embargo habia cierto humor subyacente en su expresion que hizo que ella pensara en un aceptable avance del alferez Koudelka al cabo de diez o doce anos.
—El capitan Vorkosigan habla muy bien de usted —dijo Vorkalloner, iniciando una conversacion intrascendente. No llego a advertir el leve ceno fruncido de su capitan—. Supongo que si solo podiamos capturar a un betano, usted era la mejor eleccion.
Vorkosigan dio un respingo. Cordelia sacudio brevemente la cabeza, indicandole que ignorara el requiebro. Vorkosigan se encogio de hombros y empezo a escribir algo en su teclado.
—Mientras toda mi gente este a salvo camino de casa, lo acepto como un buen negocio. Casi todos ellos, al menos. —El fantasma de Rosemont respiro friamente en su oido, y Vorkalloner parecio de pronto menos divertido—. Por cierto, ?por que estaban tan ansiosos de echarnos el cepo?
—Bueno, ordenes —dijo Vorkalloner sencillamente, como un antiguo fundamentalista que responde a todas las preguntas con la sentencia «Porque Dios lo quiso asi». Luego, una pequena duda agnostica asomo en su rostro—. De hecho, pense que nos enviaban aqui de guardia como una especie de castigo —bromeo.
La observacion encontro eco en Vorkosigan.
—?Por tus pecados? Tu cosmologia es demasiado egocentrica, Aristede.
Dejo que Aristede reflexionara sobre eso y se dirigio a Cordelia.
—La intencion era que su detencion se produjera sin derramamiento de sangre. Habria sido asi de no ser por ese otro asunto que se interpuso. Es una disculpa que no tiene valor para algunos… —Ella supo que compartia el recuerdo del entierro de Rosemont en la fria niebla negra—. Pero es la unica verdad que puedo ofrecerle. Mi responsabilidad no es menor por eso. Como estoy seguro que alguien del Alto Mando recalcara cuando llegue este informe.
Sonrio agriamente y continuo tecleando.
—Bueno, no puedo decir que lamente haber estropeado sus planes de invasion —dijo ella, atrevida. Ahi tienes, a ver como te lo tomas…
—?Que invasion? —pregunto Vorkalloner, alerta.
—Temia que se daria cuenta en cuanto viera las cavernas con los suministros —dijo Vorkosigan—. Todavia era objeto de acalorados debates cuando partimos, y los expansionistas agitaban la ventaja de la sorpresa corno cebo para derrotar al partido pacifista. Lo digo de manera extraoficial… bueno, no tengo ese derecho cuando voy de uniforme. Dejemoslo correr.
—?Que invasion? —sondeo Vorkalloner, esperanzado.
—Con suerte, ninguna —respondio Vorkosigan, permitiendose un poco de sinceridad—. Una fue suficiente para toda la vida. —Parecio replegarse en recuerdos privados y desagradables.
Estaba claro que Vorkalloner encontraba sorprendente esta actitud del Heroe de Komarr.
—Fue una gran victoria, senor. Con muy pocas perdidas de vidas.
—En nuestro bando.
Vorkosigan termino de escribir su informe y lo envio, luego introdujo una solicitud para otro impreso y empezo a juguetear con el lapiz optico.
—Esa es la idea, ?no?
—Depende de si pretendes quedarte o solo estas de paso. En Komarr dejamos un legado politico muy incomodo. No son las cosas que me gusta dejar a cargo de la proxima generacion. ?Como hemos llegado a hablar de este tema? —Termino el ultimo impreso.
—?A quien estaban pensando invadir? —pregunto Cordelia, obstinadamente.
—?Por que no me he enterado yo de eso? —pregunto Vorkalloner.
—Por orden: es informacion clasificada, y no se discute por debajo del nivel del Alto Estado Mayor, el comite central de los dos Consejos y el emperador. Eso significa que esta conversacion no puede seguir adelante, Aristede.
Vorkalloner miro a Cordelia significativamente.
—Ella no pertenece al Estado Mayor. Ahora que lo pienso…
—Ni yo tampoco, ya no —concedio Vorkosigan—. En cuanto a nuestra invitada, no le he dicho nada que no pudiera deducir ella sola. En cuanto a mi, se solicito mi opinion… en ciertos aspectos. No les gusto, pero ellos la pidieron. —Su sonrisa no era nada agradable.
—?Por eso lo enviaron fuera de la ciudad? —pregunto Cordelia, muy perspicaz, pensando que empezaba a pillarle el tranquillo a como se hacian las cosas en Barrayar—. De modo que el teniente coronel Vorkalloner tenia razon en eso de que estaba aqui de guardia. ?Solicito su opinion, hum, cierto viejo amigo de su padre?
—Desde luego no me la solicito el Consejo de Ministros —dijo Vorkosigan, pero se nego a seguir hablando y cambio de tema—. ?La han estado tratando mis hombres adecuadamente?
—Bastante bien, si.
—Mi cirujano jura que me dara el alta esta tarde, si soy bueno y me quedo en la cama esta manana. ?Puedo pasarme mas tarde por su camarote para hablar con usted en privado? Hay algunas cosas que necesito dejar claras.
—Claro —respondio ella, pensando que la peticion parecia bastante ominosa.
El cirujano entro entonces, molesto.
—Se supone que debe usted descansar, senor. —Miro con decision a Cordelia y Vorkalloner.
—Oh, muy bien. Envia estos informes con el siguiente correo, Aristede —senalo la pantalla—, junto con las acusaciones verbales y formales.
El doctor los acompano a la salida, y Vorkosigan empezo a escribir otra vez.
Cordelia deambulo por la nave el resto de la manana, explorando los limites de su libertad condicional. La nave de Vorkosigan era un confuso cubil de pasillos, niveles sellables, tubos y puertas estrechas disenadas, advirtio por fin, para poder ser defendidas en combate mano a mano en caso de abordaje. El sargento Bothari mantenia el ritmo con lentas zancadas, acechando en silencio como la sombra de la muerte a su lado, excepto cuando ella empezaba a girar hacia alguna puerta o pasillo prohibidos. Entonces se detenia bruscamente y decia:
—No, senora.
Pero no se le permitia tocar nada, como descubrio cuando paso casualmente una mano por un panel de control, provocando otro monotono «No, senora» por parte de Bothari. Eso hizo que se sintiera como una nina de dos anos a quien toman por un bebe.
Hizo un intento por sacarle las palabras de la boca.
—?Lleva mucho tiempo a las ordenes del capitan Vorkosigan? —pregunto animosamente.
—Si, senora.
Silencio.
Ella lo intento otra vez.
—?Lo aprecia usted?
—No, senora.
Silencio.
—?Por que no?
Esto al menos no podria tener una respuesta si/no. Durante un rato penso que no iba a responderle, pero finalmente dijo:
—Es un Vor.
—?Conflicto de clases? —aventuro ella.
—No me gustan los Vor.
—Yo no soy una Vor —sugirio Cordelia.
El se la quedo mirando, sombrio.
—Es usted como un Vor, senora.
Cordelia arrojo la toalla.
Esa tarde se acomodo en su estrecho camastro y empezo a explorar el menu que le ofrecia la biblioteca computerizada. Escogio un vid con el inofensivo titulo de