– ?Y las madrinas?
– ?Que te parecen las tias Bliss y Blythe?
– Esta bien -accedio-. Tendremos que dar la noticia al rey.
– Cuanto antes lo hagamos, mejor -asintio Nyssa-. A ver si asi Cat entiende de una vez que estamos demasiado ocupados para ir a palacio a entretenerla.
Dias despues, el rey recibia en el palacio de White-hall a un mensajero enviado por los condes de March.
– «El dia uno de marzo del ano de nuestro senor 1541 lady Nyssa Catherine de Winter dio a luz a dos bebes, un nino y una nina -leyo-. El heredero de Winterhaven fue bautizado con el nombre de Edmund Anthony y a la nina se la ha llamado Sabrina Maria. Tanto la madre como los bebes se encuentran perfectamente y los condes reiteran su lealtad para con vos. ?Dios salve a su majestad el rey Enrique, y a su esposa la reina Catherine!»
El rey despidio al mensajero y se dejo caer en un sillon.
– Gemelos… -murmuro-. ?Que no daria yo por un solo hijo! Debemos volver a intentarlo, Catherine -anadio mirandola con ojos tiernos-. Tu primo y su esposa ya nos ganan dos a cero y eso no puede ser, pequena.
– ?Iremos a visitarles este verano? -pregunto Cat ignorando las palabras de su marido-. ?Por que no les propones que vengan de viaje con nosotros? Nyssa puede dejar a los ninos al cuidado de una nodriza y regresar a palacio. ?Tengo tantas ganas de verla! Quiza para entonces yo tambien este embarazada -anadio con voz melosa-. ?Quien mejor que Nyssa para explicarme todo cuanto debo saber sobre el embarazo y el cuidado de los ninos?
– Esta bien -accedio Enrique Tudor sentandola en su regazo-. ?Es eso lo que quieres? Sabes que tus deseos son ordenes para mi.
– Eso es exactamente lo que deseo -aseguro Catherine besandole y acariciandole los labios con la punta de la lengua-. ?Os gusta, senor?
Enrique Tudor le abrio el corpino y le acaricio los pechos con una mano mientras deslizaba la otra bajo su falda.
– ?Os gusta, senora?
La reina desabrocho los pantalones a su marido, se sento en su regazo con las piernas abiertas y le mordio el lobulo de la oreja mientras se movia sobre el.
– ?Os gusta, senor?
– Voy a marcarte, pequena -mascullo el rey mientras le hincaba las unas en las nalgas.
– ?Si! -grito Catherine moviendose cada vez mas deprisa-. ?Hazlo, Enrique Tudor! Ahhh… -gimio cuando el monarca se vacio en su interior-. Enrique…
Por favor, Dios mio, dame otro hijo, rezo el rey mientras abrazaba con fuerza a su joven esposa. Habria dado todo cuanto tenia por un hijo de aquella encantadora muchacha que tanto alegraba sus dias. ?Se sentia un hombre tan afortunado! Solo faltaba un hijo para culminar tanta felicidad.
– No olvides que me lo has prometido -dijo Catherine introduciendole la punta de la lengua en la oreja-. Ordenaras a los condes de March que nos acompanen en nuestro viaje, ?verdad?
– Lo hare, lo hare -contesto el rey buscando su boca con insistencia. ?Aquella descarada de rizos castanos le habia quitado veinte anos de encima!
TERCERA PARTE
EL PEON DE LA REINA
El rey habia sufrido una recaida. Como ocurre a la mayoria de hombres de temperamento dificil e irritable, solia volverse insoportable cuando su estado de salud empeoraba. La herida que a menudo Catherine le habia curado con tanto carino y que los medicos mantenian abierta se le habia cerrado de repente. Como consecuencia, tenia la pierna dolorida e hinchada como una bota pero el testarudo monarca se negaba a obedecer los consejos de sus medicos.
– Si quereis que os baje la fiebre teneis que beber mucho, majestad -dijo en tono severo el doctor Butts, su medico personal durante muchos anos y una de las pocas personas que sabia como tratarle.
– Ya bebo -gruno Enrique Tudor-. Bebo vino y cerveza.
