condesa de Rutland, lady Rochford, lady Edgecombe y lady Baynton. Estoy harta de ver las mismas caras cada dia, se lamento. Su tio Thomas Howard le habia indicado quienes eran las damas que debia escoger y Catherine habia tenido que pedir permiso a Enrique para disfrutar de la compania de lady Margaret Howard, su aburrida madrastra; lady Clinton; lady Arundel y su insoportable hermana; lady Elizabeth Cromwell, tia del principe Eduardo, hermana de la difunta reina Jane y viuda de Thomas Cromwell y, por ultimo, la senora Stonor, la mujer que habia acompanado a su prima Ana Bolena en sus ultimos momentos. ?Que companias tan agradables!, penso Catherine sin poder disimular una mueca de fastidio.

Cuando se habia quejado a su tio de que ninguna de aquellas damas era de su agrado, este habia fruncido el ceno y la habia reganado con severidad:

– Ahora eres la reina de Inglaterra, Catherine y eso significa que te has convertido en una mujer noble y rica. Las mujeres nobles y ricas no se quejan de aburrimiento como si fueran jovencitas de clase baja.

Pero Catherine se aburria y no se resignaba a que tuviera que seguir siendo asi hasta el fin de sus dias. Si hubiera sabido que ocupar el trono de Inglaterra era una ocupacion tan tediosa no habria aceptado casarse con Enrique Tudor. Echaba de menos los dias de dama de honor de lady Ana, cuando podia bromear con sus amigas y coquetear con los caballeros. ?De buena gana se habria cambiado por lady Ana de Cleves! Afortunada ella, que se habia librado de aquellas fastidiosas obligaciones y podia hacer lo que le viniera en gana sin rendir cuentas a nadie. En pocos meses, la dama poco atractiva sin una pizca de gusto para vestirse que habia llegado sin hablar una palabra de ingles se habia convertido en una amante de la moda y de la vida nocturna. ?Es injusto!, se rebelaba Catherine.

Sin embargo, a veces pensaba que lady Ana debia sentirse muy sola sin un hombre a su lado. Todavia no comprendia la aversion que su antecesora parecia sentir por el sexo opuesto. La reina habia acogido las alabanzas de los caballeros de la corte con sonrisas y palabras amables pero nunca habia favorecido a ninguno. Preferia jugar con ellos: les prometia el oro y el moro, pero nunca les entregaba nada. Saltaba a la vista que la princesa Elizabeth, que pasaba muchas horas junto a ella, admiraba aquel comportamiento.

– ?Como foy a escoguer a otro caballero despues de haber estado casada con Hendrick? -habia respondido cuando Catherine se habia atrevido a preguntarle si no pensaba volver a casarse-. No hay en toda Inglaterra un hombre como el -habia anadido con un brillo malicioso en sus ojos azules antes de echarse a reir. Catherine todavia no estaba segura de haber entendido el significado de aquellas enigmaticas palabras.

A pesar de su retorcido sentido del humor, lady Ana era una compania mucho mas agradable que cualquiera de aquellas damas. Visitaba Hampton Court a menudo y mantenia excelentes relaciones con su ex marido y su joven sucesora. Catherine se habia puesto algo nerviosa la primera vez que lady Ana habia acudido a visitarles pero se habia tranquilizado en cuanto la dama se habia arrodillado a sus pies y habia bajado la cabeza humildemente.'Despues, se habia puesto en pie, les habia felicitado por su reciente matrimonio, y les habia obsequiado con magnificos regalos.

Aquella noche el rey se habia retirado temprano acuciado por el dolor de su pierna enferma, pero lady Ana y la reina Catherine habian cenado y bailado juntas, ante el asombro de toda la corte. Al dia siguiente, los reyes la habian invitado a cenar y los tres habian permanecido despiertos hasta altas horas de la madrugada charlando y brindando por la felicidad de los recien casados. Los cortesanos, que nunca habian visto al rey tan carinoso con su ex esposa, observaban la desconcertante escena sin saber que pensar.

El dia de Ano Nuevo lady Ana se habia presentado en Hampton Court con un magnifico regalo para Enrique Tudor y Catherine Howard: dos potros de un ano de edad de color pardo y cernejas negras engualdrapados en terciopelo malva con bordes y borlas dorados. Dos pajes vestidos con libreas de color malva y dorado tiraban de las bridas de plata. Enrique y Catherine se habian mostrado encantados al recibir un regalo tan esplendido, pero se habia oido murmurar a alguno de los cortesanos que lady Ana debia ser tonta de remate.

– No lo es -habia replicado Charles Branden, duque de Suffolk-. Es una dama muy inteligente y, por el momento, la unica ex esposa de su majestad que esta viva y goza de sus simpatias.

Y ademas, se divierte, habia anadido Catherine para sus adentros. Preferia su compania a la de cualquiera de sus damas, pero era consciente de que el fomento de aquella amistad podia dar pie a toda clase de rumores malintencionados. Ojala Nyssa estuviera aqui, suspiro. ?La echo tanto de menos!

