propuso deslizar una alusion sarcastica a esa oportunidad perdida en cuanto surgiese la ocasion.

—?Gavin! —exclamo Miles al ver una cabeza pequena y rubia.

—Ah, hola, Miles. Hola, Sam.

La flamante corbata negra de Gavin destacaba contra la camisa blanca. Tenia marcadas ojeras bajo los ojos claros. Samantha se ladeo hacia el, de puntillas, para que no pudiera evitar besarla en la mejilla e inhalar su perfume almizclado.

—Cuanta gente, ?no? —comento Gavin, mirando alrededor.

—Gavin va a llevar el feretro —le dijo Miles a su mujer con el mismo tono que habria utilizado para anunciar que un nino pequeno y poco prometedor habia ganado un vale para libros por sus esfuerzos.

En realidad, Miles se habia sorprendido un poco cuando Gavin le conto que le habian concedido ese honor. Miles habia dado por hecho que Samantha y el serian invitados destacados, rodeados por cierta aura de misterio e importancia, por haber estado junto al lecho de muerte de Barry. Habria sido un bonito gesto que Mary, o alguien cercano a ella, le hubiese pedido a el que leyera algo o dijera unas palabras, en reconocimiento del importante papel que habia representado en los ultimos momentos del difunto.

Samantha se cuido mucho de no mostrar la menor sorpresa ante la eleccion de Gavin.

—Tu y Barry erais amigos, ?no, Gav?

El asintio. Estaba nervioso y un poco mareado. Habia dormido fatal, despertandose de madrugada con horribles pesadillas en las que primero dejaba caer el feretro y provocaba que el cuerpo de Barry acabara en el suelo de la iglesia, y luego se quedaba dormido, se perdia el funeral y llegaba a St. Michael and All Saints para encontrarse a Mary sola en el cementerio, livida y furiosa, reprochandole que lo habia echado todo a perder.

—No se muy bien donde tengo que ponerme —dijo, mirando alrededor—. Es la primera vez que hago esto.

—No es nada del otro mundo, hombre —respondio Miles—. La verdad es que lo unico que tienes que hacer es no dejar que se te caiga nada, ?ja, ja, ja!

La risita tonta de Miles sono rara en contraste con el tono grave de su voz. Gavin y Samantha no sonrieron.

Colin Wall surgio de entre la gente concentrada. Grandote y torpe, con aquella frente alta y huesuda, a Samantha siempre le recordaba al monstruo de Frankenstein.

—Gavin —dijo—. Por fin te encuentro. Deberiamos formar en la acera, llegaran en cuestion de minutos.

—A la orden —repuso Gavin, aliviado porque le dijeran que hacer.

—Hola, Colin —lo saludo Miles con una inclinacion de cabeza.

—Ya, hola —contesto Colin, aturdido, antes de darse la vuelta y abrirse paso entre la multitud.

Hubo otro pequeno revuelo y Samantha oyo la voz tonante de Howard.

—Disculpenme… Perdon, intentamos reunirnos con nuestra familia…

La multitud se aparto para evitar su barrigon, y Howard hizo su aparicion, enorme con el abrigo de solapas de terciopelo. Shirley y Maureen caminaban vacilantes en su estela; Shirley iba muy pulcra y compuesta, con su atuendo azul marino, y Maureen, escualida como un ave carronera, tocada con un sombrero con un pequeno velo negro.

—Hola, hola —dijo Howard, dandole a Samantha sendos besos en las mejillas—. ?Que tal, Sammy?

En ese momento la gente retrocedio para despejar el sendero y el ruido de tantos pies arrastrandose se trago la respuesta de Samantha. Hubo forcejeos discretos, ya que nadie renunciaba a tener un sitio cerca de la entrada de la iglesia. Al partirse en dos la multitud, en la brecha resultante aparecieron caras familiares, como pepitas diferenciadas. Samantha distinguio a los Jawanda por sus rostros color cafe entre toda aquella palidez: Vikram, absurdamente guapo con su traje oscuro, y Parminder ataviada con un sari (?por que haria algo asi? ?No sabia acaso que con eso le hacia el juego a la gente como Howard y Shirley?); a su lado, la retacona Tessa Wall, con un abrigo gris a punto de saltarsele los botones.

Mary Fairbrother y sus hijos recorrian lentamente el sendero hacia la iglesia. Mary estaba muy palida y parecia haber perdido varios kilos. ?Tanto habia adelgazado en solo seis dias? Llevaba de la mano a una de las gemelas y rodeaba con el brazo los hombros de su hijo pequeno; el mayor, Fergus, iba detras. Mary caminaba con la vista al frente y los labios apretados. Otros miembros de la familia los seguian. La procesion cruzo el umbral y desaparecio en el sombrio interior de la iglesia.

