El triciclo se habia atascado en el trafico, detras de varios camiones. Se puso a rugir para pasar por la derecha, y Maggie tuvo que gritar para seguir hablando.

– Bien, yo creo que es algo mas que el panorama. Creo que algunos lugares poseen un poder propio.

Baedecker sonrio.

– Quiza tengas razon.

Ella se volvio hacia el, una sonrisa en los ojos verdes.

– Y quiza me equivoque. Podria estar diciendo tonterias. Este pais transforma a cualquiera en mistico. Pero a veces creo que pasamos la vida entera en una peregrinacion para encontrar lugares asi.

Baedecker miro hacia otro lado y no dijo nada.

La Luna era un enorme y brillante arenero y Baedecker era la unica persona alli presente. Habia llevado el Rover a cien metros del modulo de descenso y lo habia aparcado de modo que pudiera transmitir imagenes del despegue. Desabrocho el cinturon de seguridad y levanto el asiento con un brazo, la facilidad se habia vuelto una segunda naturaleza en baja gravedad. Sus huellas aparecian por doquier en el polvo profundo. Las marcas de las llantas giraban, se entrecruzaban y enfilaban hacia las resplandecientes y blancas tierras altas del norte. Alrededor de la nave el polvo estaba pisoteado y apisonado como nieve alrededor de una cabana.

Baedecker boto alrededor del Rover. El pequeno vehiculo estaba sucio y maltrecho. Dos de los ligeros guardabarros se habian desprendido, y Dave los habia reemplazado con mapas de plastico para protegerse de la polvareda. El cable de la camara se habia enmaranado varias veces y tuvo que desenredarlo. Ahora habia sucedido de nuevo. Baedecker boto gracilmente hacia el frente del Rover, libero el cable de un tiron y limpio la lente. Dave ya habia regresado al modulo lunar.

– Bien, Houston, todo parece correcto. Me ire de aqui. ?Como se ve?

– Magnifico, Dick. Podemos ver el Discovery y esperamos ver vuestro despegue.

Baedecker examino la camara con ojos criticos mientras el aparato giraba a izquierda y derecha. Podia imaginar la imagen que enviaba. Su polvoriento traje espacial seria un resplandor blanco interrumpido por correas, hebillas y la oscura extension del visor. No tendria cara.

– Bien -dijo-. De acuerdo… ?Algo mas?

– …tivo…

– Repita, Houston.

– Negativo, Dick. Nos estamos retrasando. Hora de abordar.

– Enterado.

Baedecker se volvio para echar un ultimo vistazo al suelo lunar. El resplandor del sol borraba casi todos los rasgos de la superficie. A pesar del oscuro visor, la superficie era un yermo brillante y blanco. Congeniaba con sus pensamientos. Baedecker comprobo con irritacion que tenia la mente llena de detalles -lista de chequeo, procedimientos de almacenaje, la vejiga llena- que no le permitian pensar. Respiro mas despacio y trato de experimentar los sentimientos que albergaba.

«Estoy aqui -penso-. Esto es real.»

Se sintio necio, jadeando en el microfono, retrasando aun mas la partida. El brillo de la luz solar en la lamina de oro aislante del modulo le llamo la atencion. Encogiendose de hombros en el enorme traje, Baedecker boto sin esfuerzo a traves del terreno pisoteado y lleno de agujeros regresando a la nave espacial.

La media luna se elevaba sobre la jungla. Le tocaba lanzar a Maggie. Se inclino, uniendo las rodillas, esforzandose para concentrarse. Lanzo. La pelota rodo por la rampa de cemento y boto por encima de la baja baranda.

– Este lugar es increible -comento Baedecker. Khajuraho consistia en una pista de aterrizaje, un famoso grupo de templos, una pequena aldea india y dos hoteles en el linde de la jungla. Y un campo de golf miniatura.

El complejo de templos cerraba a las cinco de la tarde. Otra de las diversiones era un viaje en elefante por la jungla, patrocinado por el hotel durante la temporada turistica. No era temporada turistica. Habian ido a caminar detras del hotel y encontraron el campo de golf.

– No lo puedo creer -habia dicho Maggie.

