mismo momento.
– Que afortunados -ironizo el-. Tu cara me resulta familiar. Y no solo de la otra noche.
– ?En serio? -Era una frase habitual para ella, pero no se molesto en aclararla-. Alquile tu casa de buena fe, pero ahora me han dicho que tengo que irme.
– ?Estas hablando de la casa donde vivia el viejo Paolo, junto al olivar?
– No se quien es ese tal Paolo. Ahora vive alli una mujer llamada Marta, que no me gusta demasiado pero que estoy dispuesta a tolerar.
– Marta… la hermana de Paolo. -Hablo como si estuviese rescatando un distante recuerdo-. Si, supongo que forma parte de la propiedad.
– No me importa quien sea. Yo he pagado, y no voy a irme.
– ?Por que quieren echarte?
– Dicen que hay un problema con los desagues.
– Me sorprende que quieras quedarte, habida cuenta de lo que paso entre nosotros. ?O solo buscas fastidiarme?
Aquellas palabras la devolvieron a la realidad. Por supuesto, no podia quedarse. Habia traicionado la esencia de quien era ella con aquel hombre y resultaria insoportable tenerlo cerca.
Una creciente decepcion amalgamo todas sus emociones. En el jardin de la casa habia experimentado su primer momento de paz en meses, y ahora se lo arrebataban. Pero seguia teniendo algo de orgullo. Si tenia que irse, lo haria de un modo que no le hiciese creer a el que habia ganado.
– Tu eres el actor, senor Gage, no yo.
– Me temo que eso habria que verlo. -Un cuervo grazno en el jardin-. Si te quedas, sera mejor que te mantengas alejada de la villa. -Rozo su muslo con el canon de la pistola-. Y espero que no me hayas mentido. No te gustaria conocer las consecuencias.
– Suena como uno de los dialogos de tus horribles peliculas.
– Me gusta saber que eres una de mis admiradoras.
– Vi alguna obligada por mi ex prometido. Por desgracia, no relacione su mal gusto en cine con su promiscuidad sexual hasta que fue demasiado tarde. -?Por que habia dicho eso?
El apoyo un codo en el brazo de la silla.
– Asi que tu aventura conmigo fue una especie de venganza.
Quiso negarlo, pero se habia acercado demasiado a la verdad.
– Veamos… -Dejo la pistola sobre la mesa-. Entonces ?quien de los dos obro mal la otra noche? ?Fuiste tu, la mujer vengativa, o yo, instrumento inocente de tu ansia de venganza? -Se lo estaba pasando bien.
Ella se puso en pie para mirarle desde arriba, pero acto seguido deseo no haberlo hecho, pues todavia le flaqueaban las piernas.
– ?Estas borracho, senor Gage?
– Hace mucho que traspase la linea de la borrachera.
– Apenas es la una del mediodia.
– Cualquier otro dia diria que estas en lo cierto, pero aun no me he acostado, o sea que, tecnicamente, sigue siendo una borrachera nocturna.
– Si tu lo dices. -Tenia que volver a sentarse o salir de alli, asi que se encamino a la puerta.
– Eh, Fifi.
Isabel se volvio, y de nuevo deseo no haberlo hecho.
– La cuestion es… -El cogio una pulida bola de marmol que reposaba en una base a su lado y la acaricio con el pulgar-. A menos que desees que mis admiradores ronden por la casa pequena, te sugiero que mantengas la boca cerrada mientras estes aqui.
– Lo creas o no, tengo cosas mejores que hacer que dedicarme a los cotilleos.
– Que asi sea. -Apreto la bola de marmol con la mano para asegurarse de que ella habia captado el mensaje.
– Sobreactuas un poco, ?no crees, senor Gage?
El solto una carcajada.
– Ha sido agradable verte, Fifi.
Isabel atraveso la arcada del salon sin decir palabra, pero no pudo evitar volverse.
El se estaba pasando la bola de marmol de una mano a otra, un hermoso Neron barajando la posibilidad de incendiar Roma.
