—?Solo si se po-pone boca abajo! —chillo Cordelia, nerviosa. Miro a Tailor—. No tengo que aceptar esa orden. Puedo dimitir de mi puesto.

—No necesitamos su permiso —dijo Mehta friamente—. Ni siquiera como civil. Si un pariente accede.

—?Mi madre nunca permitiria que me hicieran eso!

—Ya lo hemos discutido con ella, en profundidad. Esta muy preocupada por usted.

—Ya ve-veo. —Cordelia se aplaco bruscamente, mirando hacia la cocina—. Me preguntaba por que ese cafe estaba tardando tanto. Conciencia culpable, ?eh? —Tarareo una musiquilla entre dientes, luego se detuvo—. Han hecho ustedes su tarea. Han cubierto todas las salidas.

Tailor consiguio ofrecer una sonrisa tranquilizadora.

—No tiene nada que temer, Cordelia. Tendra a los mejores profesionales trabajando para… con…

En, penso Cordelia.

—… usted. Y cuando acabe, podra regresar a su antigua vida como si nada de esto hubiera sucedido jamas.

Borrarme, ?no? Borrarlo a el… Analizarme hasta la muerte, como a mi pobre y timida carta de amor. Le sonrio con tristeza.

—Lo siento, Bill. Tengo la horrible vision de ser pe-pelada como una cebolla, en busca de las semillas.

El sonrio.

—Las cebollas no tienen semillas, Cordelia.

—Por eso lo digo —respondio ella con sequedad.

—Y sinceramente —continuo el—, si tiene usted razon y, uh, nosotros estamos equivocados, la manera mas rapida de demostrarlo es acompanandonos. —Sonrio con la sonrisa de la razon.

—Si, cierto…

A excepcion de aquel pequeno asunto de una guerra civil en Barrayar… ese pequeno obstaculo, esa piedra, la piedra envuelve al papel…

—Lo siento, Cordelia.

Lo sentia de verdad.

—No importa.

—El plan de los barrayareses es notable —expuso Mehta, reflexiva—. Ocultar una red de espionaje bajo la tapadera de una historia de amor. Puede que incluso me la hubiera tragado, si los participantes hubieran sido mas creibles.

—Si —reconocio Cordelia cordialmente, rebullendose por dentro—. No es de esperar que una mujer de treinta y cuatro anos se enamore como una adolescente. Es un… regalo bastante inesperado a mi edad. Y aun mas inesperado a los cuarenta y cuatro, supongo.

—Exactamente —dijo Mehta, satisfecha con la rapida capacidad de comprension de Cordelia—. Un oficial de carrera maduro no es precisamente materia de romances.

Tailor, tras ellas, abrio la boca como para decir algo, pero luego la volvio a cerrar. Se miro las manos, meditabundo.

—?Cree que puede curarme de eso? —pregunto Cordelia.

—Oh, si.

—Ah.

Sargento Bothari, ?donde estas ahora? Demasiado tarde.

—No me deja ninguna opcion. Curioso.

Retrasalo, susurro su mente. Busca una oportunidad. Si no puedes encontrarla, creala. Finge que esto es Barrayar, donde todo es posible.

—?Hay algun problema si me do-doy una ducha… me cambio de ropa, hago las maletas? Supongo que sera un asunto que ira para largo.

—Por supuesto. —Tailor y Mehta intercambiaron una mirada de alivio. Cordelia sonrio agradablemente.

La doctora Mehta, sin el tecnomed, la acompano a su dormitorio. La oportunidad, penso Cordelia, mareada.

—Ah, bien —dijo, cerrando la puerta tras la doctora—. Podremos charlar mientras hago las maletas.

Sargento Bothari… hay un momento para las palabras, y hay un momento en que incluso las mejores palabras fracasan. Usted era un hombre de muy pocas palabras, pero no fracasaba. Ojala lo hubiera entendido mejor. Demasiado tarde…

Mehta se sento en la cama, observando a su especimen, tal vez, mientras se rebullia bajo su pinza. Su triunfo de deduccion logica. ?Tiene planeado escribir un estudio sobre mi, Mehta?, se pregunto Cordelia agriamente. El papel envuelve la piedra…

Revoloteo por la habitacion, abriendo cajones, cerrando armarios. Alli habia un cinturon, dos cinturones, uno de ellos de cadena. Alli estaban sus tarjetas de identidad, las tarjetas bancarias, el dinero. Fingio no verlo. Mientras se movia, hablaba. Su cerebro ardia. La piedra aplasta las tijeras…

—Sabe, me recuerda usted un poco al difunto almirante Vorrutyer. Los dos quieren abrirme, ver que me hace patalear. Pero Vorrutyer era mas bien un crio. No tenia ninguna intencion de recoger los destrozos despues.

»Usted, por otro lado, me abrira y ni siquiera se divertira. Naturalmente, pretende unir las piezas despues, pero desde su punto de vista eso apenas importa. Aral tenia razon respecto a la gente de las habitaciones de seda verde…

Mehta parecia sorprendida.

—Ha dejado de tartamudear —advirtio.

—Si… —Cordelia se detuvo ante el acuario, considerandolo con curiosidad—. Es verdad. Que extrano.

La piedra aplasta las tijeras…

Quito la tapa. La vieja nausea familiar de aturdimiento y miedo le hizo un nudo en el estomago. Camino hasta colocarse casualmente tras Mehta, el cinturon de cadena y una camisa en las manos. Debo elegir ahora. Debo elegir ahora. ?Debo elegir… ahora!

Dio un salto, envolvio el cinturon en torno al cuello de la doctora, levantandole los brazos tras la espalda, y asegurandolos dolorosamente con el otro extremo del cinturon. Mehta emitio un chillido estrangulado.

Cordelia la sujeto por detras y le susurro al oido:

—Dentro de un momento le permitire recuperar el aire. Cuanto tiempo, depende de usted. Esta a punto de recibir un cursillo acelerado de las autenticas tecnicas de interrogacion de Barrayar. No las aprobaba, pero ultimamente he llegado a comprender que tienen su utilidad… cuando tienes prisa, por ejemplo.

No puedo dejar que se de cuenta de que estoy fingiendo. Estoy fingiendo.

—?Cuantos hombres ha colocado Tailor alrededor de este edificio, y cuales son sus posiciones?

Aflojo un poco la cadena. Mehta, con los ojos espantados de miedo, se atraganto.

—?Ninguno!

—Todos los cretenses son unos mentirosos —murmuro Cordelia—. Bill no es ningun inepto.

Arrastro a la doctora hasta el acuario y le metio la cabeza en el agua. Se debatio salvajemente, pero Cordelia, mas grande, mas fuerte, mejor entrenada, la sujeto con una fuerza furiosa que la sorprendio a ella misma.

Mehta mostro signos de ir a desmayarse. Cordelia la saco del agua y le permitio respirar un par de veces.

—?Quiere revisar sus palabras ya?

Que Dios me ayude, ?y si esto no funciona? Ahora nunca creeran que no soy una agente.

—Oh, por favor —jadeo Mehta.

—Muy bien, alla va.

La metio en el acuario otra vez.

El agua se agito, desbordandose por los lados del acuario, Cordelia podia ver la cara de Mehta a traves del cristal, extranamente ampliada, letalmente amarilla en la extrana luz reflejada del fondo. Burbujas plateadas brotaban de su boca y revoloteaban por su cara. Cordelia se sintio temporalmente fascinada por ellas. El aire fluye como el agua, bajo el agua, penso; ?hay una estetica de la muerte?

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