nada. Con todo, eso la conforto. Le devolvio la dignidad. En el trayecto de regreso a Pagford, por primera vez inicio ella la cancion de la suerte del equipo, pidiendole a Krystal que cantara el solo de rap de Jay-Z.)

Muy lentamente, los Jawanda iban acostandose. Jaswant paso un buen rato en el cuarto de bano haciendo toda clase de ruidos. Sukhvinder espero hasta que Jaz hubo terminado de acicalarse, hasta que sus padres dejaron de hablar en su habitacion, hasta que la casa quedo en silencio.

Y entonces, por fin, se sintio a salvo. Se incorporo y saco la cuchilla de afeitar de un agujero en la oreja de su viejo conejito de peluche. La habia robado del armario del cuarto de bano de Vikram. Se levanto y, a tientas, busco la linterna que tenia en un estante y unos cuantos panuelos de papel. Luego se dirigio al fondo de la habitacion y se metio en una torrecilla que habia en una esquina. Sabia que alli la luz de la linterna quedaria disimulada y no se veria por las rendijas de la puerta. Se sento con la espalda pegada a la pared, se subio una manga del camison y, a la luz de la linterna, examino las marcas que se habia hecho en la ultima sesion, todavia visibles, formando un entramado oscuro en su brazo, pero casi cicatrizadas. Con un leve estremecimiento de temor —un temor preciso y concentrado que le proporcionaba un profundo alivio—, apoyo la cuchilla hacia el centro del antebrazo y empezo a cortar.

Noto un dolor intenso y bien definido, y la sangre broto de inmediato; cuando el corte llego a la altura del codo, presiono la larga herida con los panuelos de papel, asegurandose de que la sangre no goteara en su camison ni en la moqueta. Pasados un par de minutos, volvio a cortarse, esta vez horizontalmente, atravesando la primera incision, y asi fue haciendo una escalerilla, deteniendose de vez en cuando para secar la sangre. La cuchilla desviaba el dolor de sus vociferantes pensamientos y lo transformaba en un ardor animal de nervios y piel, procurandole alivio y liberacion con cada corte.

Cuando hubo acabado, limpio la cuchilla e inspecciono lo que acababa de hacer: las heridas entrecruzadas, sangrantes, tan dolorosas que le corrian las lagrimas por las mejillas. Si el dolor no la mantenia despierta, conseguiria dormir; pero tenia que esperar diez o quince minutos, a que la sangre se coagulara en los cortes. Se quedo sentada con las piernas recogidas, cerro los ojos llorosos y se apoyo en la pared bajo la ventana.

Parte del desprecio que sentia hacia si misma habia rezumado con la sangre. Sukhvinder penso en Gaia Bawden, la chica nueva del instituto, que inexplicablemente le tenia mucha simpatia. Gaia podria haberse hecho amiga de cualquiera, con su belleza y su acento de Londres, y sin embargo siempre la buscaba a ella a la hora de comer y en el autobus. Sukhvinder no lo entendia. Casi sentia ganas de preguntarle a que jugaba; dia a dia esperaba que se diera cuenta de que ella era peluda como un mono, lerda y estupida, alguien que merecia ser objeto de desprecio, burlas e insultos. Seguro que Gaia reconoceria pronto su error, y entonces Sukhvinder se conformaria, como siempre, con la aburrida compasion de sus mas antiguas amigas, las gemelas Fairbrother.

Sabado

I

A las nueve de la manana no quedaba ni una sola plaza de aparcamiento en Church Row. Los asistentes al funeral, vestidos de oscuro, recorrian la calle en ambas direcciones, solos, en parejas o grupos, y confluian en St. Michael and All Saints como virutas de hierro atraidas por un iman. El sendero que conducia hasta las puertas de la iglesia se lleno de gente, y luego reboso de ella; los que se vieron desplazados se desparramaron por el camposanto buscando un sitio seguro entre las lapidas, temerosos de pisar a los muertos, pero reacios a alejarse demasiado de la entrada de la iglesia. Era evidente que no habria bancos suficientes para todas las personas que habian acudido a despedirse de Barry Fairbrother.

