– Cuando era pequena queria tener una mascota, algo que fuera solo mio -dijo ella-, y cuando cumpli siete anos, mis tres hermanos me regalaron entre todos una ratoncita blanca preciosa.
Billie sonrio al recordarlo.
– Se que lo hicieron porque pensaron que un raton me asustaria, pero no me asusto en absoluto. Todo lo contrario.
– ?Tienes tres hermanos mayores? -pregunto el.
Ella sintio.
Jefri penso en Doy le Van Horn, en su tamano y en su fuerza, y supo que Billie tuvo que ser dura para sobrevivir con ellos.
– Se llamaba Missy, y yo la adoraba.
– ?La ratoncita Missy? -pregunto el, arqueando las cejas.
– Si -sonrio ella-. Era una monada, y yo le ensenaba trucos, como ponerse de pie cuando le daba comida.
– Pero eso no es un truco -rio el-. Solo queria comer.
Billie entrecerro los ojos.
– Era mi ratoncita, asi que yo decido si era un truco o no.
– De acuerdo, de acuerdo. Asi que tenias un raton, y supongo que aparecio un gato.
Billie asintio. Se apoyo en el marmol del cuarto de bano.
– En casa teniamos un cuarto de juegos que tenia un cerrojo bastante alto. Yo no llegaba a abrirlo, y a veces, si se cerraba la puerta de golpe, el cerrojo bajaba y desde dentro yo no sabia abrir. Un dia Missy se escapo. La busque por todas partes, y les pedi a mis hermanos que me ayudaran, pero no quisieron. Yo estaba histerica, asi que me fui enfadada al cuarto de juegos y la puerta se cerro de golpe. Y el cerrojo bajo.
La voz femenina se mantuvo firme. Billie cruzo los brazos y trago saliva.
– Me acerque a la ventana y entonces la vi. Dos de los gatos del vecino la tenian acorralada. Estaban jugando con ella. Torturandola. Llame a gritos a mis hermanos para que me abrieran la puerta, pero no me oyeron. Mi madre habia ido a comprar. Yo estuve encerraba casi dos horas. El tiempo que tardaron en matarla y comersela.
Jefri hizo una mueca.
– ?Lo viste todo? -pregunto, extranado.
– Claro. No podia dejarla sola, era mi ratoncita – suspiro-. No se cuanto llore. Por fin mi madre me encontro e intento convencerme de que no habia sido Missy, pero yo sabia que era ella. ?Cuantos ratones blancos viven silvestres en el campo?
– ?Por eso no te gustan los gatos?
– ?Tu que crees?
– Actuaron por instinto, no por malicia -dijo el.
– Vaya. ?Y eso hace aceptable la muerte de Missy?
?De verdad estaban hablando de un raton?
– Claro que no.
– Tener un animal de compania es duro, pero merece la pena -dijo ella, incorporandose-. Ahora tengo a Muffin y me asegurare de que no le pase nada. Ningun gato, por muy palaciego que sea, se la zampara para cenar.
– Estos gatos estan demasiado bien alimentados.
– Mas vale -dijo ella, con un destello de rabia en los ojos.
?Como habian cambiado tanto de tema de conversacion?, se pregunto Jefri. A el le gustaria hablar de aviones, o de lo guapa que era, pero estaban hablando de ratones.
– Dire al servicio que mantenga a los gatos fuera de tus habitaciones -dijo el.
– Gracias -dijo ella, y miro a la banera-. Si no me hubieras tentado con este magnifico cuarto de bano, seguramente habria vuelto a los barracones. Pero esto es irresistible.
Oh, encima. La banera era irresistible, pero el no.
– Sobre tu estancia aqui -dijo el -. ?Tienes que ir al aeropuerto todos los dias?
– Si. Tengo que cargarme a muchos novatos – sonrio ella, guinandole un ojo con picardia.
