De modo que sacaron a Kinsman en la silla. Estaba furioso mientras recorrian el vacio edificio. La seguridad era bastante estricta; se apercibio de ello cuando vio que todo el edificio de uno de los mas grandes aeropuertos —y uno de los pocos espaciopuertos— de la Tierra , habia sido clausurado completamente. Las boleterias estaban vacias; los monitores de television que mostraban la salida y llegada de vuelos estaban en blanco; las cafeterias y los restaurantes, asi como los bares, estaban cerrados y oscuros. Cada pocos metros habia guardias de seguridad fuertemente armados y con caras cenudas.
El unico signo de vida, aparte del cortejo funebre que se deslizaba por el desierto edificio junto con Kinsman, era un fotografo solitario que saltaba hacia atras y hacia adelante con la agilidad del espantapajaros de Oz, sacando fotos con una diminuta camara.
Kinsman y Landau fueron conducidos a una brillante limusina junto con Marrett y el representante del Departamento de Estado americano, un joven de mandibula cuadrada muy bronceado y con las tipicas arrugas alrededor de los ojos que se forman de tanto estar al aire libre y no detras de un escritorio.
—?Todo bien? —pregunto Marrett. Tenia que agacharse un poco para evitar que su cabeza calva golpeara contra el techo elegantemente tapizado.
—Tan bien como puede uno esperar —respondio Kinsman.
Alcanzo a ver que Harriman subia a un coche delante del de ellos. Iba con la rubia de Kansas a su lado.
—?Que tal es esa celda para una persona? —pregunto Marrett, mientras el chofer ponia en marcha el vehiculo y se alejaba del edificio del aeropuerto .
—No esta mal. Supongo que es mejor que tratar de moverme por aqui sin su ayuda.
El hombre del Departamento de Estado, cuyo nombre Kinsman ya habia olvidado, pregunto:
—?Como se siente al estar nuevamente en casa?
Kinsman le lanzo una fria mirada.
—Mi hogar esta a medio millon de kilometros de aqui.
—Oh, si, ciertamente… Vera, quise decir…
Pero Kinsman estaba mirando hacia afuera, a los enormes espacios para estacionamiento totalmente vacios que rodeaban al aeropuerto.
—?Han cerrado todo el maldito aeropuerto por nosotros? ?De que tienen miedo?
—En estos tiempos cualquier cosa puede ser causa de desordenes —dijo el joven del Departamento de Estado—. Y como se dara cuenta, los rebeldes no gozan de mucha popularidad entre la gente.
—Y tambien asi es mas facil controlar la informacion sobre ustedes —agrego Marrett rapidamente—, ya que el gobierno es la unica fuente de noticias. ?No es verdad, Nickerson?
Nickerson parecio ponerse mas oscuro bajo su bronceado.
—Los medios de informacion tienden a ser irresponsables, sensacionalistas…
Marrett se rio. Fue una sonora carcajada, que lleno el interior de la elegante limusina.
—Seguro. No tiene sentido permitirles que se exciten simplemente porque un hombre que ha dirigido una exitosa rebelion contra el gobierno, ha venido desde la Luna de visita como invitado de las Naciones Unidas.
Nickerson no le devolvio la risa.
—Senor Marrett —dijo friamente—, usted es un ciudadano americano, si bien parece ser mas leal a las Naciones Unidas que a su propio pais. Le aconsejo que sea mas cuidadoso con sus afirmaciones.
—?Guardese sus consejos, hijo!
Marrett saco un cigarro nuevo del bolsillo de su camisa. A pesar del clima de invierno, el enorme meteorologo llevaba solo una ligera chaqueta de cuero sobre su conjunto de camisa y pantalon.
Landau levanto una mano en senal de protesta.
—Preferiria que no fumara aqui.
—?Eh? ?Ah! —Marrett miro a Kinsman y luego guardo el cigarro en el bolsillo.
La autopista que conducia a Manhattan estaba libre de vehiculos a ambos lados, excepto por un ocasional transporte de la policia o un carro blindado del ejercito. Hasta los puentes que pasaban por arriba de ellos estaban desiertos: ni trafico, ni gente.
Mientras el cortejo de limusinas y sus escoltas se acercaban a Manhattan, una extrana sensacion comenzo a dominar la espalda de Kinsman. Habia estado en ese lugar anteriormente. Todo tenia un aspecto conocido; sin embargo, era de algun modo diferente. Vacio. Habian sacado a toda la gente. No habia nadie en las calles, ni coches ni omnibus. Pero habia algo mas. Algo faltaba aun en esos pequenos valles de ladrillo y cemento.
Giraron hacia Queensboro Bridge y Kinsman vio las siluetas de las altas y grises torres que recordaba a medias, perdidas en una neblina parduzca de smog. Hacia un lado despues del puente, unos pocos coches privados compartian la Avenida East River con multitud de omnibus a vapor. Pero en direccion al centro, por la calle que conducia al complejo de edificios de las Naciones Unidas, no se veia nada excepto los vehiculos policiales y militares.
El rio abajo se veia aceitoso, pesado y lento… y recien en ese momento Kinsman se dio cuenta. ?Agua! Kilometros y kilometros de agua, olas que se superponian lentamente, agua que caia del cielo y creaba ruidosas y pequenas corrientes…, como aquella vez en la inundacion del Colorado, cuando bajaban por las laderas de las montanas para formar rios que luego iban a terminar en el oceano… Rios, oceanos, un planeta entero lleno de agua.
Miro fijamente el rio gris.
Aparto sus ojos del sucio rio.
—Simplemente, no entiendo por que tenian que aislar todo a nuestro paso —dijo.
Nickerson echo una ojeada a Marrett, que estaba sentado junto a el en el otro asiento movil.
—Senor Kinsman —dijo luego—, tal vez sea una sorpresa para usted, pero la mayoria del pueblo americano lo considera un traidor. Pensamos que seria mejor para su seguridad brindarle la maxima proteccion.
—Y un minimo de posibilidades para que yo contara directamente a la gente la historia de Selene.
El rostro de Nickerson echaba fuego, pero eso era lo unico que traicionaba sus sentimientos. Dijo sin expresion:
—No queremos correr el riesgo de que se inicien desordenes en los que alguno de ustedes pueda resultar herido o muerto.
Marrett tenia una expresion de disgusto, pero no dijo nada. Kinsman se volvio para mirar el rio.
Mientras se alejaban de la avenida East River por el corto espacio de las rampas que conducian directamente a los garages de las Naciones Unidas, la gente aparecio subitamente. Habia miles de personas. Decenas de miles. Llenaban los espacios para peatones y se desbordaban hasta bloquear el final de la calle Cuarenta y Ocho. Un cordon de policia montada —?todavia usan caballos!— impedia que la gente subiera a la rampa y bloqueara el acceso de las limusinas a los garages.
Kinsman recordaba la Plaza de las Naciones Unidas como un parque perfectamente cuidado, verde, con arboles y arbustos. La rapida impresion que tuvo mientras las limusinas aminoraban la marcha, era la de un lugar desnudo y sin arboles. Un lugar raso, lleno ahora de gente con banderitas americanas en los punos y grandes carteles.
Y habia peores. La mayoria de los carteles habian sido impresos profesionalmente, y alguien habia