Los eunucos estudiaban los signos natales, las cartas astrales, la altura, el peso, la forma de las manos y los pies y el cabello de cada una. Contaban nuestros dientes. Todo tenia que encajar con la carta astral del emperador.
Nos dijeron que nos desnudaramos y nos pusieramos en fila. Una tras otra fuimos examinadas por un jefe eunuco, cuyo asistente registraba todas sus palabras en un libro.
– Cejas irregulares -proclamaba el jefe eunuco mientras paseaba ante nosotras-, hombros caidos, manos de trabajadora, lobulos de la oreja demasiado pequenos, mandibula demasiado estrecha, labios demasiado finos, parpados hinchados, dedos de los pies cuadrados, piernas demasiado cortas, muslos demasiado gordos.
Aquellas chicas eran inmediatamente descartadas.
Horas mas tarde nos guiaron hasta una sala con unas cortinas llenas de dibujos de flores de melocoton. Entro un grupo de eunucos sujetando unas cintas en la mano. Tres eunucos me midieron el cuerpo, me pincharon y me pellizcaron.
No habia donde esconderse.
– Aunque encojas o alargues la cabeza no escaparas a la caida del hacha. -El jefe eunuco me empujo en los hombros y me grito-: ?Ponte derecha!
Cerre los ojos e intente convencerme de que los eunucos no eran hombres. Cuando volvi a abrirlos, descubri que estaba en lo cierto. En el campo a los hombres se les cae la baba al ver a una muchacha atractiva, aunque este completamente vestida. Alli los eunucos actuaban como si mi desnudez no importara. Me preguntaba si realmente eran insensibles o sencillamente simulaban serlo.
Despues de medirme, me llevaron a una sala mas grande y me ordenaron que caminara. Las chicas a quienes dijeron que carecian de gracia fueron descartadas. Las que pasaron aguardaban la proxima prueba. Por la tarde, aun quedaban muchachas afuera esperando ser examinadas.
Por fin me dijeron que me volviera a vestir y me enviaron a casa.
A la manana siguiente, muy temprano, me volvieron a llevar a la mansion. La mayoria de las chicas que habia conocido el dia anterior se habian ido. A las supervivientes nos reagruparon. Nos ordenaron que recitaramos en voz alta nuestros nombres, edad, lugar de nacimiento y nombre de nuestro padre. Las muchachas que se pronunciaron demasiado alto o demasiado bajo fueron descartadas.
Antes del desayuno nos volvieron a conducir al fondo del palacio, donde se habian plantado varias tiendas en la zona abierta del jardin. Dentro de cada tienda habia mesas de bambu. Cuando entre, los eunucos me ordenaron que me tumbara en una de aquellas mesas. Entonces aparecieron cuatro viejas damas de la corte con los rostros maquillados y carentes de expresion. Alargaron la nariz y empezaron a olerme: desde el cabello hasta las orejas, desde la nariz hasta la boca, desde las axilas hasta mis partes intimas. Me examinaron entre los dedos de las manos y de los pies. Una dama se mojo el dedo medio en un tarro de aceite y me lo metio por el ano. Me dolio, pero intente no hacer ningun ruido. Cuando la dama saco el dedo, las demas se apresuraron a olerlo.
El ultimo mes paso en un abrir y cerrar de ojos.
– Manana su majestad decidira mi destino -le conte a mi madre.
Sin decir una palabra, prendio unas barritas de incienso y se arrodillo ante una representacion de Buda que habia en la pared.
– ?En que piensas, Orquidea? -me pregunto Rong.
– Mi sueno de visitar la Ciudad Prohibida se hara realidad -respondi pensando en las palabras de Hermana Mayor Fann: «Un vistazo a toda esa belleza te hace sentir que tu vida vale la pena»-. Nunca volvere a ser una persona corriente.
Mi madre se paso toda la noche en vela. Antes de irme a dormir, me explico el significado de
La escuchaba en silencio y le prometi que recordaria la importancia de ser obediente y de aprender a «tragarse los sapos de los demas cuando es necesario».
