grato recuerdo antes de decirse el adios definitivo.

Tiro de la cadena y volvio a la habitacion. La conversacion se detuvo cuando el aparecio, lo cual confirmo de que estaban hablando. Oliver se habia ido. Eso no era buena senal.

Jenks se coloco sus anteojos en lo alto de la cabeza.

– Sientate, Ren.

En lugar de obedecer, demostrando asi que entendia la gravedad de la situacion, Ren fue hasta el mueble bar y saco una botella de Pellegrino. Solo despues de tomar un trago se sento. Su agente le dirigio una mirada de advertencia.

– Larry y yo hemos estado hablando -dijo Jenks-. Ha vuelto a asegurarme que estas completamente comprometido con este proyecto, pero yo tengo mis dudas. Si hay algun problema, quiero que lo pongas sobre la mesa para que podamos hablar de ello.

– No hay ningun problema. -Se le habia formado una pelicula de sudor en la frente. Sabia que tenia que decir algo que tranquilizase a Jenks, e intento encontrar las palabras adecuadas, pero se oyo decir justo lo contrario-. Quiero un psicologo infantil siempre que las ninas esten en el rodaje. El mejor que puedas encontrar, ?de acuerdo? No soportaria ser el responsable de las pesadillas de esas ninas.

Lo curioso era que su trabajo consistia precisamente en ser el responsable de las pesadillas de la gente. Se pregunto como estaria durmiendo Isabel.

Las arrugas de Jenks se hicieron tan profundas que podrian haberle plantado trigo, pero antes de que pudiese responder sono el telefono. Larry respondio.

– ?Si? -Miro a Ren-. No puede ponerse en este momento.

Ren le arrebato el auricular y se lo llevo al oido.

– Soy Gage.

Jenks intercambio una larga mirada con Larry. Ren escucho, despues colgo y camino hacia la puerta.

– Tengo que irme -dijo sin mas.

Isabel seguia sintiendo rabia. Ardia a fuego lento mientras troceaba verduras en la cocina de la villa y sacaba los platos del armario. A ultima hora de la tarde, cuando se habia reunido con Giulia en el pueblo para tomar una copa de vino, la rabia seguia ahi. Se paso por la casa de los Briggs para ver a los ninos, pero incluso alli la rabia burbujeaba en su interior.

Habia subido al coche dispuesta a volver a casa cuando un estallido de color en el escaparate de una tienda de ropa del pueblo le habia llamado la atencion. El vestido en cuestion brillaba, era de color rojo anaranjado y ardia como ardia la rabia en su interior. No se parecia a nada que ella hubiese llevado nunca, pero su Panda parecia no saberlo. Dejo el coche mal aparcado justo delante de la tienda, y diez minutos despues salio con un vestido que no podia permitirse y que no podia imaginarse llevandolo puesto.

Esa noche empezo a cocinar sumida en un frenesi de hostilidad. Mantuvo la sarten sobre el fuego hasta freir por completo la salchicha especiada que habia comprado. El cuchillo golpeaba en la tabla al cortarla cebolla y el ajo, despues anadio los pepinillos que habia recogido en el jardin. Cuando se dio cuenta de que no habia hervido agua para la pasta, vertio la salsa picante sobre una rebanada de pan tostado, lo llevo todo al jardin y se sento sobre el muro y engullo la comida acompanada de dos vasos de chianti. Esa noche lavo los platos al ritmo de un rock and roll italiano que sonaba en la radio. Rompio un plato sin querer y lanzo los restos a la basura. Sono el telefono.

– Signora Isabel, soy Anna. Se que dijo que vendria manana por la manana para ayudar a preparar las mesas bajo el toldo, pero no sera necesario. El signore Ren se ocupara de ello.

– ?Ha vuelto? -El boligrafo que habia llegado hasta su mano cayo al suelo-. ?Cuando ha llegado?

– Esta tarde. ?No ha hablado con el?

– Aun no. -Se mordisqueo la una del pulgar.

Anna la puso al corriente de los detalles de la fiesta, sobre las chicas que habia contratado para que le ayudasen, y le dijo que no deseaba que ella hiciese nada mas alla de pasar un buen rato. La rabia de Isabel era tan consistente que apenas pudo contestar.

