—Ya tiene a alguien en mente. Intenta meter a algun compinche antes de que puedan impedirselo. No me sorprenderia que fuera Miles.
—No, mujer —se apresuro a decir Tessa—. Miles estaba en el hospital con Barry… No, que va, estaba muy afectado…
—Que ingenua eres, Tessa. —A esta le impresiono la agresividad en la voz de su amiga—. Tu no entiendes a Howard Mollison. Es una persona mezquina, muy mezquina. Tu no oiste lo que dijo cuando se entero de que Barry habia escrito al periodico para hablar de los Prados. Tu no sabes lo que intenta hacer con la clinica de desintoxicacion. Espera, espera y veras.
La mano le temblaba tanto que necesito varios intentos para cerrar el mensaje de Mollison.
—Ya lo veras —insistio—. Bueno, sera mejor que nos demos prisa, porque Laura tiene que marcharse dentro de un momento. Primero voy a tomarte la presion.
Parminder estaba haciendole un favor a Tessa al recibirla tan tarde, despues del horario escolar. La enfermera, que vivia en Yarvil, iba a llevar su muestra de sangre al laboratorio del hospital de camino a casa. Nerviosa y sintiendose un poco vulnerable, Tessa se arremango la vieja rebeca verde. La doctora le coloco el manguito de velcro alrededor del brazo. De cerca se apreciaba mejor el gran parecido de Parminder con su hija pequena, porque sus diferentes constituciones (Parminder era nervuda; Sukhvinder, pechugona) quedaban en un segundo plano y surgia la semejanza de rasgos faciales: nariz aguilena, boca amplia, labio inferior carnoso, ojos grandes, redondos y oscuros. El manguito, al inflarse, se cino dolorosamente alrededor del brazo fofo de Tessa, mientras Parminder observaba el indicador.
—Dieciseis y ocho —anuncio, arrugando la frente—. Muy alta, Tessa. Demasiado.
Diestra y habilidosa en todos sus movimientos, retiro el envoltorio de una jeringuilla esteril, estiro aquel brazo palido y salpicado de lunares y le clavo la aguja.
—Manana por la noche llevare a Stuart a Yarvil —comento Tessa mirando el techo—. Quiero comprarle un traje para el funeral. No quiero ni pensar la que se puede armar si intenta ir en vaqueros. Colin se pondria furioso.
Pretendia desviar sus pensamientos del liquido oscuro y misterioso que iba llenando la jeringuilla. Le daba miedo que la delatara; le daba miedo no haberse portado todo lo bien que debia; que todas las barritas de chocolate y magdalenas que se habia comido aparecieran transformadas en glucosa.
Entonces penso con amargura que seria mas facil renunciar al chocolate si su existencia no fuera tan estresante. Como se habia pasado casi toda la vida intentando ayudar a otras personas, le costaba entender que comer magdalenas fuera tan grave. Parminder etiqueto las ampollas rellenas de su sangre y Tessa se sorprendio confiando, por mucho que su marido y su amiga lo consideraran una herejia, en que Howard Mollison acabara por impedir que se celebraran unas elecciones.
V
Simon Price salia de la imprenta a las cinco en punto todos los dias sin falta. Cumplia su horario y punto; su casa, limpia y moderna, estaba esperandolo en lo alto de la colina, un mundo alejado del incesante estrepito de la imprenta de Yarvil. Quedarse en la nave pasada la hora de fichar (aunque ahora era el encargado, Simon seguia pensando en los mismos terminos que cuando era aprendiz) habria sido como admitir que no tenia una vida privada satisfactoria o, peor aun, que intentaba lamerle el culo al jefe.
Sin embargo, ese dia Simon tenia que dar un rodeo antes de volver a casa. Se encontro con el conductor de la carretilla elevadora, el del chicle, en el aparcamiento, y fueron juntos hasta los Prados; de hecho, pasaron por delante de la casa en la que Simon se habia criado. Hacia anos que no se acercaba por alli; su madre habia muerto y a su padre no lo veia desde que tenia catorce anos, y tampoco conocia su paradero. Lo deprimio y altero ver su antiguo hogar con una ventana tapiada con tablones y la hierba crecida. Su difunta madre siempre habia estado orgullosa de su casa.
