Le invadio una extrana sensacion de extasis. El viento hacia flamear su vestido, las nubes corrian a su alrededor, el mundo se extendia a sus pies, alla abajo. Finalmente entendio cual era su error. Nunca pensaba a pequena escala. No; pensaba a gran escala y habia perdido la vision de todo aquello que queria para su propia vida. Ahora sabia que era lo que tenia que hacer.
Con la cara vuelta hacia el cielo, se rindio al misterio de la vida. El desbarajuste, el alboroto, el glorioso desorden. Haciendo gestos con los brazos, se coloco la estatua en lo alto de la cabeza y se ofrecio en cuerpo y alma al dios del caos.
La confusion tras la caida del toldo habia retenido a Ren e Isabel ya se habia marchado en el Maserati cuando el llego a la entrada de la villa. Bernardo le seguia pero, como no estaba de servicio, habia venido con su Renault particular en lugar de con el coche de policia. Los dos salieron tras ella.
A Ren no le costo demasiado imaginar hacia donde se dirigia, pero el Renault no podia competir con el Maserati. Cuando llegaron al llano donde se iniciaba la senda que llevaba al castillo, un sudor frio cubria su cuerpo.
Dijo a Bernardo que se quedase en el coche y fue tras ella, corriendo por el sendero hasta las ruinas. Se le erizo el vello de la nuca cuando la vio a lo lejos. Estaba en lo alto del muro, y su figura se recortaba contra un furioso mar de nubes. El viento la golpeaba, y los faldones de su vestido ondeaban como llamas anaranjadas. Tenia la cara vuelta hacia el cielo y las manos alzadas, sosteniendo la estatua.
En la lejania, un rayo ilumino el cielo, pero desde donde el se encontraba parecia como si el rayo hubiese salido de los dedos de Isabel. Era una version femenina de Moises recibiendo las nuevas tablas de la ley de manos de Dios.
Ya no podia recordar ninguno de sus bien argumentados razonamientos para alejarse de ella. Ella era un regalo, un regalo que hasta entonces no habia tenido agallas para aceptar. Ahora, mientras la veia enfrentarse sin miedo a los elementos, su poder le quito el aliento. Apartarla de su vida seria como perder el alma. Ella lo era todo para el: su amiga, su amante, su conciencia, su pasion. Era la respuesta a todas las oraciones que nunca habia tenido el valor de rezar. Y si el no era para ella todo lo bueno que le gustaria ser, Isabel tendria que trabajar para mejorarle.
Observo como otro rayo salia de los dedos de Isabel. El viento ululaba, asi que ella no pudo oirle cuando el se acerco, pero solo a los mortales es posible pillarlos desprevenidos, y ella no se sobresalto cuando advirtio su presencia. Simplemente bajo los brazos y se volvio hacia el.
Otro rayo ilumino el cielo. A ella no le importaba su propia seguridad, pero a el si, y le arranco la estatua de las manos. Iba a dejar la figura en el suelo, donde no pudiese actuar como pararrayos. Pero en lugar de hacerlo, la observo en su mano y sintio su poder vibrando a traves de su cuerpo. Entendio que Isabel no era la unica que podia hacer un pacto. Era el momento de que el hiciese el suyo, un pacto que fuese contra todos sus instintos masculinos.
Se volvio como habia hecho ella, con la cara hacia el cielo, y alzo la estatua. En primer lugar, ella pertenecia a Dios; lo entendio con claridad. En segundo lugar, se pertenecia a si misma; no habia duda de ello. Solo despues de eso le pertenecia a el. Esa era la naturaleza de la mujer de la que se habia enamorado. Asi tenia que ser.
Bajo la estatua y se volvio hacia ella. Isabel le miro con expresion indescifrable. Ren no sabia que hacer. Tenia una amplia experiencia con mujeres mortales, pero las diosas eran otra cosa, y el habia irritado mas alla de toda medida a esa diosa en particular.
La falda de su vestido golpeo contra los pantalones de Ren, y las gotas de lluvia se convirtieron en un chaparron. Un terrible frenesi se apodero de el. Tocarla suponia el mayor reto de su vida, pero no habia poder sobre la faz de la tierra que pudiese impedirlo. Si no actuaba, la perderia para siempre.