– Estoy seguro de que mis hombres estaran encantados de aprender de ti -dijo el, ignorando la insinuacion de que ella siempre lo venceria.
– Oh, aprenderan, aunque no disfruten mucho en el proceso -respondio ella, con una sonrisa.
– Te pondre un coche con chofer a tu disposicion. Solo dile adonde quieres ir, y el te llevara.
Billie abrio la boca, con incredulidad.
– ?Un coche con chofer para mi sola?
– Puedes compartirlo si quieres.
Billie solto una carcajada.
– No, no hace falta. Como he dicho antes, podria acostumbrarme a esto.
– Espero que disfrutes de tu estancia en mi pais -dijo el, y con un asentimiento de cabeza se fue.
Billie termino de secarse el pelo y se echo hacia atras para contemplar el efecto.
– No esta mal -murmuro a su reflejo, retocandose un rizo.
Siempre habia tenido mucho pelo, y la falta de humedad en el pais del desierto garantizaba que su peinado se mantendria por mas tiempo.
Casi una hora en la inmensa banera la habia relajado, y ahora, enfundada de nuevo en un vestido de verano y sintiendo el cambio de horario, el cansancio empezaba a apoderarse de ella.
– Deberiamos dar un paseo -dijo a Muffin entrando en el salon de la suite-. Aunque un par de vueltas en esta habitacion es casi lo mismo, ?verdad? – dijo, sonriendo, mientras contemplaba los elegantes muebles de estilo occidental y los cuadros que decoraban las paredes.
En la zona del sofa habia una exquisita alfombra persa, y a la izquierda una zona del comedor. La vista era espectacular y el silencioso aire acondicionado mantenia la habitacion a unos agradables veinticuatro grados las veinticuatro horas del dia.
– La buena vida -dijo, tomando a Muffin en brazos-. Bien, ?que tal si damos una vuelta y despues pensamos en la cena? Supongo que el palacio tendra servicio de habitaciones. Se me ha olvidado preguntarselo al principe.
Claro que el olvido era facilmente explicable. ?Quien se iba a acordar de eso mientras el hombre, tan alto y principesco, le ensenaba la habitacion?
– El tio esta como un tren -le dijo a la perrita saliendo al pasillo-. Ojala fuera mi tipo.
Pero ella no tenia ningun tipo especial de hombre. Para decidir cual era su tipo habria necesitado un minimo numero de relaciones sentimentales. Que ella no habia tenido.
Billie fue hasta el final del pasillo y bajo las escaleras. Tenia un buen sentido de la orientacion, y logro llegar al jardin en menos de cinco minutos.
O los jardines, mejor dicho. Distintos jardines que se sucedian en una exquisita variedad de estilos, desde el jardin ingles mas formal rodeado de setos cuidadosamente podados a placidos estanques rodeados de exotica vegetacion tropical. Dejo a Muffin en el suelo con cautela, y vigilo la posible llegada de los gatos.
– No esta mal -murmuro Billie, mientras Muffin empezaba a olisquear.
Las sandalias de tacon resonaban en el sendero de piedras. Camino entre plantas, arbustos y arboles, deteniendose de vez en cuando a oler una flor o aca¬riciar una hoja. No sabia mucho de plantas. Lo suyo eran los motores y la velocidad para romper la barrera del sonido. Sin embargo, podia apreciar la belleza y serenidad de lugar.
Doblo una esquina y vio a un hombre sentado en un banco. El la miro, y cuando ella se acerco, el se levanto.
– Buenas tardes -dijo este con una sonrisa-. ?Quien es usted?
El hombre era alto y atractivo, aunque mayor, de pelo canoso e intensos ojos negros. El elegante traje de corte clasico le recordo al presidente de un banco, o a un senador.
– Billie Van Horn -dijo ella, tendiendole la mano.
– Ah, los expertos en aviones. Reconozco el nombre-dijo el hombre. Le estrecho la mano y le indico el banco-. ?Es miembro de la familia?