Andrew, seguro que se equivocaba. Ruth se entretuvo en la cocina recogiendo los platos de la cena. Al menos ella estaba fuera de la primera linea de fuego.

Andrew fue a ayudar a Paul a levantar la torre.

—?Puede hacerlo el solo, no es tan mariquita! —le espeto Simon.

Milagrosamente, Paul, tembloroso, consiguio poner la torre en la mesa sin problemas, y luego se quedo esperando con los brazos caidos a los costados, delante del ordenador.

—Apartate, gilipollas —le espeto Simon. Paul obedecio y se quedo mirando desde detras del sofa. Simon cogio un cable al azar y le pregunto a Andrew—: ?Donde meto esto?

«En tu culo, hijo de puta.»

—Damelo, ya lo…

—?Te he preguntado donde cono lo meto! —bramo Simon—. ?Tu estudias informatica! ?Dime donde va!

Andrew se inclino sobre la parte trasera del ordenador; al principio le dio mal las indicaciones a Simon, pero luego, por casualidad, acerto con la conexion.

Cuando Ruth se reunio con ellos en el salon, casi habian terminado. Con solo una rapida ojeada a su madre, Andrew comprendio que ella habria preferido que la maquina no funcionara, que le habria gustado que Simon la tirara por ahi, que le daban igual las ochenta libras.

Simon se sento ante el monitor. Tras varios intentos infructuosos, se dio cuenta de que el raton inalambrico no tenia pilas. Ordeno a Paul que fuera a la cocina a buscarlas. Cuando Paul volvio y le tendio las pilas a su padre, este se las quito bruscamente de la mano, como si Paul intentara quedarselas.

Con la punta de la lengua entre el labio y los dientes inferiores, lo que hacia que su barbilla se abultara en un gesto estupido, Simon se complico enormemente la vida para insertar las pilas. Siempre ponia aquella cara de animal como advertencia de que ya no aguantaba mas, de que estaba llegando al punto en que ya no se responsabilizaria de sus actos. Andrew se imagino que salia del salon y dejaba a su padre alli solo, privandolo del publico que le gustaba tener cuando se ponia frenetico; casi noto el golpe del raton en la oreja cuando se dio la vuelta en su imaginacion.

—?Metete…! ?Joder!

Simon empezo a emitir aquel debil grunido, tan caracteristico en el, con que acompanaba su agresivo semblante.

—?Grr! ?Grr! ?Cono! ?Metete, joder! ?Tu! ?Ven aqui! ?Tu que tienes deditos de nina!

Simon golpeo a Paul en el pecho con el raton y las pilas. Con manos temblorosas, Paul introdujo los pequenos cilindros metalicos en su sitio, cerro la tapa del raton y se lo devolvio a su padre.

—Gracias, Pauline.

A Simon todavia le sobresalia la barbilla; parecia un neandertal. Solia comportarse como si los objetos inanimados conspiraran para fastidiarlo. Volvio a poner el raton sobre la alfombrilla.

«Que funcione.»

Una flechita blanca aparecio en la pantalla y empezo a trazar circulos obedeciendo las ordenes de Simon.

El torniquete de temor se aflojo y el alivio se expandio por los tres espectadores; Simon dejo de poner cara de neandertal. Andrew visualizo una fila de japoneses y japonesas con bata blanca: eran los tecnicos que habian montado aquella maquina tan perfecta y tenian unos dedos delicados y habiles como los de Paul; lo saludaban con una inclinacion de cabeza, civilizados y amables. Andrew los bendijo en silencio, a ellos y a sus familias. Nunca llegarian a saber cuanto habia dependido de que aquella maquina funcionara.

Ruth, Andrew y Paul esperaron, atentos, mientras Simon terminaba la instalacion. Abrio ventanas, tuvo problemas para cerrarlas, cliqueo sobre iconos cuyas funciones no entendia y los resultados lo desconcertaron; pero ya habia descendido de la meseta de su peligrosa colera. Cuando, a duras penas, consiguio volver al escritorio, miro a Ruth y dijo:

—No esta mal, ?verdad?

