de los pantalones y abultaba en la parte interior del muslo. Parecia que tuviera un par de testiculos de mas.

Respiro profundamente para tranquilizarse y abrio la puerta. Se dirigio al encuentro de Jill y de su equipo medico.

Dos horas mas tarde estaba sentado en una silla especial con almohadones de espuma, a bordo del avion cohete que reentraba en la atmosfera terrestre.

Kinsman estaba dentro de un esqueleto exterior mecanico: era una estructura de tubos metalicos que corrian a lo largo de sus piernas, su torso, brazos y cuello. Los tubos de metal plateado estaban articulados en todos los lugares en que el cuerpo humano estaba articulado, aunque las amplias placas de metal que llevaba en la espalda no serian nunca tan flexibles como una espina dorsal. Diminutos motores de servicio movian el traje en respuesta a los propios movimientos musculares de Kinsman.

Mientras el avion cohete se hundia mas profundamente en la atmosfera de la Tierra y la fuerza de gravedad aumentaba en al aparato, Kinsman probo su nuevo esqueleto externo. Levanto el brazo derecho del apoyabrazos de su asiento. Apenas se oyo un levisimo murmullo de los motores electricos y el brazo se levanto suavemente, con toda facilidad. Sin embargo, cuando Kinsman trato de flexionar sus dedos —que no tenian ayuda auxiliar—, sintio como si estuviera tratando de apretar una pelota de esponja de goma en lugar de aire.

El esqueleto exterior permitiria a un hombre normal en gravedad terrestre levantar cargas de media tonelada con una sola mano. Kinsman confiaba que el traje le permitiera estar de pie y caminar adecuadamente.

La parte de atras del traje incluia una estructura rigida, semejante a la estructura del zurron de caminante, a la que se adosaron una bateria para la energia necesaria para todo el equipo y una bomba cardiaca, el control del marcapasos y su motor, y un pequeno tanque verde que contenia oxigeno para una hora. Sobre el asiento, junto a el, habia una mascara de oxigeno. Jill habia insistido en que tambien formara parte de todo el equipo que llevaba consigo, para casos de emergencia.

Le resultaba dificil mover la cabeza ya que los soportes del cuello del esqueleto externo eran demasiado tiesos. Asi pues, como alguien a quien le duele el cuello, Kinsman giro cuidadosamente todo el cuerpo ligeramente hacia un costado hasta donde se lo permitieron los correajes de seguridad que le envolvian los hombros y las piernas. Miro a Landau y Harriman que estaban sentados en el doble asiento al otro lado del pasillo. Se movian con libertad, excepto por los correajes de seguridad, y estaban sumergidos en una animada conversacion.

El resto del avion cohete estaba vacio, salvo por la tripulacion en la cabina y un trio de azafatas que habian debido mostrar certificados profesionales de enfermeria antes de que Jill las autorizara a servir en ese vuelo tan breve.

Kinsman se reclino en su asiento con el acompanante de un coro en miniatura de murmullos electricos y cerro los ojos. Sabia perfectamente bien lo que estaba ocurriendo en la cabina ahora, o por lo menos lo que ocurria antes, cuando el mismo habia piloteado aparatos semejantes, hacia varias decadas. Ahora todo era controlado desde la superficie: todo era automatico. La tripulacion estaba ahi solo para casos de emergencia.

Pero en su mente sintio nuevamente el tiron de la columna de control en sus manos mientras la nave luchaba contra un maximo de fuerzas aerodinamicas. Vio la estela de fuego del ingreso a la atmosfera, cuando el aparato brillaba a traves de la atmosfera como un meteoro que cae, haciendo arder el aire a su alrededor. Recordo un vuelo en el que el y Frank Colt…

—Aterrizaje en tres minutos —anuncio el pequeno altoparlante. Hasta la voz sonaba metalica, automatica. Sin ninguna emocion.

A pesar de si mismo Kinsman sonrio. Solo son reminiscencias de otros tiempos, de un pobre vejete.

No habia ventanillas en el avion cohete, pero la pequena pantalla visora instalada en el resplado del asiento delante de el mostraba, desde el punto de vista del piloto, el acercamiento de la nave al espaciopuerto J. F. Kennedy. El sol se reflejaba en el agua gris acero. Estructuras indiscernibles comenzaron a cobrar forma en la pantalla: casas, fabricas, depositos, garages de estacionamiento, torres, iglesias, negocios, puentes, caminos… todo al aire libre, bajo un sol extranamente palido y diluido.