Mas tarde, esa misma noche, reunio las notas que habia tomado para su libro sobre la superacion de las crisis personales y las echo al fuego. Cuando se convirtieron en cenizas, se tomo dos somniferos y se fue a la cama.

Por la manana, se vistio y condujo hasta el pueblo. Habitualmente se sentia grogui despues de tomar somniferos, pero seguia sintiendo rabia, y eso despejaba cualquier niebla mental. Se tomo un cafe espresso en el bar de la piazza y despues recorrio las calles, pero temia mirar los escaparates por miedo a romper los cristales. Unos cuantos lugarenos la detuvieron, ansiosos por hablar de la estatua perdida o de la fiesta de esa tarde. Se hinco las unas en las palmas e intento responderles lo mas brevemente posible.

No regreso a la casa hasta que faltaba poco para la fiesta. Se ducho con agua fria para ver si asi se le pasaba el sofocon. Cuando empezo a maquillarse, sus dedos apretaron con excesiva fuerza el perfilador y este trazo una raya en su mejilla. Base, sombra de ojos, mascarilla facial: todas esas cosas parecian tener vida propia. Tracy se habia dejado una barra de labios de un rojo muy vivo e Isabel se la aplico. Sus labios relucieron como los de una vampiresa.

Colgo el vestido nuevo de la puerta del ropero y lo observo en su percha. La tela caia desde el canesu hasta el dobladillo formando una esbelta y llamativa columna. Nunca vestia con colores vivos, pero se lo puso sin vacilar. Solo despues de cerrar la cremallera recordo que tenia que ponerse bragas.

Se volvio para mirarse en el espejo. Los diminutos puntos de ambar enganchados a la tela brillaban como brasas encendidas. El oblicuo canesu dejaba al descubierto un hombro, y la puntilla del dobladillo ondeaba como una llama desde la mitad del muslo a la pantorrilla. El vestido no era el mas adecuado ni para la ocasion ni para ella, pero se dispuso a llevarlo de todas formas.

Necesitaba unos zapatos de tacon de aguja espectaculares pero, como no disponia de ellos, se puso las sandalias color bronce. Lo mejor para romperte el corazon en mil pedazos.

Se miro en el espejo. El color de sus labios, el vestido y las sandalias no casaban muy bien, pero no le importo. Como habia olvidado secarse el pelo despues de ducharse, sus salvajes rizos rubios se parecian a los de su madre cuando salia por la noche. Recordo los hombres, los gritos, todos los excesos que habian marcado la existencia de su madre, pero en lugar de buscar una cinta para el pelo, cogio sus tijeras de manicura. Las observo un momento, despues las llevo hacia su pelo y empezo a cortar.

Pequenos mechones rizados se le enroscaron en los dedos. Las tijeras hacian un nervioso ruidito, con movimientos cada vez mas rapidos hasta que su impecable pelo se convirtio en un manojo de mechones despeinados. Finalmente, se saco el brazalete, lo lanzo sobre la cama y salio de la habitacion.

Mientras ascendia por el sendero, los tacones de sus sandalias golpeaban contra las piedras. La Villa de los Angeles aparecio frente a ella, y vio a un hombre de pelo oscuro subiendose a un Maserati negro. Le dio un vuelco el corazon, pero al punto se recupero: se trataba de Giancarlo, que pretendia dejar el deportivo a un lado del camino para dejar espacio a los coches de los invitados aun por llegar.

El dia era fresco para un vestido tan ligero pero, incluso cuando el sol se oculto tras las nubes, la piel seguia ardiendole. Atraveso los jardines de la parte trasera de la villa, donde los vecinos del pueblo habian empezado ya a reunirse. Algunos charlaban bajo el toldo que habian montado, otros estaban en el interior de la casa. Jeremy y varios ninos mayores jugaban a futbol entre las estatuas, mientras los pequenos iban a lo suyo.

Se habia olvidado del bolso. No llevaba dinero encima, ni panuelos de papel ni lapiz de labios, perfilador o caramelitos de menta. No llevaba Tampax, ni las llaves del coche ni su libretita de bolsillo; ninguna de las cosas que siempre llevaba consigo para protegerse de la caotica realidad que implicaba estar vivo. Y lo peor, no llevaba pistola.

La multitud se aparto para dejarle paso.

Ren presintio que algo extrano estaba sucediendo antes incluso de verla. Tracy abrio unos ojos como platos y

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