– Lo debe haber dejado un arquitecto de Indianapolis que echaba de menos su hogar -dijo Baedecker. El empleado del hotel fruncio el entrecejo pero les dio varios palos, dos de ellos irremisiblemente torcidos. Baedecker galantemente ofrecio a Maggie el mas derecho y enfilaron hacia los hoyos.

La bola de Maggie rodo en el cesped. Una serpiente delgada y verde se escurrio en la hierba alta. Maggie ahogo un grito y Baedecker extendio el palo como una espada. Frente a ellos en el crepusculo humedo, habia molinos de viento de madera descascarillada y franjas de campo sin alfombra. Las tazas y los tanques de cemento estaban llenos de agua tibia de la lluvia del monzon. Metros mas alla del ultimo hoyo se erguia un verdadero templo hinduista que parecia parte de ese collage.

– A Scott le encantaria este sitio -rio Baedecker.

– ?De veras? -pregunto Maggie, apoyandose en el palo. Su cara era un ovalo blanco en la luz opaca.

– Claro. El golf era su deporte favorito. Soliamos comprar un pase de verano para jugar en el campo de Cocoa Beach.

Maggie agacho la cabeza y lanzo una bola contra el cemento lleno de guijarros. Alzo la cara cuando algo eclipso la luna.

– ?Oh! -exclamo. Un murcielago de un metro y medio de envergadura salio de la arboleda y se perfilo contra el cielo.

En el hoyo catorce, los mosquitos los obligaron a regresar al hotel.

Woodland Heights. A diez kilometros del centro espacial Johnson, en una extension plana como las salinas de Bonneville e igualmente despojada de arboles, salvo por los ejemplares jovenes precariamente sostenidos en cada patio, los hogares de Woodland Heights se extendian en curvas y circulos bajo el implacable sol de Texas. Una vez, volando a casa tras una semana en el Cabo, a principios del entrenamiento para un vuelo Gemini que nunca se realizo, Baedecker sobrevolo con su T-38 las incesantes geometrias de casas similares para encontrar la suya. Al final la reconocio por el viejo Rambler de Joan, recien pintado de verde.

Impulsivamente se lanzo en picado y alzo el morro a una satisfactoria e ilegal altura de treinta metros por encima de los tejados. El horizonte viraba, el sol se reflejaba en el plexiglas, y Baedecker descendio para pasar de nuevo. Elevandose, encendio el posquemador, puso el T-38 en posicion vertical y trazo un rizo cerrado. Culmino cuando Baedecker vio la milagrosa aparicion de su esposa e hijo, que salian de la casa blanca.

Era uno de los pocos momentos de la vida de Baedecker en que realmente se sentia feliz.

Observando la franja de luz lunar que se desplazaba por la pared de la habitacion de Khajuraho, Baedecker se pregunto si Joan habria vendido la casa o si aun la conservaba para alquilarla.

Al cabo de un rato se levanto y fue a mirar por la ventana. Asi cerro el paso a la fragil franja de luz, dejando que prevaleciera la oscuridad.

Basti, chawl o como lo llamaran los habitantes de Calcuta, era el colmo de la pobreza. El laberinto de chozas de techo de hojalata y tiendas de arpillera se extendia kilometros a lo largo de las vias ferreas, solo penetrado por algunos senderos sinuosos que hacian las funciones de calles y cloacas. La densidad de poblacion era increible. Habia ninos por doquier, defecando en las puertas, corriendo entre las casuchas, siguiendo a Baedecker con el andar ligero de los timidos y los descalzos. Las mujeres desviaban los ojos o se cubrian el rostro con el sari. Los hombres lo miraban con una curiosidad desenfadada que rayaba en la hostilidad. Algunos lo ignoraban. Las mujeres se acuclillaban junto a los ninos arrancandoles piojos del pelo pegajoso. Las ninitas se agazapaban junto a las ancianas y modelaban el estiercol de vaca con las manos, formando tortas chatas que usarian como combustible. Un viejo se escupio flema en la mano mientras se acuclillaba para defecar en un terreno baldio.

– ?Baba! ?Baba! -exclamaban los ninos corriendo junto a Baedecker. Tendian las palmas y le daban tirones con las manos. Hacia rato que a Baedecker se le habian acabado las monedas-. ?Baba! ?Baba!.

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