembro de la realeza -siguio diciendo el-. Es una presion continua, tu vida no te pertenece. Dios, si yo hubiera sido libre… Estas mejor sin formar parte de todo esto, Holly.

Se volvio a mirarla y ella tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para controlarse. Se le habia revuelto el estomago.

– Andreas… ?cuanto tiempo tengo que quedarme? -consiguio decir.

– Hablare con Sebastian.

Eso fue todo. Hablaria con el futuro rey.

Los ultimos tres dias, Holly se habia permitido albergar esperanzas, se habia permitido creer que el suyo era un verdadero matrimonio, porque era eso lo que habia sentido. Pero parecia que el futuro de su matrimonio estaba en manos del principe regente, de Sebastian. Naturalmente.

Aquellos tres dias solo habian sido un parentesis, tres dias de recuerdos que le durarian toda la vida.

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