Pero no lo habia hecho, de modo que su nombre no aparecia en la tarjeta. Y, por lo que Sukhvinder veia, tampoco asistia al funeral.
Sukhvinder sentia un peso terrible en las entranas, pero el dolor sordo del antebrazo izquierdo y las intensas punzadas cuando lo movia, contrarrestaban ese pesar, y al menos Fats Wall, cenudo con su traje oscuro, no estaba cerca de ella. No la habia mirado a los ojos cuando sus familias se encontraron brevemente en el cementerio; la presencia de sus padres lo contenia, como le pasaba a veces con la presencia de Andrew Price.
La noche anterior, muy tarde, su anonimo cibertorturador le habia enviado una foto en blanco y negro de un nino de la epoca victoriana, desnudo y con el cuerpo cubierto de suave vello oscuro. Sukhvinder la habia visto cuando estaba vistiendose para el funeral y la habia borrado.
?Cuanto hacia que no era feliz? En una vida anterior, mucho antes de que la gente anduviese reganandola, iba muy contenta a aquella iglesia, y todos los anos cantaba himnos con entusiasmo en Navidad, Pascua y la fiesta de la cosecha. Siempre le habia gustado san Miguel, con su bonita cara femenina prerrafaelita y sus rizos dorados. Pero esa manana, por primera vez, lo veia de otra manera, con aquel pie apoyado casi con despreocupacion sobre el demonio oscuro que se retorcia; su expresion placida le parecia siniestra y arrogante.
Los bancos estaban a rebosar. Golpes amortiguados, pisadas resonantes y leves susurros animaban el ambiente polvoriento mientras los menos afortunados seguian entrando en la iglesia y se situaban de pie a lo largo de la pared de la izquierda. Algunos optimistas recorrian el pasillo de puntillas por si habian pasado por alto algun sitio libre en los bancos abarrotados. Howard siguio inamovible y firme, hasta que Shirley le dio unas palmaditas en el hombro y susurro:
—?Aubrey y Julia!
Inmediatamente, Howard giro su corpachon y agito en el aire el programa de la ceremonia para atraer la atencion de los Fawley. Se acercaron con paso energico por el pasillo alfombrado: Aubrey, alto, flaco y medio calvo, con traje oscuro, y Julia con el cabello pelirrojo claro recogido en un mono. Sonrieron agradecidos cuando Howard se movio, apretujando a los demas para que ellos tuvieran espacio suficiente.
Samantha acabo tan embutida entre Miles y Maureen que la cadera de esta se le clavaba en un costado y las llaves del bolsillo de Miles en el otro. Furiosa, trato de hacerse un poco de espacio, pero ni Miles ni Maureen tenian forma de moverse, asi que se limito a mirar al frente y, como venganza, se puso a pensar en Vikram, que no habia perdido un apice de su atractivo desde la ultima vez que lo vio, hacia mas o menos un mes. Su belleza era tan evidente e irrefutable que resultaba casi ridicula; casi le entraban ganas de reir. Con aquellas piernas tan largas, los hombros anchos y el vientre plano bajo la camisa remetida en los pantalones, y con aquellos ojos oscuros de espesas pestanas negras, parecia un dios en comparacion con otros hombres de Pagford, tan flacidos, palidos y gordos. Cuando Miles se inclino para intercambiar cumplidos en susurros con Julia Fawley, y sus llaves se clavaron dolorosamente en el muslo de Samantha, esta imagino a Vikram rasgandole el vestido azul marino, y en su fantasia habia olvidado ponerse la blusa de tirantes a juego que cubria el profundo canon de su escote.
Los registros del organo chirriaron y se hizo el silencio, con excepcion de un leve frufru persistente. Todos giraron la cabeza: el feretro se acercaba por el pasillo.
Los portadores eran tan desiguales que casi daban risa: los dos hermanos de Barry no llegaban al metro setenta, mientras que Colin Wall, que iba detras, media uno noventa, de manera que la parte trasera del feretro quedaba bastante mas alta que la delantera. El ataud no era de caoba pulida sino de mimbre.
«Pero ?si es una punetera cesta de picnic!», se dijo Howard, escandalizado.
Hubo fugaces expresiones de sorpresa en muchas caras cuando la caja de mimbre paso ante ellas, pero algunos estaban ya al corriente del asunto. Mary le habia contado a Tessa (que a su vez se lo conto a Parminder) que Fergus, el hijo mayor de Barry, era quien habia elegido el material: queria sauce porque era sostenible y de crecimiento rapido, y por tanto inocuo para el medio ambiente. Fergus era un apasionado entusiasta de todo lo ecologico.
