Tillie y el resto de los criados se habian adelantado a caballo para tener todo a punto cuando llegaran sus senores.
Nyssa se aliso las arrugas de su elegante vestido de terciopelo anaranjado. El rey habia anunciado la noche anterior que, en cuanto la caravana llegara a palacio, se celebraria una misa de Accion de Gracias por el regreso de la caravana. Nyssa recordo que la reina Catheri-ne resplandecia orgullosa junto al rey mientras este hablaba. Habria dado cualquier cosa por que Cat le hubiera confesado que habia dejado de ver a Tom Cul-peper pero sabia que no era asi. Lady Rochford no se separaba de ella ni un momento y constantemente le traia recaditos que le susurraba al oido y hacian que la reina enrojeciera hasta la raiz del cabello.
Por su parte, Tom Culpeper se habia convertido en un hombre orgulloso y arrogante. Francis Dereham, el malcarado secretario personal de la reina, se habia peleado con el en dos ocasiones, aunque, afortunadamente, aquellos enfrentamientos no habian llegado a oidos del rey. Cuanto mas favorecia Cat a Tom Culpeper y mas tiempo pasaba a solas con el, mas celoso se ponia su secretario. Algunas damas de la reina comentaban que Francis Dereham trataba a su majestad con una familiaridad inusual.
Nyssa estaba segura de que Catherine no dejaria de ver a Tom Culpeper. Se preguntaba si alguien mas sabia lo que se traian entre manos. Clavo la mirada en la barca que les precedia, la ocupada por los reyes.
Habian embarcado cogidos del brazo y habian olvidado echar las cortinas, asi que Nyssa podia observarles a placer. Catherine estaba sentada sobre el regazo del rey y reia alegremente. Nyssa enrojecio al imaginar lo que estaban haciendo. Catherine Howard era una desvergonzada y estaba convencida de que, si lograba mantener sus encuentros en secreto y no descuidaba al rey, todo saldria bien. Nyssa suspiro al pensar que todavia faltaban dos meses para que pudieran regresar a casa. Rezaba por que el invierno no fuera muy riguroso y la nieve no les cerrara el paso.
Los subditos se agolpaban en las orillas y saludaban con efusion a los ocupantes de las barcas. Si supieran que ocurre tras los muros de palacio…, se dijo Nyssa. ?Y pensar que ella habia acudido a palacio tan ilusionada! ?Quien iba a decirle que era un lugar poblado de peligrosos intrigantes?
Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury, tenia fama de ser un caballero bondadoso y comprensivo y simpatizaba mas con los reformistas que con los catolicos ortodoxos, tendencia a la que la joven reina y su familia se habian adherido. El arzobispo habia suspirado de alivio cuando el rey le habia dicho que no era necesario que le acompanara en su viaje, asi que su verano habia transcurrido entre oraciones, sesiones de meditacion y visitas al joven principe Eduardo, a quien el rey habia decidido dejar en palacio por miedo a que enfermara durante el viaje.
Habian sido meses muy tranquilos. No habia habido ningun conflicto y el rey no se quejaba de tener mala conciencia, como solia hacer cada vez que deseaba deshacerse de una esposa. Aquella tranquilidad se termino el dia en que un tal John Lascelles le pidio audiencia para tratar «un asunto de suma importancia».
Thomas Cranmer, que habia oido hablar de John Lascelles en alguna ocasion, le tenia por un reformista fanatico tan convencido de que su vision de Dios y la Iglesia era la verdadera que no temia condenarse. Presentia que aquella inesperada visita le traeria mas de un quebradero de cabeza pero no se atrevia a despedirle con cajas destempladas. ?Solo Dios sabia que era capaz de hacer si se negaba a recibirle! El rey estaba a punto de regresar y preferia deshacerse de el antes de que decidiera importunar a Enrique Tudor.
– ?Esta aqui, Robert? -pregunto a su criado, quien asintio-. Esta bien, hazle pasar -suspiro, resignado mientras el joven clerigo que le ayudaba en sus tareas esbozaba una sonrisa complice.
– Si, senor.
Lascelles irrumpio en el despacho del arzobispo dandose importancia.
– Os doy las gracias por haber accedido a recibirme, senor -dijo a modo de saludo mientras el secretario se retiraba discretamente.
– Sentaos, por favor -repuso Thomas Cranmer senalando un sillon.
– He venido a hablaros de un asunto muy delicado relacionado con su majestad la reina -empezo Lascelles tan atropelladamente que tuvo que hacer una pausa para tomar aire.
?Oh, no!, se lamento el arzobispo. ?Por que se empenan en empanar la dicha del rey, ahora que ha alcanzado la felicidad junto a Catherine Howard? ?No hemos tenido ya suficientes problemas con sus esposas, Senor? ?Es que Enrique Tudor y este pais no han sufrido bastante?