—?Esta fenomenal! —se apresuro a decir ella, esbozando una sonrisa forzada, como si la media hora pasada no hubiera existido, como si Simon hubiera comprado el ordenador en Dixons y lo hubiera conectado sin que flotara en el aire la amenaza de un episodio de violencia—. Es mas rapido, Simon. Mucho mas rapido que el anterior.

«Todavia no ha entrado en internet, tonta.»

—Si, a mi tambien me lo parece. —Entonces miro desafiante a sus dos hijos—. Este ordenador es nuevo y vale mucho dinero, asi que ya podeis tratarlo con respeto, ?me habeis entendido? Y no le digais a nadie que lo tenemos —les recordo, y una nueva rafaga de maldad enfrio el ambiente—. ?De acuerdo? ?Me habeis entendido?

Los chicos asintieron. Paul tenia el rostro transido de angustia y temor, y, sin que lo viera su padre, trazaba una y otra vez un ocho en su pantalon con un delgado dedo indice.

—Y corred las malditas cortinas de una vez. ?Como es que todavia estan descorridas?

«Porque estabamos todos aqui, viendo como hacias el capullo.»

Andrew corrio las cortinas y luego salio del salon. Cuando volvio a su dormitorio y se tumbo en la cama, no consiguio reanudar sus agradables meditaciones sobre Gaia Bawden. La idea de que su padre se presentara al concejo parroquial habia surgido de la nada como un iceberg gigantesco, proyectando su sombra sobre todo, incluso sobre Gaia.

Desde que Andrew tenia uso de razon, Simon siempre se habia dado por satisfecho siendo prisionero de su propio desprecio hacia el resto de la humanidad, y habia convertido su casa en una fortaleza separada del mundo, donde sus deseos eran ordenes y su humor condicionaba el clima diario de la familia. A medida que se hacia mayor, Andrew iba dandose cuenta de que el aislamiento casi total de su familia no era nada corriente, y se avergonzaba un poco de ello. Los padres de sus amigos le preguntaban donde vivia, incapaces de situar a su familia, o si su padre o su madre pensaban participar en actos sociales o asistir a funciones beneficas. A veces recordaban a Ruth de cuando los ninos iban al colegio y las madres coincidian en el parque infantil. Ella era mucho mas sociable que Simon. Si no se hubiera casado con un hombre tan hurano, quiza se habria parecido mas a la madre de Fats, habria quedado con sus amigas para comer o cenar y habria participado en las actividades de la comunidad.

En las raras ocasiones en que Simon se topaba con alguien a quien consideraba digno de su atencion, adoptaba una falsa apariencia de persona campechana y alegre que a Andrew le producia nauseas. Hablaba por los codos, hacia chistes malos y a menudo, sin darse cuenta, heria todo tipo de susceptibilidades, porque ni sabia nada de las personas con las que se veia obligado a conversar ni le importaban. Ultimamente, Andrew se preguntaba incluso si su padre consideraria reales al resto de los humanos.

Por que ahora lo habia asaltado el deseo de actuar en un escenario mas amplio era algo que Andrew no se explicaba, pero no cabia duda de que se avecinaba un desastre inevitable. Andrew conocia a otra clase de padres, padres que organizaban carreras ciclistas para recaudar fondos para la iluminacion navidena de la plaza, o dirigian a las ninas exploradoras, o montaban clubes de lectura. Simon no hacia nada que exigiera colaboracion, y jamas habia manifestado el menor interes por algo que no lo beneficiara directamente.

En la agitada mente de Andrew surgieron visiones espantosas: Simon pronunciando un discurso salpicado de las mentiras patentes que su mujer se creia; Simon poniendo su cara de neandertal para intimidar a un oponente; Simon perdiendo los papeles y soltando sus palabrotas favoritas ante un microfono: «cono, joder, mariquita, mierda…».

Andrew atrajo el portatil hacia si, pero volvio a apartarlo casi de inmediato. Tampoco hizo ademan de coger el movil, que estaba en la mesa. Una angustia y una verguenza de tal magnitud no podian resumirse en un mensaje de texto ni en un correo electronico; estaba solo ante ellas, y ni siquiera Fats lo entenderia. No sabia que hacer.

Viernes

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