higienico y las bolsas de basura en el rincon?

—Si —contesto la resonante voz de Andrew desde las profundidades.

—Llamame senor Mollison —dijo Howard con un deje arisco en su jadeante voz.

Abajo, en el sotano, Andrew se pregunto si tenia que empezar en ese mismo momento.

—Vale… senor Mollison. —Su respuesta sono un tanto sarcastica, y Andrew se apresuro a arreglarlo preguntando con tono educado—: ?Que hay en los armarios grandes?

—Miralo tu mismo —respondio Howard, impaciente—. Para eso has bajado. Para saber donde tienes que colocar las cosas y de donde tienes que cogerlas.

Howard oyo los ruidos sordos que producia Andrew al abrir las macizas puertas, y confio en que el chico no fuera demasiado tonto ni necesitara instrucciones continuas. Ese dia a Howard se le habia acentuado el asma; el indice de concentracion de polen era muy alto para la epoca del ano, y a eso habia que sumarle la sobrecarga de trabajo, la emocion y las pequenas frustraciones de la inauguracion. Si seguia sudando tanto, quiza tuviera que llamar a Shirley para pedirle que le llevara una camisa limpia antes de que abrieran las puertas.

—?Ya esta aqui la furgoneta! —anuncio Howard al oir el murmullo de un motor al final del callejon—. ?Sube! Tienes que bajarlo todo al sotano y ponerlo en su sitio, ?de acuerdo? Y subeme un par de cartones de leche a la cafeteria. ?Me has entendido?

—Si… senor Mollison —dijo la voz de Andrew alla abajo.

Howard volvio despacio adentro para coger el inhalador que llevaba siempre en su chaqueta, colgada en la trastienda. Despues de unas cuantas inhalaciones se sintio mejor. Se seco de nuevo el sudor de la cara con el delantal e hizo crujir la silla en la que se sento a descansar.

Desde que habia ido a ver a la doctora Jawanda por el sarpullido, habia pensado varias veces en lo que ella le habia advertido sobre su peso: que era la fuente de todos sus problemas de salud.

Eran tonterias, sin duda. No habia mas que ver al hijo de los Hubbard: flaco como un esparrago y sin embargo padecia un asma de miedo. Howard siempre habia sido corpulento, desde que tenia uso de razon. En las pocas fotografias en que aparecia con su padre, que habia abandonado a la familia cuando Howard tenia cuatro o cinco anos, era un bebe gordinflon. Despues de marcharse su padre, su madre lo sentaba a la cabecera de la mesa, entre ella y su abuela, y se quedaba muy compungida si el nino no repetia plato. Poco a poco, Howard habia ido creciendo hasta llenar el espacio entre las dos mujeres, y a los doce anos estaba igual de gordo que el padre que los habia abandonado. Howard asociaba el buen apetito con la masculinidad. Su corpulencia era uno de sus rasgos caracteristicos. Las dos mujeres que lo querian habian construido esa mole con gran satisfaccion, y el creia que era tipico de la Pelmaza, esa aguafiestas castradora, querer arrebatarsela.

Pero a veces, en momentos de debilidad, cuando le costaba respirar o moverse, se asustaba. No le importaba que Shirley se comportara como si el jamas hubiera estado en peligro, pero recordaba las largas noches en el hospital despues del bypass, cuando no podia conciliar el sueno por miedo a que su corazon fallara y se detuviera. Siempre que veia a Vikram Jawanda, recordaba que sus largos y oscuros dedos le habian tocado el corazon desnudo y palpitante; la cordialidad que rebosaba en cada encuentro era una forma de ahuyentar ese terror instintivo, primario. Despues, en el hospital le habian dicho que tenia que adelgazar un poco, pero ya habia adelgazado trece kilos por culpa de la espantosa comida que alli le daban, y en cuanto recibio el alta, Shirley se propuso volver a engordarlo…

Se quedo sentado un momento mas, disfrutando de la facilidad con que respiraba gracias al inhalador. Ese dia significaba mucho para el. Treinta y cinco anos atras, habia introducido la gastronomia de calidad en Pagford con el impetu de un aventurero del siglo XVI que regresa con exquisiteces traidas de la otra punta del mundo, y Pagford, tras el recelo inicial, no habia tardado en empezar a husmear con curiosidad y timidez en sus tarros de poliestireno. Penso con anoranza en su difunta madre, que tan orgullosa estaba de su prospero negocio. Lamento que no hubiera llegado a ver la cafeteria. Howard se levanto con esfuerzo, cogio la gorra de cazador de su gancho y se la encasqueto con cuidado, en un acto de autocoronacion.

