mas se pregunto que era exactamente lo que experimentaban los pilotos en un salto que no experimentasen tambien los pasajeros. Y adonde fueron los de la unica nave de entre diez mil que realizo un salto y jamas volvio a ser vista. «Salta al infierno» era una vieja maldicion que casi nunca se oia en boca de un piloto.
Mayhew se quito los auriculares, se estiro y exhalo profundamente. Su cara parecia gris y ajada, agotada por la concentracion del salto.
— Este ha sido fuerte — murmuro. Luego, se enderezo y encontro la mirada de Miles —. Nunca sera un recorrido popular, te lo aseguro, chico. Interesante, sin embargo.
Miles no se molesto en corregir el honorifico. Dejando descansar a Mayhew, se acerco el mismo a la consola y ordeno una vista del mundo exterior.
— Bueno… — murmuro tras un momento —, ?donde estan ellos? No me vais a decir que tenemos la fiesta preparada y el invitado de honor no viene… ?Estamos en el sitio correcto? — le pregunto ansiosamente a Mayhew.
Mayhew alzo las cejas.
— Chico, al final de un salto por un agujero de gusano, o estas en el sitio correcto o estas desparramado entre Antares y Oz. — Lo comprobo, de todas maneras —. Parece que si…
Cuatro horas enteras pasaron hasta que al fin se aproximo una nave mercenaria. Miles estaba tenso. El lento acercamiento parecia cargado de una deliberada amenaza. Entonces la voz hizo contacto. El tono cansado del oficial mercenario aclaro las cosas: estaban paseando. Un tanto irregularmente, fue botada una lanzadera de abordaje. Miles iba y venia por el pasillo al que llegaria la lanzadera. Escenarios de posibles de sastres centelleaban en su mente. Daum habia sido traicionado por un colaboracionista. La guerra habia terminado y el bando que tenia que pagarles habia perdido. Los mercenarios se habian vuelto piratas e iban a robarle la nave. Su detector de masa se habia roto accidentalmente y por lo tanto, harian la inspeccion fisicamente y… Una vez que se le ocurrio, esta ultima idea le parecio tan probable que contuvo el aliento hasta ver entre los abordados al tecnico mercenario a cargo del instrumento.
Habia nueve de ellos, todos hombres, todos mas corpulentos que Miles y todos letalmente armados. Bothari, desarmado y descontento por tal motivo, se mantenia detras de Miles y los examinaba friamente.
Tenian algo de abigarrado. ?Los uniformes blanco y gris? No eran particularmente viejos, pero algunos estaban sin remendar, y otros sucios. ?Estaban tan ocupados que no podian perder tiempo en cosas no esenciales o, simplemente, eran demasiado holgazanes para mantener el porte? Al menos uno parecia desconcentrado, recostado contra la pared. ?Borracho en horas de servicio? ?Estaria recuperandose de alguna herida? Traian consigo una rara variedad de armas: inmovilizadores, arcos de plasma, pistolas de agujas. Miles trato de contabilizarlas y evaluarlas como lo haria Bothari. Era dificil decir su estado de funcionamiento desde alli
— Esta bien. — Un hombre corpulento se abrio paso por el grupo —. ?Quien esta a cargo de este casco viejo?
Miles dio un paso al frente.
— Soy Naismith, el propietario, senor — declaro, tratando de sonar muy cortes. El grandullon obviamente comandaba el grupo de abordadores y, tal vez, el crucero, a juzgar por las insignias de rango.
El capitan de los mercenarios miro a Miles; un gesto de las cejas y un ademan desdenoso de destitucion categorizaron claramente a Miles como «No Amenaza». Es precisamente lo que yo queria, se recordo a si mismo energicamente Miles. Bien.
El mercenario exhalo un suspiro de aburrimiento.
— Esta bien, bajito, terminemos rapido con esto. ?Esta es toda tu tripulacion? — Senalo a Mayhew y a Daum, poniendose al lado de Bothari.
Miles parpadeo y sofoco un destello de colera.
— Mi maquinista esta en su puesto, senor — dijo, esperando haber logrado el tono de un hombre timido ansioso por complacer.
