– ?Tienen el permiso de la Iglesia? -pregunto el rey a lord Cambridge.

– Si, Su Majestad. El cardenal en persona obtuvo el permiso de Roma.

– Excelente -dijo Enrique VIII-. Bueno, comencemos con la ceremonia de compromiso. La reina y yo tenemos un largo dia por delante. Manana mismo partiremos rumbo a Greenwich.

Lord Cambridge y Philippa condujeron a los reyes hasta el salon donde el conde de Witton y sus hermanas estaban esperandolos. Lady Marjorie y lady Susanna fueron, finalmente, presentadas a los monarcas. Estaban nerviosas, pero se tranquilizaron al ver que el rey era de lo mas gentil. Les hizo bromas e incluso les dio un sonoro beso en sus enrojecidas mejillas. La reina tambien se mostro muy amable y las hermanas del conde quedaron deslumbradas por sus modales encantadores.

Los criados se apresuraron a llevar el vino. Todos los sirvientes, desde el ayudante de cocina hasta el mayordomo, se reunieron en la parte trasera del salon para espiar al rey y a la reina. William Smythe trajo los papeles del compromiso y los desplego con cuidado sobre la mesa. Coloco tambien el tintero, la arena secante y la pluma. Sobre el tablero de la mesa habian dispuesto dos grandes candelabros de oro con velas de cera de abeja. El fuego del salon ardia y las ramas floridas inundaban el ambiente con su fragancia. Y afuera, la lluvia de abril golpeaba las ventanas.

– Llego la hora, milord -dijo el secretario.

Lord Cambridge asintio.

– Por favor, acerquense para formalizar el compromiso entre mi sobrina Philippa Meredith y Crispin St. Claire.

– Crispin St. Claire, ?esta usted de acuerdo con los terminos de este compromiso? -pregunto el sacerdote.

– Si, padre.

– Por favor, firme aqui -senalo el secretario. El conde de Witton firmo y le devolvio la pluma a William Smythe. El secretario entinto la pluma y se la ofrecio a Philippa, mientras colocaba los papeles frente a la joven.

El sacerdote volvio a intervenir:

– Philippa Meredith, ?acepta usted este compromiso?

– Si, padre -respondio Philippa. Luego, respiro profundamente y estampo su firma. Le devolvio la pluma al secretario, que seco las rubricas con arena.

A continuacion, el clerigo les pidio a los novios que se arrodillaran y les dio su bendicion.

– Ya esta -dijo el rey jovialmente, mientras el conde ayudaba a Philippa a ponerse de pie-. Y ahora, ?brindemos por los novios!

Enseguida trajeron el vino y todos llenaron sus copas para desearle larga vida y muchos hijos a la nueva pareja.

– Su madre es muy fertil -dijo el rey lanzandole una mirada significativa a su esposa-. Seguramente tendran un heredero este mismo ano.

La reina se mordio el labio angustiada y agrego:

– Le pedi a fray Felipe que oficiara los sacramentos en mi capilla de Richmond el dia 30 de abril. Y, luego, los recien casados vendran a Greenwich para reunirse con nosotros.

– ?De ninguna manera! -volvio a tronar el rey-. No nos iremos a Francia hasta principios de junio. Podras sobrevivir sin Philippa, Catalina, son apenas unas pocas semanas. Ella y su marido iran a su casa en Oxfordshire y los volveremos a ver en Dover el dia 24 de mayo. Han tenido muy poco tiempo para estar solos desde que se cerro el acuerdo entre las familias. Dejemoslos disfrutar de la intimidad. ?Acaso nosotros no gozamos de una maravillosa luna de miel hace muchos anos, Catalina? -Y acto seguido le dio un beso en los labios, lo que hizo enrojecer de inmediato el rostro siempre macilento de la reina.

– Tienes razon, querido Enrique. Por supuesto.

– Pero, Su Majestad -protesto Philippa-, ?usted no me necesita?