Sus nuevas camareras llegaron a las ocho y media. Howard les tenia preparada una sorpresa.

—Tomad —dijo, tendiendoles los uniformes: un vestido negro con delantal de volantes blanco, exactamente como el habia imaginado—. Creo que son de vuestra talla; los ha escogido Maureen. Ella tambien se pondra uno.

Gaia reprimio una risa cuando Maureen entro sin decir nada en la tienda, proveniente de la cafeteria, muy sonriente. Llevaba las sandalias Dr. Scholl y medias negras. El vestido le llegaba cinco centimetros por encima de las arrugadas rodillas.

—Podeis cambiaros en la trastienda, chicas —dijo, senalando la puerta por la que acababa de aparecer Howard.

Gaia ya estaba quitandose los vaqueros junto al lavabo del personal cuando vio la expresion de Sukhvinder.

—?Que te pasa, Suks? —pregunto.

Ese repentino apodo dio a Sukhvinder el valor para decir lo que, de otra manera, quiza no habria sido capaz de verbalizar.

—No puedo ponerme este vestido —susurro.

—?Por que no? Te quedara bien.

Pero era un vestido de manga corta.

—No puedo.

—Pero si… ?Dios mio! —exclamo Gaia.

Sukhvinder se habia arremangado la sudadera. Tenia la cara interna de los brazos cubierta de feas cicatrices entrecruzadas, y unos profundos cortes mas recientes, con la sangre ya coagulada, que iban desde la muneca hasta el codo.

—Suks —le dijo Gaia con serenidad—. ?A que juegas, tia?

Sukhvinder nego con la cabeza; tenia los ojos anegados en lagrimas. Gaia se quedo pensativa un momento y entonces dijo:

—Ya se… Ven aqui.

Empezo a quitarse la camiseta de manga larga.

Se oyo un golpe en la puerta y el pestillo, que no estaba echado del todo, se abrio: Andrew, sudoroso y cargado con dos pesados paquetes de rollos de papel higienico, metio un pie para entrar, pero el grito de Gaia lo freno en seco. Al retroceder tropezo con Maureen, que lo reprendio:

—Las chicas se estan cambiando ahi dentro.

—El senor Mollison me ha dicho que ponga esto en el lavabo para el personal.

Joder. Que guay. Gaia en bragas y sujetador. Andrew se lo habia visto casi todo.

—?Lo siento! —grito Andrew desde el otro lado de la puerta.

Se habia puesto tan colorado que le palpitaba la cara.

—Gilipollas —mascullo Gaia, tendiendole la camiseta a Sukhvinder—. Pontela debajo del vestido.

—Quedara muy raro.

—No importa. La semana que viene te pones una negra; parecera que lleves un vestido de manga larga. Ahora nos inventaremos alguna explicacion…

Y cuando salieron de la trastienda, ya uniformadas, Gaia anuncio:

—Tiene eccema en los brazos. Se le hacen costras.

—Ah —dijo Howard, y le miro los brazos a Sukhvinder, cubiertos por las mangas largas y blancas de la camiseta de Gaia, y luego miro a Gaia, que estaba tan preciosa como habia imaginado.

—La semana que viene me pondre una camiseta negra —dijo Sukhvinder sin mirarlo a los ojos.

—Muy bien —asintio el, y le dio unas palmaditas en la parte baja de la espalda a Gaia al dirigirlas a ambas a la cafeteria—. Bien, preparaos. Ya casi estamos. ?Abre las puertas, Maureen, por favor!

Ya habia un grupito de clientes esperando en la acera. En el escaparate, un letrero rezaba: LA TETERA DE COBRE - INAUGURACION - ?EL PRIMER CAFE ES GRATIS!

Andrew paso horas sin ver a Gaia. Howard lo tuvo muy ocupado subiendo y bajando cartones de leche y zumos de fruta por la empinada escalera del sotano, y limpiando el suelo de la pequena cocina en la parte de atras. Lo hicieron comer pronto, antes que a las dos camareras. No volvio a verla hasta que Howard lo llamo al mostrador de la cafeteria; ella iba en ese momento en la direccion opuesta, hacia la trastienda, y paso a escasos centimetros de Andrew.

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