Me habian ordenado estar en la puerta del Cenit antes del alba. Mi madre habia gastado sus ultimos taels prestados y alquilado un palanquin para llevarme. Estaba cubierto por una preciosa tela de seda azul. Tambien habia contratado tres palanquines mas sencillos para Kuei Hsiang, Rong y ella. Me acompanarian hasta la puerta. Los lacayos estarian en la puerta antes del primer canto del gallo. No me inquieto que mi madre dilapidara el dinero. Comprendi que deseaba entregarme de una manera honorable.
A las tres de la madrugada mi madre me desperto. Mi posible eleccion como consorte imperial le habia llenado de esperanza y energia. Intento contener las lagrimas mientras me maquillaba. Mantuve los ojos cerrados; sabia que si los abria se me escaparian las lagrimas y estropearia el esmerado maquillaje.
Cuando mi hermano y mi hermana se despertaron, yo ya vestia la hermosa tunica de Hermana Mayor Fann. Mi madre me ato los lazos. Hecho esto, comimos gachas de avena para desayunar. Rong me regalo dos nueces que habia conservado desde el ano anterior. Insistio en que yo me comiera las dos para que me dieran buena suerte y asi lo hice.
Llegaron los lacayos. Rong me sujeto la tunica hasta que los criados me subieron al palanquin. Kuei Hsiang vestia las ropas de nuestro padre. Le dije que parecia un portaestandarte, pero que debia aprender a abrocharse bien los botones.
Las muchachas y sus familias se reunieron en la puerta del Cenit. Yo estaba sentada en el palanquin, tenia frio y se me estaban quedando los dedos tiesos. La puerta parecia imponente contra el cielo morado. Habia noventa y nueve tazas cobrizas incrustadas en la puerta, como tortugas detenidas sobre un panel gigante. Estas tazas cubrian los grandes tornillos que mantenian unida la madera. Un criado le dijo a mi madre que la gruesa puerta habia sido construida en 1420. Estaba hecha de la madera mas dura. Por encima de la puerta, sobre el muro, se levantaba una torreta de piedra.
Rompio el alba y aparecio por la puerta una compania de guardias imperiales, seguida de un grupo de eunucos vestidos con tunicas. Uno de los eunucos saco un libro y empezo a leer los nombres con voz aguda. Era un hombre alto de mediana edad con rasgos simiescos: ojos redondos, nariz plana, una boca de labios finos de oreja a oreja, un espacio muy amplio entre la nariz y el labio superior y la frente hundida. Cantaba las silabas al pronunciar los nombres. La cantinela se alargaba en la ultima nota al menos tres compases. El lacayo nos dijo que era el eunuco jefe y se llamaba Shim.
Los eunucos repartieron una caja amarilla llena de monedas de plata a cada familia despues de decir su nombre.
– ?Quinientos taels de su majestad el emperador! -volvio a cantar la voz del eunuco jefe Shim.
Mi madre se vino abajo cuando pronunciaron mi nombre.
– Es tiempo de partir, Orquidea. ?Ten cuidado!
Baje del palanquin con mucha delicadeza.
A mi madre casi se le cae la caja que le habian dado. Los guardias la acompanaron hasta su palanquin y le dijeron que se fuera a casa.
– Piensa que embarcas en una nave de misericordia en el mar del sufrimiento -grito mi madre al despedirme-. ?El espiritu de tu padre estara contigo!
Me mordi el labio y asenti. Me dije a mi misma que debia estar contenta porque con los quinientos taels mi familia podria sobrevivir.
– ?Cuidad a mama! -le dije a Rong y a Kuei Hsiang.
Rong me saludo con la mano y se llevo un panuelo a la boca. Kuei Hsiang estaba tieso como un palo.
– Espera, Orquidea. Espera un poco.
Respire hondo y me volvi hacia la puerta rosada. El sol asomaba entre las nubes mientras me encaminaba hacia la Ciudad Prohibida.
– ?Caminen, damas imperiales! -canturreo el eunuco jefe Shim.
Los guardias se alinearon a cada lado de la entrada, formando un pasillo por el que nosotras pasamos. Mire hacia atras por ultima vez. La luz del sol banaba la multitud. Rong agitaba los brazos con el panuelo y Kuei Hsiang sostenia la caja de taels por encima de la cabeza. No veia a mi madre; debia de estar escondida dentro del palanquin, llorando.
– ?Adios!