– Por favor…
– ?Por favor que?
– No puedo volver mas alli. ?Lo entiendes? No puedo volver alli.
– Ya no puede hacerte dano.
El siguio tapandose la cara con las manos. Sus hombros se estremecian.
– Esos pobres chicos.
– ?Ira?
Parecia tan aterrado.
– ?Papa? -dijo Lucy.
– Les falle a todos.
– No, no es verdad.
Sus sollozos ya eran incontrolables. Lucy se arrodillo frente a el. Sentia que tambien ella estaba a punto de llorar.
– Por favor, papa, mirame.
El no la miro. Rebecca, la enfermera, asomo la cara por la puerta.
– Ire a buscarle algo -dijo.
Lucy levanto una mano.
– No.
Ira solto otro gemido.
– Creo que necesita algo que le calme.
– Todavia no -dijo Lucy-. Solo estamos… por favor, dejenos solos.
– Tengo una responsabilidad.
– Esta bien. Esta es una conversacion privada. Se ha emocionado, solo eso.
– Ire a buscar a un medico.
Lucy estaba a punto de decirle que no lo hiciera, pero ya se habia ido.
– Ira, por favor, escuchame.
– No…
– ?Que le dijiste?
– No podia protegerlos a todos. ?Lo entiendes?
No lo entendia. Le puso las manos en las mejillas e intento levantarle la cabeza. El pego tal grito que casi la hizo caer de espaldas. Le solto. El retrocedio y tiro la silla al suelo. Se acurruco en un rincon.
– ?No…!
– Esta bien, papa. Esta…
– ?No!
Volvio la enfermera Rebecca con dos mujeres mas. Lucy reconocio a una como uno de los medicos. La otra era enfermera, se imagino Lucy, porque llevaba una aguja hipodermica.
– No pasa nada, Ira -dijo Rebecca.
Se acercaron a el y Lucy se puso en medio.
– Dejenle -pidio.
La doctora, que se llamaba Julie Contrucci a juzgar por la placa, se aclaro la garganta.
– Esta muy agitado.
– Yo tambien -dijo Lucy.
– ?Disculpe?
– Dice que esta agitado. ?Y que? Estar agitado forma parte de la vida. Yo tambien estoy agitada a veces. Usted tambien lo esta a veces, ?no? ?Por que no puede estarlo el?
– Porque no esta bien.
– Esta bien. Necesito que este lucido unos minutos mas.
Ira solto otro sollozo.
– ?A esto le llama lucido?
– Necesito estar un momento con el.
La doctora Contrucci cruzo los brazos sobre el pecho.
– No puede decidirlo usted.
– Soy su hija.
– Su padre esta aqui voluntariamente. Puede entrar y salir cuando le plazca. Ningun juez le ha declarado incompetente. El decide.
Contrucci miro a Ira.
– ?Quiere un calmante, doctor Silverstein?
Los ojos de Ira iban de un lado a otro como los del animal acorralado en el que se habia convertido de repente.
– ?Senor Silverstein?
El miro a su hija y se echo a llorar otra vez.
– No dije nada, Lucy. ?Que querias que le dijera?
Empezo a sollozar otra vez. La doctora miro a Lucy. Y ella a su padre.
– Esta bien, Ira.
– Te quiero, Luce.
– Yo tambien te quiero.
Las enfermeras entraron en accion. Ira alargo el brazo y sonrio sonadoramente cuando le clavaron la aguja. A Lucy le recordo su infancia. El fumaba hierba delante de ella sin ningun disimulo. Le recordo inhalando profundamente, con una sonrisa como esta, y se pregunto para que lo necesitaba. Recordo que despues del campamento habia empeorado. Durante la infancia de Lucy las drogas formaban parte de la vida de su padre, eran una parte del «movimiento». Pero ahora se preguntaba si seria como la bebida para ella. ?Tendrian alguna forma de gen de la adiccion? ?O Ira, como Lucy, utilizaba agentes externos -drogas, alcohol- para huir, para atontarse, para no afrontar la verdad?
Capitulo 28
– Por favor, digame que bromea.
El agente especial Geoff Bedford del FBI y yo estabamos sentados en un restaurante de esos de aluminio por fuera y fotografias firmadas de celebridades locales por dentro. Bedford era pulcro y llevaba un mostacho en forma de U con cera en las puntas. Estaba seguro de haber visto uno de esos en la vida real, pero no pude recordar donde. Era como si fueran a aparecer tres tipos mas y montarse un cuarteto a capela.
– No -dije.
Aparecio la camarera, pero no nos llamo guapos. No hay derecho. Bedford estaba leyendo la carta, pero acabo pidiendo solo cafe. Capte el mensaje y pedi lo mismo. Le devolvimos las cartas. Bedford espero a que se marchara.
– No hay duda de que Steubens lo hizo. Mato a todas esas personas. Nunca hubo ninguna duda. No la hay ahora. Y no hablo de duda razonable. No hay ninguna duda de ninguna clase.
– Los primeros asesinatos. Los cuatro del bosque.
– ?Que pasa?
– No habia ninguna prueba que lo vinculara a esos casos -respondi.
– Pruebas fisicas no.
– Cuatro victimas -dije-. Dos eran chicas. Margot Green y mi hermana.
– Asi es.
– Pero ninguna de las otras victimas de Wayne Steubens eran mujeres.
– Correcto.
– Todos eran varones de entre dieciseis y dieciocho anos. ?No le parece raro?
Me miro como si de repente me hubiera crecido una segunda cabeza.
– Mire, senor Copeland, he aceptado verle porque, primero, es fiscal del condado, y segundo, su hermana murio a manos de ese monstruo. Pero esta linea de interrogatorio…
– Acabo de ver a Wayne Steubens -dije.
– Estoy enterado. Y debo decirle que es un maldito psicopata y un mentiroso patologico.
Pense que Lucy me habia dicho lo mismo. Tambien pense que Wayne habia dicho que el y Lucy habian tenido un idilio antes de que yo fuera al campamento.