— Registradlos — ordeno el grandullon por encima de su hombro.
Bothari se puso rigido; Miles respondio al fastidio del sargento con un gesto disimulado, indicandole aceptar. Bothari se sometio a ser registrado con un desagrado evidente, que no se le escapo al capitan mercenario. Una amarga sonrisa se deslizo por el rostro del hombre.
El capitan mercenario separo a sus hombres en tres grupos de inspeccion, indicandole a Miles y a su gente que caminaran delante hacia la sala de navegacion. Sus dos soldados comenzaron a revisar aqui y alli todo lo que aparecia separado, desmontando incluso el acolchado de las sillas giratorias. Dejaron todo desarreglado y fueron hacia los camarotes, donde el registro adquirio la naturaleza de un acto de saqueo. Miles apreto los dientes y sonrio docilmente cuando sus efectos personales fueron arrojados desordenadamente al piso y desparramados con los pies.
— Estos tipos no tienen nada de valor, capitan Auson — dijo un soldado, salvajemente decepcionado —. Espere, aqui hay algo…
Miles quedo congelado, aterrado ante su propia indiferencia. Al reunir y esconder sus armas personales, habia omitido la daga de su abuelo. La habia traido mas como un recuerdo que como arma, semiolvidada en el fondo de una valija. Se suponia que pertenecio al conde Selig Vorkosigan en persona; el viejo la habia apreciado como la reliquia de un santo. Si bien no era, evidentemente, un arma apta para inclinar la balanza de la guerra en Tau Verde IV, tenia en la empunadura el escudo Vorkosigan, incrustado en esmalte, oro y joyas.
Miles rogaba que el diseno careciera de significado para un nobarrayarano.
El soldado se la arrojo a su capitan, quien la saco de la vaina de piel de lagarto. La llevo a la luz, para ver el extrano diseno de la marca de agua en la hoja reluciente; una hoja que habia valido diez veces el precio de la empunadura — incluso en la Epoca del Aislamiento — y que ahora era considerada invaluable por su calidad y mano de obra entre los conocedores.
El capitan Auson no era un conocedor, indudablemente, porque dijo simplemente:
— Uh. Bonita.
La envaino otra vez y se la guardo en la cintura.
— ?Eh! — Miles se controlo a mitad de camino, cuando sentia una hirviente oleada hacia adelante. Docil. Docil. Falsifico su arranque haciendolo pasar por una reaccion que encajara con su supuesta personalidad betana —. ?No estoy asegurado para esa clase de objetos!
El capitan resoplo.
— Mala suerte, bajito. — Pero evidencio un momento de duda y curiosidad.
Retrocede, penso Miles.
— ?Al menos me daran un recibo?- pregunto lastimeramente.
Auson se mofo.
— ?Un recibo! ?Esa si que es buena! — Los soldados sonrieron groseramente.
Miles controlo con esfuerzo su rabia.
— Bueno… al menos no deje que se humedezca; se oxidara si no la seca adecuadamente despues de usarla cada vez.
Metal de olla barata — gruno el capitan mercenario. Lo golpeo con una una; sono como una campana —. Quiza pueda hacer poner un buen filo en esa empunadura de fantasia. — Miles se puso verde. Auson le hizo un gesto a Bothari.
— Abre esa caja, alli
Bothari, como de costumbre, miro a Miles esperando confirmacion. Auson fruncio el ceno, irritado.
— Deja de mirar al bajito, yo te doy las ordenes ahora.
Bothari se enderezo y alzo una ceja.
— ?Senor? — inquirio melodiosamente a Miles.
Docil, sargento, maldita sea, penso Miles, y le envio el mensaje con una leve compresion de sus labios.
— Obedezca a este hombre, senor Bothari — respondio, demasiado friamente.
Bothari sonrio ligeramente.
— Si, senor.
Habiendose dado la orden de un modo cortante, mas a su gusto, el sargento abrio finalmente la caja con una precisa e insultante deliberacion. Auson maldijo en voz baja.
El capitan mercenario los condujo a una reunion final en lo que los betanos llamaban la sala de recreacion y