– ?Ves? -dijo el rey, complacido-. Esta joven es tan devota al deber como su padre, sir Owein Meredith, que Dios guarde en su santa gloria. -Luego se volvio hacia las hermanas del conde-: ?Sabian ustedes, queridas senoras, que sir Owein sirvio a los Tudor desde que cumplio los seis anos? -A continuacion, se dirigio a Philippa-: No, querida, debes pasar un tiempo en absoluta privacidad con tu nuevo esposo. Es una orden del rey.

– Si, Su Majestad -dijo Philippa haciendo una reverencia. ?Pasar un tiempo con el conde? Apenas se conocian. ?De que hablarian?

– Nosotros debemos partir -anuncio el rey-. Y dado que no voy a asistir a la boda, besare a la novia. -Tomo a Philippa por los hombros y beso sus mejillas ardientes-. ?Que Dios te bendiga, querida! Nos veremos pronto en Dover.

Se produjo un largo silencio hasta que lady Marjorie y lady Susanna comenzaron a hablar al unisono.

– ?Por la Virgen! ?Que apuesto es el rey!

– Me hizo cosquillas con su barba cuando me beso en la mejilla.

– A la reina no le gusta. Se la dejo crecer porque el rey Francisco usa barba y quiere honrarlo con ese gesto.

Las hermanas se fascinaron al oir esa informacion. Habian visto con sus propios ojos que el rey y la reina trataban a su futura cunada con una familiaridad solo reservada a los altos miembros de la realeza o a los poderosos, y no a una joven de Cumbria. Tanto Marjorie como Susanna tenian hijos que algun dia necesitarian contactos en la corte. Tal vez Philippa podria ayudarlos. Ese matrimonio era verdaderamente conveniente para ambas partes.

– Si las senoras desean ver la barcaza real -dijo William Smythe-, en este momento esta zarpando del muelle de milord.

Lady Marjorie y lady Susanna corrieron hacia la ventana que daba al rio y no cesaron de proferir exclamaciones de asombro.

– ?Nunca he visto algo similar!

– ?Ni lo volveremos a ver!

– Susanna, ?alcanzas a ver al rey?

– No -respondio desilusionada-. Ya bajaron las cortinas.

Mientras tanto, lord Cambridge regreso al salon y se dirigio a Philippa para besar su suave mejilla.

– Pequena, se te ve exhausta y el dia recien comienza. Debes ir a los jardines con Crispin a tomar un poco de aire fresco.

– ?Bajo la lluvia? -le pregunto Philippa.

– Ya no Hueve mas. Mi querida, faltan apenas dos dias para que esten formalmente casados y el tiempo vuela. Debes aprovecharlo.

– ?Como es posible que me conozcas mejor que yo misma? -le pregunto, mientras le regalaba una sonrisa y le guinaba el ojo.

Luego lord Cambridge le dijo al conde:

– Creo que una tranquila caminata les hara muy bien. En cuanto la mesa este servida para la fiesta, enviare a los criados a buscarlos.

Sin decir una sola palabra, Crispin St. Claire tomo a Philippa de la mano y la condujo a traves del salon.

– Por favor, traiga mi capa y pidale a Lucy que le alcance a su ama la suya -ordeno a un sirviente en el corredor. Cuando estuvieron solos, el conde tomo a Philippa por los hombros y la beso con dulzura-. No nos hemos besado para sellar nuestro compromiso -le dijo con una sonrisa amable-. De hecho, hace muchos dias que no nos besamos. ?Acaso no te gusta besarme? ?Te parece desagradable, pequena mia? -Sus ojos grises estudiaban la mirada de Philippa mientras alzaba su menton con la mano.

– No, milord. Me gusta besarte -admitio en voz baja-. Pero no queria que pensaras que era una joven desvergonzada.

– Puedo decir muchas cosas sobre ti, Philippa, pero jamas utilizaria la palabra 'desvergonzada' para describirte -le dijo y la abrazo con fuerza. Le agradaba sentir su pequeno cuerpo contra el suyo.

– Se que te enteraste del desafortunado episodio de la Torre Inclinada.

– Pero tambien se los motivos que te llevaron a cometer esa imprudencia, querida mia. Y ya te dije que me resultaba una historia divertida. Tienes la reputacion de ser la mas casta de las doncellas de la reina.

– ?Y como sabes eso? -Una agradable fragancia emanaba del jubon de Crispin.

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