Al oir el sentido suspiro de su reina, las damas levantaron la vista de su labor.

– ?Ocurre algo, majestad? -inquirio solicita lady Rochford.

– Me aburro -reconocio Catherine tirando su bordado al suelo, como una nina caprichosa-. Desde que el rey enfermo hace dos semanas no hay musica ni baile.

– El que su majestad este indispuesto no significa que no podais distraeros un poco -intervino la duquesa de Richmond.

– ?Que os parece si' llamamos a Tom Culpeper? -propuso lady Edgecombe-. Tiene una voz preciosa y toca el laud y la espineta de maravilla.

– Esta bien -accedio Catherine tras breve reflexion-. Si a su majestad no le importa prescindir de su compania…

Cuando el rey recibio el recado, se apresuro a complacer a su joven esposa. Se sentia culpable por encontrarse debil y no poder dedicarle la atencion que una joven tan hermosa merecia.

– Ve y saluda a la reina de mi parte -ordeno a Tom Culpeper, uno de sus favoritos-. Dile que tenga un poco de paciencia, que pronto volvere a ser el de antes. Observala con atencion porque quiero que cuando regreses me cuentes como la has visto. Me consta que me echa de menos -anadio haciendo un guino picaro.

Tom Culpeper era un atractivo joven de unos veinticinco anos de edad. Su cabello castano contrastaba con sus ojos azules y su palido rostro bien afeitado. Enrique Tudor le adoraba y le consentia como a un nino, algo de lo que Tom se aprovechaba sin escrupulos. Como la mayoria de los caballeros que merodeaban alrededor del rey, solo le interesaba hacer fortuna y aprovecharse de los favores del monarca.

Tomo sus instrumentos e hizo una reverencia antes de partir.

– Transmitire vuestro mensaje a la reina y tratare de hacerle pasar un rato agradable -prometio.

Las damas de la reina se arremolinaron a su alrededor en cuanto le vieron y el acepto sus halagos con el aplomo y la indiferencia del que se sabe encantador. Habia comprobado en numerosas ocasiones que su sonrisa y el brillo de sus ojos causaban estragos entre las mujeres, ya fueran solteras o casadas. Canto y toco durante dos horas, a veces acompanado a la espineta por la joven princesa Elizabeth, que pasaba unos dias en Hampton Court visitando a su padre enfermo. Las damas murmuraban que la pequena tocaba muy bien para ser una nina de siete anos y que habia heredado las hermosas manos de su madre. Cuando se hizo de noche, la princesa Bessie fue conducida a sus habitaciones y las damas se dispusieron a retirarse. Tom Culpeper se hizo el remolon y, cuando lady Rochford le indico que debia marcharse, el arrogante joven se volvio hacia la dama.

– Su majestad me ha enviado con un mensaje a la reina -dijo-. Insistio mucho en que se lo dijera de palabra y en que estuvieramos a solas cuando lo hiciera.

– Dejadnos solos, lady Rochford -ordeno Cathe-rine-. Pero no os vayais muy lejos.

Lady Rochford se despidio con una reverencia y abandono la habitacion cerrando la puerta tras de si. Durante unos segundos barajo la posibilidad de escuchar detras de la puerta, pero no se atrevio.

Tom Culpeper hizo una reverencia a la reina y recorrio su rostro y su cuerpo con la mirada. Estaba preciosa con aquel vestido cortado a la moda francesa.

– El color escarlata os sienta muy bien -dijo con voz melosa-. Recuerdo que no hace mucho quise regalaros un retal de terciopelo del mismo color y no lo aceptasteis.

– Si lo acepte -replico Catherine-. Desgraciadamente, pediais un precio demasiado alto por el, asi que decidi devolveroslo. Y ahora decidme, ?cual es ese mensaje tan importante que me envia su majestad? -inquirio en tono autoritario mientras se decia que el joven musico era el hombre mas atractivo que habia visto en su vida. Vestia unos pantalones ajustados y Catherine se sorprendio a si misma tratando de imaginarse la sensacion de aquellas piernas enredadas en las suyas.

Lentamente, Tom Culpeper repitio las palabras del rey sin apartar la mirada de los ojos de la reina. Aunque no era una belleza, rezumaba sensualidad por todos los poros de su cuerpo.

– Decid a su majestad que yo tambien le echo de menos y que espero impaciente su regreso a mi cama. Y ahora podeis marcharos, senor Culpeper -le despidio.

– Podeis llamarme Tom, majestad -replico el-. Despues de todo, somos primos por parte de madre.

– En sexto grado -^puntualizo la reina para poner las cosas en su sitio.

– ?Te han dicho alguna vez que estas preciosa cuando te enfadas? -la azuzo Tom-. ?Le gusta al rey besarte?

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