Antes de que su valor le abandonase, la atrajo con fuerza hacia si. Ella no se convirtio en cenizas tal como temia. Por el contrario, respondio a su beso con una ardiente pasion. Paz y amor, entendio el de algun modo, era lo que dominaba en ese momento a las dos partes de aquella mujer. Esa deidad estaba impulsada por la conquista, e hinco sus dientes en el labio superior de Ren, que nunca se habia sentido tan cerca de la vida y la muerte. Con el viento y la lluvia rodeandole, la bajo del muro y la apoyo contra las piedras.
Ella podria haberse resistido, podria haber luchado -el esperaba que lo hiciese-, pero no fue asi. Sujeto con fuerza a Ren. El era el mortal que ella habia escogido como sirviente.
Ren le subio el vestido hasta la cintura y le bajo las bragas. La parte de si mismo que aun podia pensar se pregunto por el destino de alguien capaz de reclamar a una diosa, pero no tenia eleccion. Ni siquiera la amenaza de morir en el intento podia detenerle. Ella abrio los muslos para que el pudiese tocarla. Estaba humeda. Humeda y caliente al tacto de sus dedos. La obligo a abrir mas las piernas y entonces la penetro.
Ella volvio la cara hacia la lluvia mientras el la embestia. Ren la beso en el cuello y la garganta. Ella le rodeo la cintura con las piernas y le atrajo mas dentro de si, usandolo como el la habia usado a ella.
Lucharon juntos, ascendieron juntos. La tormenta azotaba sus cuerpos, alentados por los ancestros que tambien habian hecho el amor entre aquellos muros. Te amo, quiso decir Ren, pero se contuvo, porque esas palabras eran poca cosa para expresar la inmensidad de lo que sentia.
Ella le estrecho con mas fuerza y susurro contra su pelo:
– Caos.
El espero hasta el final, hasta el ultimo instante antes de perderse en aquella franja de tiempo que los separaba de la eternidad. Cerro entonces la mano alrededor de la estatua y la apoyo con fuerza en el costado de Isabel.
Un rayo ilumino el cielo y se abrazaron en la furia de la tormenta.
Ella permanecia en silencio. Se alejaron del muro en busca de la proteccion de los arboles. Ren se arreglo la ropa. Echaron a andar hacia el sendero. Sin tocarse.
– Ha dejado de llover. -La voz de Ren estaba henchida de emocion. Tenia la estatua en sus manos.
– Siempre he pensado a lo grande -dijo ella finalmente.
– Bien, ?y ahora que? -No tenia ni idea de que estaban hablando. Acabo tragandose el nudo que tenia en la garganta. De no aprovechar esa oportunidad, no habia garantia alguna de que se produjese otra-. Te amo. Lo sabes, ?verdad?
Ella no respondio; ni siquiera le miro. Quizas era demasiado tarde, exactamente lo que el habia temido.
Descendieron por el sendero acompanados por el gotear del agua depositada en los arboles. Ren vio a Bernardo junto al Maserati. Lo habia apartado de los socavones, y se acerco, con aspecto sombrio y serio.
–
– No creo que sea necesario -dijo Ren.
– Ha causado danos.
– Apenas -senalo Ren-. Yo me encargare.
– Pero ?como vas a encargarte de las vidas que ha puesto en peligro con su conduccion temeraria?
– Esto es Italia -respondio Ren-. Todo el mundo conduce alocadamente.
Pero Bernardo conocia su deber.
– Yo no hago las leyes.
Si se hubiese tratado de una pelicula, ella se habria colgado del brazo de Ren, aterrorizada, pero se trataba de Isabel, y se limito a asentir.
– Por supuesto.
– Isabel…
Ella se sento en el asiento trasero del Renault sin tener en cuenta a Ren. El permanecio alli de pie, observando como se alejaban por el camino.
Le echo un vistazo a su Maserati. Habia desaparecido el retrovisor, el guardabarros estaba abollado y tenia una rayada en un lateral, pero el no podia preocuparse por otra cosa que no fuese maldecirse. Habia sido el quien la habia empujado a semejante temeridad.
Se metio las manos en los bolsillos. Probablemente no habria hecho falta sobornar a Bernardo, prometiendole comprar un ordenador de ultima generacion para la comisaria del pueblo, para que no detuviese a Isabel, pero ella se habia marchado sin darle la oportunidad de aclarar las cosas con el policia. Con el corazon en la garganta, Ren subio al coche.