Aun cuando miraba atentamente la pequena pantalla, Kinsman no pudo ver gente, ni coches en los caminos. Escasamente un ocasional omnibus gris o un camion color verde oliva, que parecia mas bien un vehiculo militar que civil. La larga y oscura flecha de la pista se acerco velozmente. Un chirrido y un salto, luego otro, y luego el apagado murmullo de los cohetes de freno le dijeron a Kinsman que habian aterrizado. Estaban en el suelo. En la Tierra.

No se movio hasta que la nave se detuvo en la terminal. Las azafatas lo ayudaron a desprender las hebillas del correaje de seguridad. Luego se apartaron un poco —con extranas expresiones en sus caras— mientras trataba de ponerse de pie.

Debo tener un aspecto bastante extrano, penso, mientras el traje se desplegaba. Se puso de pie.

—?Como se siente? —pregunto Landau. Su voz profunda y sus ojos graves de algun modo irritaron a Kinsman.

—Bien. Igual que en el Nivel Uno de Alfa. Los desafio a un partido de baloncesto antes de volver a casa.

Harriman lanzo un bufido.

—?Ya estas alardeando! Vamos, si realmente eres tan sano, sal de esta lata de sardinas y permitamos a la gente que nos admire.

Pero no habia gente. Por lo menos, no habia multitudes. Kinsman y sus acompanantes salieron del aparato y entraron a un tunel de acceso que conducia hasta el edificio del espaciopuerto. Un grupito de oficiales y medicos estaban ahi. Entre ellos habia un representante del Departamento de Estado, y varios funcionarios de las Naciones Unidas. Uno de estos, advirtio Kinsman inmediatamente, era una rubia sorprendentemente atractiva. Apuesto a que es sueca, penso.

No habia periodistas, ni camaras de television. Ni siquiera curiosos. Todas las otras puertas de esa seccion del edificio estaban cerradas. Toda el area habia sido aislada. Hasta donde Kinsman podia ver a traves de los corredores, no habia nadie excepto una fila de guardias de seguridad a unos veinte metros unos de otros. Llevaban cascos de acero y mascaras de gas colgando de los cinturones, entre las pistolas para desordenes y los lanzagranadas. Hasta los kioskos de revistas y los negocios de regalos estaban cerrados.

Entonces aparecio la alta figura de Marrett, que se abria paso entre el grupo de funcionarios mascando tabaco.

—?Bienvenido a la ciudad de las delicias! —exclamo, y los demas parecieron empalidecer y desaparecer hacia atras. Kinsman extendio un brazo envuelto en metales y Marrett le dio la mano afectuosamente—. Soy el comite de recepcion no oficial, y el representante personal del secretario general. Tenemos un escuadron de automoviles esperando en la puerta para llevarlos al Cuartel General de las Naciones Unidas. Ustedes tres son huespedes del secretario general.

Pero no fue tan facil. Los oficiales inmediatamente formaron una fila de recepcion y los tres visitantes lunares tuvieron que ser presentados a cada uno de ellos. Kinsman se pregunto ociosamente como se las arreglarian para organizar el orden de precedencias, ya que parecian provenir de una docena de naciones diferentes y de dos docenas de tipos de agencias gubernamentales, desde el Instituto Nacional de Salud de los Estados Unidos hasta el Ministerio para el Desarrollo de los Recursos Naturales de Tanzania.

Kinsman le dio la mano a todos, incluyendo a la rubia, que resulto ser de Kansas City y representaba al Consejo Urbano de America. Un lindo frente para un operador cinematografico inteligente, penso Kinsman. Mirando mas detenidamente su parte delantera cubierta por un jersey, decidio: Demonios, tiene un lindo frente para cualquier cosa.

Finalmente estuvieron listos para ir por un corredor hacia el edificio principal de la terminal. Uno de los medicos americanos dijo:

—Tenemos una silla de ruedas para usted, senor Kinsman.

—No, puedo caminar.

Landau se acerco a el.

—Seria mejor que reservara sus fuerzas.

—Me siento bien.

—En este momento esta bajo los efectos de la adrenalina —insistio Landau, quedamente—. Es aconsejable aprovechar la silla de ruedas.

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