– Ya os he dicho en otras ocasiones que no deberiais probar la cerveza y que teneis que rebajar el vino con agua -respondio el doctor armandose de paciencia-. Debeis beber esta infusion de hierbas. Si lo deseais, podeis mezclarla con un poco de sidra dulce. Ya vereis como el dolor desaparece y os baja la fiebre.
– No me gustan vuestros brebajes -replico el rey, enfurrunado-. Saben a pis.
El doctor Butts tuvo que hacer grandes esfuerzos para no perder los estribos. Enrique Tudor era el paciente mas rebelde que habia tratado en su vida profesional.
– Lo siento, majestad, pero vais a tener que hacer lo que os digo -replico con voz firme-. Dejad de comportaros como un nino malcriado. Cuanto mas tiempo pase, peor os encontrareis y mas tardareis en recuperar la salud. Pensad en la pobre reina y en vuestro pais. ?Como vais a cumplir con vuestras obligaciones como marido y rey si estais tan debil que apenas podeis teneros en pie?
El rey entendio a la perfeccion el mensaje de su medico y le miro con gesto hosco. Odiaba admitir que los demas tenian razon.
– Esta bien, esta bien -refunfuno-. Pensare en lo que me habeis dicho.
Enrique Tudor estaba tan acostumbrado a mandar que no soportaba recibir ordenes. Sin embargo, se sentia tan mal que estaba dispuesto a hacer una excepcion. Habia ordenado a Catherine que se marchara de palacio para evitar que le viera en aquel estado tan lamentable y cada tarde, cuando daban las seis en punto, enviaba unas palabras de amor a su joven esposa a traves de un mensajero llamado Henage. Se consolaba pensando que por lo menos habia perdido el apetito, lo que favorecia sus propositos de adelgazar.
Habia decidido hacerse una armadura nueva pocos dias antes de su boda con la reina Catherine y se habia quedado de piedra cuando el armero le habia tomado las medidas.
– Un metro y treinta y siete centimetros de cintura.
– No puede ser, inutil -habia espetado el rey-. Midelo bien.
– Un metro y treinta y siete centimetros de cintura -habia repetido el armero-. Un metro y cuarenta y cinco centimetros de pecho.
Habia sentido tanta verguenza que inicio un exhaustivo programa de ejercicio fisico que no habia tardado en dar los frutos deseados cuando los musculos habian sustituido a la grasa. Cuidaba su alimentacion mas que nunca y aquella recaida le venia como anillo al dedo para completar su regimen. Sin embargo, las amenazas del doctor habia surtido efecto. Su miedo a perder su potencia sexual, y con ella la posibilidad de en-. gendrar un hijo, era tan grande que consintio en beber las infusiones recetadas por el doctor. Aunque se negaba a admitirlo, pronto se encontro mucho mejor.
A pesar de la mejoria experimentada, seguia estando de un humor de perros. Empezaba a sospechar que los cortesanos le utilizaban para conseguir sus fines mas siniestros y que abusaban de su buena fe. ?Subiria los impuestos! ?Asi aprenderian! ?Que se habian creido? Ultimamente pensaba mucho en el bueno de Thomas Cromwell. «El bueno de Crum era mi subdito mas fiel. ?Que he hecho, Dios mio? ?Yo os dire lo que he hecho, malditos parasitos! -habia gritado a los caballeros que le acompanaban-. ?He mandado asesinar a un hombre inocente! ?Y todo por vuestra culpa!»
Como de costumbre, Enrique Tudor preferia echar la culpa a los demas en lugar de reconocer sus errores. Se compadecia de si mismo y nadie se atrevia a contradecirle. Hacia diez dias que no veia a la reina pero todavia no se sentia con fuerzas de pedirle que regresara.
Mientras tanto, la reina Catherine se aburria mor-talmente y maldecia al rey por haberla desterrado. Pasaba el dia sentada junto a un rosal en flor en compania de sus damas y bordando su lema, un trabajo que debia ser enmarcado en plata y presentado al rey cuando estuviera terminado. Habia escogido como lema «Ninguna otra voluntad mas que la suya», pero, para una mujer amante de la musica y el baile como ella, aquel trabajo resultaba pesado y aburrido. Miro alrededor. La acompanaban lady Margaret Douglas, la duquesa de Richmond, la