– Hablad sin miedo -ordeno-. Pero antes debo advertiros de algo: si habeis venido a contarme habladurias y chismes mas propios de comadres que de hombres de nuestra posicion os invito a abandonar mi despacho inmediatamente. No puedo perder el tiempo escuchando tonterias.
– Siento deciros que lo que he venido a deciros no es ninguna habladuria, sino la pura verdad -replico John Lascelles antes de lanzarse a explicar la increible historia que su hermana Maria Hall le habia contado. La dama habia trabajado en el castillo de Lambeth, conocia a Catherine Howard desde que esta era una nina y la queria como si fuera su propia hija. Sin embargo, la muchacha que la hermana de John Lascelles habia descrito en su relato distaba mucho de ser la inocente joven que todos creian conocer.
– Perdonad mi franqueza, pero ?es vuestra hermana lo que se suele llamar.una chismosa? -pregunto Thomas Cranmer cuando John Lascelles hubo concluido su historia-. Esas son acusaciones muy graves.
– Mi hermana es una buena cristiana y nunca ha faltado a la verdad. Ademas, muchos de los criados de la duquesa Agnes tambien conocian su comportamiento atrevido e indecoroso. Esos criados estan al servicio de su majestad ahora y pueden corroborar que Catherine Howard cometio algunos pecadillos durante su juventud.
– Ya he oido suficiente por hoy -le interrumpio el arzobispo-. Deseo hablar con vuestra hermana. Ella asegura ser testigo de los hechos, mientras que vos os limitais a repetir sus palabras. Decidle que la espero manana.
– Asi lo hare, senor -prometio John Lascelles poniendose en pie e inclinandose cortesmente.
Thomas Cranmer estaba desconcertado. ?Debia creer la historia que acababa de escuchar? Aunque la familia de Catherine Howard no estaba de acuerdo con los postulados de la Reforma, el arzobispo nunca habia considerado a los Howard una seria amenaza. Thomas Howard no tenia religion, escrupulos ni moral; simplemente era un conservador que no entendia por que debian cambiar las cosas que siempre habian sido de una manera determinada. No le gustaban los cambios, pero era lo bastante inteligente como para dar su brazo a torcer cuando el prestigio y el bienestar de su familia estaban en juego.
En cambio, John Lascelles era un fanatico empena do en expulsar de Inglaterra a los catolicos ortodoxos. Al contrario del duque de Norfolk, era el tipo de hombre capaz de hacer cualquier cosa por llevar su causa a buen puerto. ?Debia creer su historia? ?Que habia impulsado a su hermana a revelarle los secretos de alcoba de Catherine Howard? ?De verdad creia que si lograba deshacerse de una reina cuya familia simpatizaba con los catolicos ortodoxos y la sustituia por una dama de familia favorable a la Reforma la causa triunfaria? Si pensaba que le iba a resultar facil manipular a Enrique Tudor y a el mismo, arzobispo de Canterbury, era mas tonto de lo que parecia.
A la manana siguiente, Maria Hall se presento en el despacho de Thomas Cranmer acompanada de su hermano. Era una mujer hermosa y saltaba a la vista que se habia puesto su mejor vestido para asistir a la audiencia. El arzobispo asintio aprobatoriamente mientras recorria con la mirada el oscuro traje de seda con un escote recatado que desafiaba los dictados de la moda del momento. Se cubria la cabeza con una caperuza negra y se inclino ante el cortesmente.
– Esperad fuera, senor Lascelles -ordeno Thomas Cranmer-. Deseo hablar a solas con vuestra hermana. Entrad, hija mia -anadio cediendole el paso y cerrando la puerta a sus espaldas-. Hace un dia muy humedo y frio, ?verdad? Venid, sentaos junto a la chimenea.
Thomas Cranmer hizo todo lo posible por ganarse la confianza de la dama. Pensaba que si lograba tranquilizarla, recordaria hasta el ultimo detalle de aquella desagradable historia. Con un poco de suerte, aquella conversacion no saldria de su despacho y no seria necesario tomar medidas drasticas. En cuanto a Lascelles, ya se ocuparia de el mas adelante.
El arzobispo espero pacientemente hasta que Maria Hall se hubo acomodado en un sillon y le tendio una copa de vino dulce rebajado con agua.
– ?Que os llevo a confiar a vuestro hermano algunos detalles relacionados con el pasado de la reina? - pregunto.
– Yo no queria, senor -contesto la dama-. La senorita Cat era una nina muy traviesa, pero estaba convencida de que el matrimonio la haria cambiar para bien. John y Robert, mi marido, no dejaban de repetirme que debia pedirle un puesto en palacio. Yo les dije que no pensaba hacer tal cosa, pero ellos insistian y cada dia me venian