La mandibula de Waterman se aflojo.
—?Que quiere decir?
—Precisamente lo que dije, Ernie.
—No entiendo.
—Ya entendera —dijo Kinsman—. Ya entendera.
Y se alejo de Waterman dejandolo ahi en el corredor, rascandose la cabeza y no demasiado contento.
Kinsman siguio su camino por las areas de cultivo de subsuelo, los talleres y laboratorios, la seccion de computadoras, el centro de comunicaciones. Hacia esto casi todos los dias, pero nunca en un orden preestablecido. Saludaba, descubria problemas, escuchaba quejas y sugerencias. La idea era mantener una buena imagen y la atmosfera clara. Todos lo conocian. Mas importante todavia: llego a conocer a todos en Selene, incluidos los temporarios.
La seccion del hospital era siempre la mas tranquila, la mas relajada y la mas sana de las areas que inspeccionaba. Tan pronto como atraveso las puertas dobles que daban al vestibulo del hospital, Kinsman se sintio aliviado. Colores pastel en las paredes, voces suaves, hasta los sistemas de intercomunicacion y los altoparlantes habian sido silenciados. Un agradable lugar para estar, penso, siempre y cuando no les dejes ponerte las manos encima.
Pero hoy parecia diferente.
Dos enfermeras pasaron presurosas junto a el, empujando sendas consolas con ruedas. Se las veia preocupadas, y se movian con tal rapidez que Kinsman no pudo darse cuenta de que clase de equipo llevaban. Desaparecieron por un corredor que salia del vestibulo. Un joven medico con cara de afligido seguia con premura a las enfermeras.
El sistema de altoparlantes volvio a la vida. Una voz de hombre, aguda y extranamente intensa llamo:
—Doctora Myers, doctora Myers… de inmediato a terapia intensiva.
La sala de terapia intensiva… ?Dios mio, Baliagorev! Kinsman se lanzo por el mismo corredor por el que habian desaparecido las enfermeras.
Paso como un rayo junto a la sala de monitores de la sala de terapia intensiva, donde un enfermero sobre su asiento frente a las pantallas visoras le grito:
—?Eh! No puede… —Al reconocer a Kinsman dijo debilmente—: ?Senor?
Kinsman vio una confusion de uniformes blancos delante. Resbalo hasta detenerse y luego se abrio paso a traves del circulo exterior de enfermeras.
—?No quiero hablar con ninguno de ustedes, vampiros armados de enemas! ?Quiero a la doctora Myers!
Era Baliagorev. Punzante como una avispa y debil como una pluma…, pero su voz era ferrea. Estaba palido, la cara marcada por la vejez. Habia una docena de tubos y cables conectados a varias partes de su cuerpo. Alguien habia elevado su cama flotante para que pudiera estar sentado.
Kinsman vio que una de las consolas que habian traido las enfermeras era un reproductor de videotapes. El ruso se inclino para tocarlo.
—?No lo haga! ?Lo va a romper!
—?Llevenselo! —grito Baliagorev—. Cuando quiera entretenerme con aparatos sin cerebro se lo dire. ?Donde esta la doctora Myers? ?Donde esta ella?
Kinsman se abrio paso entre el grupo de enfermeras y el joven medico y dijo:
—La doctora estara aqui en un momento, senor. Yo soy Chet Kinsman, el comandante de este lugar. Me alegra ver que se siente fuerte ya.
—Me siento muy infeliz —replico Baliagorev, en un ingles impecable—. ?Como se sentiria usted si estuviera lleno de hilos como una marioneta?
—Bueno, yo…
El ruso sacudio la cabeza.
—Soy un hombre simple. Puedo aceptar el hecho de que mis compatriotas me consideren un loco revisionista. Puedo aceptar que mi propio corazon me haya traicionado. Y hasta puedo aceptar el hecho de que estoy rodeado de yanquis que tienen la sensibilidad cultural de un contrabandista leton. Todo lo que yo quiero es ver a la doctora Myers. ?Por que este simple pedido…?
—Aqui estoy, maestro.
Kinsman se volvio y pudo ver que los demas abrian paso a Jill. Detras de ella venia el medico ruso, Landau. Ambos tenian extranas expresiones en sus caras: felices, pero… ?turbados?
—?Aaah, Jilyushka, mi angel guardian! ?Donde has estado? —el tono de Baliagorev habia cambiado completamente. Paso de la truculencia a la dulzura de un abuelo en un abrir y cerrar de ojos.
Jill le sonrio.
—Bueno, en este hospital hay otros pacientes, y…
—?Tonterias! Estabas escondida en algun rincon, besando a ese tonto barbudo.
La cara de Landau se puso roja como un tomate. Jill se rio. Kinsman se volvio hacia las enfermeras y dijo con calma:
—Creo que la emergencia ha pasado.
Comenzaron a retirarse de la pequena habitacion murmurando entre ellos.
—No se vaya —dijo Baliagorev a Kinsman—. Tengo que hacerle un pedido.
Kinsman se detuvo al llegar a la puerta abierta y se volvio hacia el ruso.
—Me gustaria permanecer aqui, en el sector americano, en lugar de volver a Lunagrad, al menos por un tiempo.
Kinsman no supo si reirse o mostrarse preocupado.
—Creia que nosotros los yanquis teniamos la sensibilidad cultural de un contrabandista leton.
Sin la menor agitacion, Baliagorev respondio:
—Cuando se ha pasado tanto tiempo como yo en las tiranicas manos de enfermeras y empleados de hospital, uno aprende que solo hay un modo de tratarlos: con desprecio. Sin embargo… —su tono se suavizo—, sinceramente, quisiera permanecer aqui.
—Bueno… —este viejo es muy astuto, penso Kinsman—. ?Puedo preguntar por que?
Baliagorev miro a Landau por un momento y luego volvio a mirar a Kinsman. Sus ojos eran de un azul frio.
—Digamos… que es un capricho de viejo. Las mujeres son mucho mas lindas aqui. Las enfermeras de Lunagrad son espantosas, enormes bestias sin gracia… y no se las puede mejorar.
—Eso no es verdad —murmuro Landau.
—?Bah! ?Por que esconderlo? Lo que busco es asilo politico. Estaba buscando asilo en Francia cuando mis compatriotas me arrestaron y me enviaron a un hospital en Siberia. ?Un hospital psiquiatrico! Ahi fue donde se enfermo mi corazon.
—Este es… un momento muy delicado para pedir asilo politico, usted lo sabe.
Kinsman mantuvo sus ojos apartados de Landau mientras respondia. Baliagorev fruncio sus delgados y azulinos labios.
—No habra discusion politica de ninguna clase mientras mi paciente este en terapia intensiva —intervino Jill. Se volvio hacia Baliagorev y lo amenazo severamente con un dedo regordete—. ?No lo hemos sacado de la muerte clinica para que se mate por la excitacion de una discusion politica!
Landau se echo a reir.
—Ella tiene razon, Nikolai Ivanovich. Este no es momento para discusiones.
El anciano enarco sus hirsutas cejas.
—Muy bien. Ustedes han hecho su milagro, y no quieren que este Lazaro sufra una recaida, ?no? Pero… ?puedo saber si tu hablaras de politica con alguno de nuestros compatriotas?
El medico ruso sacudio la cabeza con gravedad.
—No. Se lo prometo.
—Puede confiar en Alexei —dijo Jill.