Sus colegas de la sucursal bancaria, agrupados en torno a la fastuosa tumba de los Sweetlove, deseaban que el augusto representante de la sede central se fuera de una vez y se llevara consigo su necia chachara y sus torpes bromas. Lauren, Holly y Jennifer, integrantes del equipo de remo, se habian separado de sus padres para juntarse a la sombra de un tejo recubierto de musgo. Los concejales del pueblo, que formaban un grupo variopinto, conversaban con solemnidad en el centro del sendero: un racimo de cabezas calvas y gafas gruesas, salpicado de sombreros de paja negros y perlas cultivadas. Miembros del club de squash y del club de golf se saludaban sin levantar mucho la voz; viejos amigos de la universidad se reconocian desde lejos y se acercaban poco a poco unos a otros; y entre toda esa gente pululaban casi todos los pagfordianos, con sus mejores y mas oscuras galas. El murmullo de las conversaciones flotaba en el aire; el mar de rostros aguzaba la vista, expectante.

Tessa Wall llevaba su mejor abrigo, de lana gris; le quedaba tan apretado en las axilas que no podia levantar los brazos por encima del pecho. De pie junto a su hijo, en el margen del sendero, intercambiaba gestos de saludo y sonrisitas tristes con sus conocidos mientras discutia con Fats tratando de no mover demasiado los labios.

—Por Dios, Stu. Era el mejor amigo de tu padre. Muestra un poco de respeto por una vez.

—Yo no sabia que duraria tanto, joder. Me dijiste que a las once y media se habria acabado.

—No digas palabrotas. Te dije que saldriamos de St. Michael mas o menos a las once y media.

—Pues yo pense que ya se habria acabado, asi que quede con Arf.

—Pero ?tienes que asistir al entierro, tu padre lleva el feretro! Llama a Arf y dile que quedareis manana.

—El manana no puede. Ademas, no he traido el movil. Cuby me ha dicho que no se puede traer a la iglesia.

—?No llames Cuby a tu padre! Ten, telefonea a Arf con el mio —anadio Tessa, hurgando en su bolsillo.

—No me se su numero de memoria —mintio Fats con frialdad.

Tessa y Colin habian cenado solos la noche anterior porque Fats habia ido en bicicleta a casa de Andrew para acabar el trabajo de lengua que hacian juntos. Esa era, por lo menos, la excusa que Fats le habia dado a su madre, y ella fingio creersela. Le convenia que Fats desapareciera y no le diese mas disgustos a Colin.

Al menos se habia puesto el traje que Tessa le habia comprado en Yarvil. Ella habia perdido los estribos en la tercera tienda, porque Fats, desgarbado y pasota, parecia un espantajo con todo lo que se probaba, y Tessa penso, furiosa, que lo hacia a proposito, que de haber querido podria haber lucido el traje con elegancia y soltura.

—?Chist! —le advirtio con un susurro.

Fats no estaba hablando en ese momento, pero Colin se acercaba a ellos seguido por los Jawanda; en su agitacion, parecia confundir el papel de portador del feretro con el de acomodador y rondaba cerca de las puertas recibiendo a los asistentes. Parminder, enfundada en un sari y acompanada por sus hijos, tenia muy mala cara, y Vikram, con un traje oscuro, parecia una estrella de cine.

A pocos metros de las puertas de la iglesia, Samantha Mollison esperaba junto a su marido, alzando la vista hacia el cielo blanquecino y pensando en el sol que se desperdiciaba por encima de la capa de nubes. Se negaba a que la sacaran del suelo firme del sendero, sin importarle cuantas ancianas tuvieran que refrescarse los tobillos en la hierba; no queria que sus altos tacones de charol se hundieran en aquel terreno blando y acabaran hechos un asco.

Cuando algun conocido los saludaba, Miles y Samantha respondian amablemente, pero lo cierto es que no se hablaban. La noche anterior se habian peleado. La gente les preguntaba por Lexie y Libby, que solian pasar el fin de semana con ellos, pero las ninas se habian quedado en casa de unas amigas. Samantha sabia que Miles lamentaba su ausencia; le encantaba representar el papel de padre de familia en publico. Incluso, penso Samantha con una punzada de rabia muy agradable, podia ser que Miles les pidiera a ella y las ninas que posaran con el para la imagen de los panfletos electorales. Le encantaria decirle a su marido que opinaba al respecto.

Se notaba que Miles estaba sorprendido de la nutrida asistencia. Sin duda lamentaba no tener un papel protagonista en la ceremonia que iba a oficiarse; habria sido una oportunidad ideal para iniciar una campana velada para ocupar la plaza de Barry en el concejo, con todo aquel publico de votantes cautivos. Samantha se

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