La punzada en el costado la obligo a aminorar la marcha antes de llegar a la casa. La grava crujia bajo sus sandalias Kate Spade, probablemente el ultimo par que podria permitirse. Le alegraba pensar que no se habia derrumbado frente a el, pero la cuestion era que tenia que marcharse. Si hacia las maletas ya, podria estar en Florencia a las cuatro en punto.
?Y entonces que?
La casa aparecio ante sus ojos. Banada con la luz dorada del sol, parecia solida y confortable, y tambien, de algun modo, magica. Daba la impresion de ser un lugar donde podia gestarse una nueva vida.
Giro y enfilo un sendero que cruzaba el vinedo. Las gruesas uvas, de un profundo color purpura, colgaban de las parras. Arranco una y se la metio en la boca. Exploto en su paladar, sorprendiendola con su dulzura. Las semillas eran tan pequenas que no le preocupo tragarselas.
Dejo atras una pequena mata y se adentro en el vinedo. Necesitaba sus zapatillas de lona. La arcilla solidificada parecia formar rocas bajo sus sandalias. Pero no queria pensar en lo que necesitaba, solo en lo que tenia: el sol de la Toscana sobre su cabeza, calidos racimos de uvas a mano, Lorenzo Gage en la villa de la colina…
Se habia entregado con demasiada facilidad. ?Como superaria algo asi?
Huyendo no, por supuesto.
Podia ser muy testaruda. Estaba cansada de su tristeza. Nunca habia sido cobarde. ?Iba ahora a permitir que la apartase de algo precioso un licencioso astro de la pantalla? El encuentro no habia supuesto nada para el, asi que dificilmente insistiria en repetir. Y todos sus instintos le decian que aquel era el lugar adecuado, el unico donde podria encontrar tanto la soledad como la inspiracion que debian llevarla a trazar un nuevo objetivo para su vida.
Entonces lo vio claro. No temia a Lorenzo Gage, y no iba a dejar que nadie la sacase de alli hasta que estuviese preparada para ello.
Ren dejo a un lado la pistola del siglo XVII que habia estado examinando antes de que apareciese Fifi. Aun podia escuchar el eco de sus eficientes tacones mientras se marchaba. Se suponia que el era el demonio, pero, a menos que estuviese equivocado, era la senorita Fifi la que habia dejado tras de si cierto aroma a azufre.
Rio entre dientes. La pistola era una bonita pieza artesanal, uno de los muchos objetos de incalculable valor que podian encontrarse en la villa. Habia heredado aquel lugar hacia dos anos, pero era la primera vez que lo visitaba tras la muerte de la tia Filomena. En un principio habia planeado vender la propiedad, pero tenia buenos recuerdos de sus visitas siendo nino. No le parecia correcto vender el lugar sin verlo una vez mas. El ama de llaves y su marido le habian impresionado cuando hablo con ellos por telefono, asi que decidio esperar.
Cogio la botella de whisky que habia dejado sobre la mesa de la sala de reuniones para retomar lo que la senorita Fifi habia interrumpido. Habia disfrutado haciendole pasar un mal rato. Estaba tan inquieta que temblaba, por lo que su visita lo habia relajado un poco, lo que resultaba extrano.
Paso bajo uno de los tres arcos de la sala de reuniones y salio al jardin dejando atras los setos podados camino de la piscina, donde se dejo caer en una tumbona. Mientras absorbia el silencio, penso en toda la gente que habitualmente le rodeaba: su fiel peloton de asistentes, directores financieros, y los guardaespaldas que, ocasionalmente, los estudios ponian a su disposicion. Un monton de famosos se rodeaban de ayudantes porque necesitaban que les confirmasen una y otra vez que eran estrellas. Otros, como el, lo hacian para que su vida fuese mas sencilla. Los ayudantes mantenian a cierta distancia a los admiradores, lo cual era util pero costaba un precio. Pocas personas eran capaces de contarle la verdad a aquel que pagaba sus salarios, y despues estaban todos esos gacetilleros de la prensa amarilla.
La senorita Fifi, por otro lado, parecia no saber nada de los periodistas, y eso habia resultado extranamente