Todos avanzaron a la vez hacia las puertas, con el resultado de un atasco muy poco decoroso. Con tanto trajin, los Mollison acabaron mezclados con los Jawanda.

—Despues de usted, senor Jawanda, despues de usted —bramo Howard, extendiendo un brazo para que el cirujano pasara primero.

Luego se valio de toda su humanidad para impedir que lo adelantara alguien mas y cruzo la entrada inmediatamente despues de Vikram, dejando que las familias de ambos los siguieran.

Una alfombra azul real cubria el pasillo central de St. Michael and All Saints. En lo alto de la boveda brillaban estrellas doradas; unas placas de laton reflejaban el resplandor de las lamparas de techo. Los vitrales tenian unos disenos intrincados y colores magnificos. A medio camino de la nave, en el lado de la Epistola, el propio san Miguel contemplaba a sus fieles desde el vitral mas grande, enfundado en una armadura plateada. De los hombros le brotaban alas; con una mano empunaba una espada y en la otra sostenia una balanza dorada. Un pie calzado con una sandalia se apoyaba en la espalda de un Satan gris oscuro con alas de murcielago, que se retorcia tratando de levantarse. La expresion del santo era serena.

Howard se detuvo a la altura de san Miguel y le indico a su grupo que ocupara el banco de la izquierda. Vikram doblo a la derecha para entrar en el opuesto. Mientras el resto de los Mollison, y Maureen, desfilaban ante el para sentarse, Howard permanecio plantado en la alfombra azul, y cuando paso Parminder le dijo:

—Que terrible, esto de Barry. Una impresion tremenda.

—Si —contesto ella, sintiendo un odio feroz.

—Siempre he pensado que esas tunicas han de ser muy comodas, ?no? —anadio Howard, indicando el sari con la cabeza.

Parminder no contesto y se limito a sentarse junto a Jaswant. Howard tomo asiento a su vez, convirtiendose en un prodigioso tapon en el extremo del banco, que impedia el acceso a los rezagados.

Shirley tenia la mirada fija en sus rodillas en actitud respetuosa, y las manos unidas como si rezara, pero estaba dandole vueltas al pequeno intercambio de Howard y Parminder sobre el sari. Shirley pertenecia a un sector de Pagford que lamentaba calladamente que la antigua vicaria, construida tiempo atras para vivienda de un vicario de la Alta Iglesia Anglicana, con grandes patillas y personal de servicio con delantales almidonados, fuera ahora el hogar de una familia de hindus (nunca habia acabado de entender a que religion pertenecian los Jawanda). Se dijo que si ella y Howard acudieran al templo, la mezquita o donde fuera que los Jawanda rindiesen culto, sin duda les exigirian cubrirse la cabeza y quitarse los zapatos y a saber que mas, o armarian un escandalo. Sin embargo, era aceptable que Parminder se pavoneara con su sari en la iglesia. Tampoco era que no tuviese ropa normal, pues la llevaba todos los dias en el trabajo. Lo que molestaba a Shirley era ese doble patron de conducta; a Parminder ni se le ocurria pensar en la falta de respeto que constituia hacia la religion de todos ellos y, por extension, al propio Barry Fairbrother, a quien presuntamente profesaba tanto carino.

Shirley separo las manos, levanto la cabeza y volvio a centrarse en los atuendos de la gente que pasaba y en el numero y tamano de las coronas de flores. Algunas estaban apoyadas contra el comulgatorio. Vio la ofrenda del concejo, para la que Howard y ella habian organizado la colecta. Era una corona grande y tradicional de flores azules y blancas, los colores del escudo de armas de Pagford. Esas flores y las demas coronas quedaban eclipsadas por el remo a tamano natural, hecho de broncineos crisantemos, que le habian ofrecido las chicas del equipo.

Sukhvinder se volvio en su banco buscando con la mirada a Lauren, hija de la florista que habia confeccionado el remo; queria decirle por senas que le gustaba, pero no consiguio distinguirla entre la nutrida multitud. A Sukhvinder, aquel remo le inspiraba un orgullo tenido de tristeza, en especial cuando vio que la gente lo senalaba al ocupar sus asientos. Cinco de las ocho remeras habian aportado dinero para el mismo. Lauren le habia contado a Sukhvinder que un dia habia ido en busca de Krystal Weedon a la hora de comer exponiendose a las burlas de sus amigas, que fumaban sentadas en un murete junto al quiosco. Lauren le habia preguntado a Krystal si queria contribuir.

—Si, vale, si —habia contestado ella.

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