El chico le dijo a Simon que aparcara al final de Foley Road; una vez alli, bajo del coche y se dirigio, el solo, hacia una casa de aspecto especialmente miserable. A la luz de la farola mas cercana, Simon distinguio un monton de basura bajo una ventana de la planta baja. Solo entonces se pregunto si habia sido prudente ir a recoger un ordenador robado con su propio coche. En el barrio debia de haber videovigilancia para controlar a todos aquellos matones y maleantes. Echo una ojeada a su alrededor, pero no descubrio ninguna camara; tampoco parecia que hubiera nadie mirandolo, con excepcion de una mujer gorda que, fumando un cigarrillo, lo observaba sin disimulo desde una de aquellas ventanitas cuadradas de manicomio. Simon le devolvio la mirada con el cejo fruncido, pero ella siguio observandolo, asi que el se tapo la cara haciendo pantalla con una mano y mantuvo la vista al frente.
El chico de la imprenta ya estaba saliendo de la casa y se encamino hacia el coche con las piernas un poco separadas, cargando con la caja del ordenador. En la puerta de la casa de la que habia salido, una adolescente con un nino pequeno agarrado a sus piernas se escondio, arrastrando al crio, al ver que Simon la miraba.
Este encendio el motor y acelero en punto muerto mientras el otro se acercaba.
—Con cuidado —dijo, inclinandose para abrir la puerta del pasajero—. Dejalo aqui.
El chico puso la caja en el asiento del pasajero, todavia caliente. A Simon le habria gustado abrirla para comprobar que contenia aquello por lo que habia pagado, pero la creciente conciencia de su propia imprudencia lo hizo desistir. Se contento con sacudir un poco la caja: pesaba demasiado para moverla con facilidad. Queria largarse de alli cuanto antes.
—?Te dejo aqui, ?vale?! —le grito al chico.
—?No puedes acercarme al hotel Crannock?
—Lo siento, tio, voy en la otra direccion. ?Ve andando!
Y arranco. Por el retrovisor vio al otro quedarse alli plantado, con cara de odio y los labios formando las palabras «hijo de puta». Pero a Simon no le importo. Si se largaba de alli deprisa, tal vez evitara que su matricula quedara registrada en una de esas peliculas en blanco y negro, de imagen granulosa, que a veces ponian en las noticias.
Diez minutos mas tarde llego a la carretera de circunvalacion, pero incluso despues de dejar atras Yarvil, salir de la calzada doble y subir por la colina hacia la abadia en ruinas, siguio tenso y alterado, sin experimentar la satisfaccion de todos los dias cuando llegaba a la cima y entreveia su casa: un panuelito blanco en la ladera opuesta, mas alla de la hondonada donde se asentaba Pagford.
Solo hacia diez minutos que Ruth habia llegado a casa, pero ya tenia la cena casi a punto y estaba poniendo la mesa cuando entro Simon con el ordenador. En Hilltop House se cenaba temprano, porque asi le gustaba a Simon. Las exclamaciones de alegria de Ruth al ver la caja irritaron a su marido. Ella ignoraba todo lo que el habia tenido que pasar; ni siquiera se le habia ocurrido que conseguir articulos baratos implicaba ciertos riesgos. Ruth, por su parte, percibio al instante que el estaba de mal humor, que era presa de uno de aquellos estados de animo que a menudo presagiaban una explosion, y abordo la situacion de la unica manera que sabia: parloteando alegremente sobre su jornada. Confiaba en que la hosquedad de su marido se disolviera cuando comiese algo, siempre que ninguna otra cosa lo irritara.
A las seis en punto, cuando Simon ya habia sacado el ordenador de la caja y descubierto que faltaba el manual de instrucciones, la familia se sento a cenar.
Andrew advirtio que su madre estaba nerviosa, porque conversaba sin ton ni son con aquel tono artificialmente alegre que el conocia tan bien. Por lo visto, Ruth creia, pese a que la experiencia llevaba anos demostrandole lo contrario, que si conseguia crear un ambiente correcto y de buena educacion, Simon no se atreveria a desbaratarlo. El chico se sirvio pastel de carne (hecho por Ruth; descongelado para cenar entre semana) y evito encontrarse con la mirada de Simon. Tenia cosas mas interesantes en las que pensar que en sus padres. Gaia Bawden le habia dicho «hola» cuando se habian visto fuera del laboratorio de biologia, aunque de manera instintiva y despreocupada, y no lo habia mirado ni una sola vez en toda la hora de clase.
Andrew lamentaba no saber mas de chicas; nunca habia llegado a conocer a ninguna lo suficiente como para entender como funcionaba su mente. Esa gran laguna de conocimiento no le habia importado mucho hasta que Gaia habia subido al autobus escolar aquella primera vez, provocando en el un interes penetrante como un laser y concentrado en ella como individuo; un sentimiento muy diferente de la fascinacion general e impersonal