requirio que sondearamos profundamente. Creo que va a ser aun mas necesario en su caso. Pero hemos de tener su cooperacion voluntaria.
—Menos mal.
Cordelia se tumbo en la cama y se cubrio la cara con la almohada, pensando en la terapia con drogas. Era algo que le helaba la sangre en las venas.
Se pregunto cuanto podria soportar el sondeo en busca de recuerdos que no existian antes de que empezara a crearlos para satisfacer la demanda. Y aun peor; el mismo efecto del sondeo podia sacar a la luz aquellos agonicos secretos que tenia en la cabeza: las heridas secretas de Vorkosigan.
Suspiro, se quito la almohada de la cara y la abrazo contra su pecho. Alzo la cabeza y vio que Sprague la observaba con preocupacion.
—?Todavia esta aqui?
—Siempre estare aqui, Cordelia.
—Eso es lo que me temia.
Sprague no le saco nada mas despues de eso. Ahora Cordelia tenia miedo de dormir, por miedo a hablar o a que la interrogaran en suenos. Daba pequenas cabezadas, y despertaba sobresaltada cada vez que habia movimiento en el camarote, como cuando su companera de habitacion se levantaba para ir al cuarto de bano todas las noches. Cordelia no admiraba los propositos secretos de Ezar Vorbarra en la ultima guerra, pero al menos se habian cumplido. La idea de que todo aquel dolor y toda aquella muerte hubieran sido en vano la atormentaba, y decidio que todos los soldados de Vorkosigan, si, incluso Vorrutyer y el comandante del campamento, no habrian muerto inutilmente por culpa de ella.
Termino el viaje mucho peor de como lo habia empezado, flotando al borde de un verdadero colapso, acosada por penetrantes dolores de cabeza, insomnio, un misterioso temblor en la mano izquierda y los principios de un tartamudeo.
El viaje desde Escobar a la Colonia Beta fue mucho mas facil. Solo duro cuatro dias, en un correo rapido betano enviado especialmente para ella, cosa que le sorprendio. Contemplo los noticiarios en el holovid de su camarote. Estaba mortalmente agotada de la guerra, pero encontro por casualidad una mencion a Vorkosigan, y no pudo resistir prestar atencion para ver que consideracion tenia de el la opinion publica.
Horrorizada, descubrio que su trabajo con la comision de investigacion judicial habia hecho que la prensa betana y escobariana lo acusaran por la manera en que habian sido tratadas las prisioneras, como si el hubiera estado al mando desde el principio. La vieja historia falsa sobre Komarr salio de nuevo a la luz, y su nombre fue vilipendiado por todas partes. La injusticia de todo aquello la puso furiosa, y dejo de ver las noticias, disgustada.
Por fin orbitaron la Colonia Beta, y ella se acerco a la cabina para echarle un vistazo a casa.
—Ahi esta por fin la vieja caja de arena —saludo el capitan alegremente—. Van a enviar una lanzadera a recogerla, pero hay una tormenta sobre la capital y trae un poco de retraso, hasta que remita un poco y puedan bajar las pantallas del puerto.
—Puedo esperar a llegar para llamar a mi madre —comento Cordelia—. Probablemente estara en el trabajo. No tiene sentido molestarla alli. El hospital no esta lejos del espaciopuerto. Puedo tomarme una buena bebida relajante mientras espero a que termine el turno y venga a recogerme.
El capitan le dirigio una mirada peculiar.
—Oh, bueno.
La lanzadera llego por fin. Cordelia estrecho las manos de todo el mundo, agradeciendo a la tripulacion del correo sus atenciones, y subio a bordo. La azafata de la lanzadera la recibio con un monton de ropa nueva.
—?Que es todo esto? ?Santo cielo, uniformes de la Fuerza Expedicionaria por fin! Mas vale tarde que nunca, supongo.
—?Por que no se lo pone? —la insto la azafata, sonriendo de oreja a oreja.
—?Por que no?
Hacia tiempo que llevaba el mismo uniforme escobariano prestado, y estaba harta de el. Tomo la ropa celeste y las brillantes botas negras, divertida.
—?Por que botas de montar, por el amor de Dios? Casi no hay caballos en la Colonia Beta, excepto en los zoos. Lo admito, tienen un aspecto esplendido.
Al descubrir que era la unica pasajera de la lanzadera, se cambio al momento. La azafata tuvo que ayudarla con las botas.
—Quien las diseno tendria que estar obligado a llevarlas en la cama —murmuro Cordelia—. O tal vez lo hace.
La lanzadera descendio, y Cordelia se acerco a la ventana, ansiosa por ver su ciudad natal. La neblina ocre se abrio por fin, y bajaron trazando espirales hasta el espaciopuerto y el muelle de atraque.
—Parece que hay un monton de gente hoy.
—Si, el presidente va a dar un discurso —dijo la azafata—. Es muy excitante. Aunque yo no le vote.
—?Freddy
Podia sentir el comienzo del agotamiento, y se pregunto cuanto tiempo pasaria hasta que estuviera extenuada por completo. La doctora escobariana tenia razon en sus principios, si no en sus deducciones: todavia habia un precio emocional que pagar, hecho un nudo en algun lugar bajo su estomago.
Los motores de la lanzadera se apagaron, y ella se levanto para dar las gracias a la sonriente azafata, incomoda.
—N-no habra un co-comite de re-recepcion para mi ahi fuera, ?verdad? Creo que no podria soportarlo.
—Tendra ayuda —le aseguro la azafata—. Aqui viene.
Un hombre con un
—?Como se encuentra, capitana Naismith? Soy Philip Gould, secretario de prensa del presidente.
Cordelia se quedo de una pieza. Secretario de prensa era un cargo a nivel ministerial.
—Es un honor conocerla.
Ella vacilo.
—N-no pla-planearan algun ti-tipo de espectaculo ahi fuera, ?no? Qui-quiero irme a casa.
—Bueno, el presidente ha planeado un discurso. Y tiene algo para usted —dijo el, tranquilizador—. De hecho, esperaba poder hacer varios discursos con usted, pero podremos discutir eso mas tarde. La verdad es que no esperabamos que la Heroina de Escobar sufriera miedo escenico, pero hemos preparado unas palabras para usted. La acompanare en todo momento y la ayudare con las entradas, y con la prensa. —Le paso un visor manual—. Intente parecer sorprendida cuando salga de la lanzadera.
—Estoy sorprendida. —Cordelia ojeo rapidamente el guion—. ?E-esto es una sa-sarta de mentiras!
El parecio preocupado.
—?Siempre ha tenido ese pequeno defecto en el habla? —pregunto con cautela.
—N-no, es mi
La linea que le habia llamado particularmente la atencion se referia al «cobarde almirante Vorkosigan y su grupo de rufianes».
—Vorkosigan es el hombre mas valiente que he conocido en mi vida.
Gould la agarro con firmeza por el brazo y la guio hasta la compuerta de la lanzadera.
—Tenemos que salir ya, para entrar a tiempo en el holovid. Tal vez pueda saltarse esa linea, ?de acuerdo? Ahora, sonria.
—Quiero ver a mi madre.
—Esta con el presidente. Alla vamos.
Salieron del tubo de la compuerta a una turba de hombres, mujeres y equipo. Todos empezaron a hacer preguntas a gritos al unisono. Cordelia empezo a temblar, de arriba abajo, en oleadas que comenzaban en la boca del estomago y se extendian.
—No conozco a nadie —le susurro a Gould.
—Siga caminando —respondio el, con la sonrisa clavada en la cara. Subieron a una tribuna montada en la