A Parminder, el feretro de sauce le gusto mas, mucho mas, que las recias cajas de madera que utilizaban los ingleses para sus muertos. Su abuela siempre habia tenido el temor supersticioso de que el alma se viera atrapada en el interior de algo pesado y solido, y deploraba que los empleados de pompas funebres britanicos aseguraran las tapas con clavos. Los portadores dejaron el feretro en las andas cubiertas con brocado y se retiraron. Al hijo, los hermanos y el cunado de Barry les hicieron sitio en los primeros bancos, y Colin se dirigio con paso inseguro de vuelta con su familia.
Gavin titubeo un par de segundos. Parminder advirtio que no sabia adonde ir; su unica alternativa parecia recorrer de nuevo el pasillo bajo la mirada de trescientas personas. Pero Mary debio de hacerle alguna sena, porque, rojo como un tomate, se sento en el primer banco junto a la madre de Barry. Parminder solo habia hablado una vez con Gavin, cuando lo ausculto y le prescribio un tratamiento para una infeccion por clamidias. No habia vuelto a verlo.
—«Yo soy la resurreccion y la vida, dijo el Senor; quien crea en Mi, aunque haya muerto, vivira, y todo aquel que viva y crea en mi no morira eternamente…»
No parecia que el parroco considerara el sentido de las palabras que pronunciaba, se limitaba a recitarlas con un ritmico sonsonete. Parminder estaba acostumbrada a esa clase de cantinela: habia asistido a servicios religiosos navidenos durante anos, junto con los demas padres del St. Thomas. Esa larga relacion no la habia reconciliado con el palido santo guerrero que la contemplaba, ni con toda la madera oscura, los duros bancos, el extrano altar con su cruz de oro y piedras preciosas, ni con los cantos funebres, que le parecian frios e inquietantes.
Y asi, dejo de prestar atencion a la afectada cantinela del parroco y volvio a pensar en su padre. Lo vio por la ventana de la cocina, desplomado boca abajo, mientras la radio seguia sonando a todo volumen encima de la conejera. Habia yacido ahi durante dos horas, mientras ella, su madre y sus hermanas curioseaban en Topshop. Aun le parecia sentir el hombro de su padre bajo la camisa todavia caliente cuando lo habia zarandeado. «Paaapi, paaapi…»
Habian esparcido las cenizas de Darshan en el Rea, el sombrio y raquitico rio de Birmingham. Todavia recordaba su superficie marron y opaca en un dia nublado de junio, y los diminutos copos blancos y grises que se alejaban flotando en la corriente.
El organo cobro vida con su sonido metalico y jadeante, y Parminder se puso en pie como los demas. Vislumbro las cabezas cobrizas de Niamh y Siobhan; tenian exactamente la misma edad que ella cuando le arrebataron a Darshan. Parminder experimento una oleada de ternura y un dolor profundo, y el deseo confuso de abrazarlas y decirles que sabia lo que sentian, que lo comprendia…
Gavin oia una vocecita de tiple procedente de unos sitios mas alla en la fila: el hijo pequeno de Barry aun no habia mudado la voz. Sabia que Declan habia elegido ese himno. Era otro de los horribles detalles de la ceremonia que Mary habia decidido contarle.
El funeral estaba resultando una experiencia mas desagradable incluso de lo que habia previsto. Quiza habria mejorado un poco con un feretro de madera. Habia percibido la presencia del cuerpo de Barry de un modo horrible y visceral en el interior de la ligera caja de mimbre; el peso fisico de su amigo lo dejo apabullado. Y toda aquella gente mirando tan satisfecha: ?no comprendian acaso lo que llevaban alli dentro?
Entonces habia llegado el momento en que advirtio, horrorizado, que nadie le habia guardado un sitio, y que tendria que recorrer el pasillo otra vez con todo el mundo mirandolo, y esconderse entre los que estaban de pie al fondo. Al final se habia visto obligado a sentarse en el primer banco, terriblemente expuesto. Era como ir en el primer asiento de una montana rusa, llevandose la peor parte de cada giro espeluznante, de cada bajada de infarto.
Alli sentado, a solo unos palmos del girasol de Siobhan, tan grande como la tapa de una sarten y en medio de un gran despliegue de fresias amarillas y lirios de dia, Gavin se descubrio lamentando que Kay no lo hubiera acompanado; increible pero cierto. La presencia de alguien a su lado, alguien que simplemente le guardara un asiento, habria supuesto un consuelo. No habia caido en que, presentandose solo, pareceria un pobre