Miles se encogio de hombros, ocultando que, secretamente, compartia esa opinion.
— Bien, ahora llevas mi pala, tenlo por seguro. Y, hablando de trabajo…, vamos a amontonar a estos hombres en su propio calabozo, hasta que decidamos como disponer de ellos. ?Esa herida te incapacita, o podras pronto hacer andar esta nave?
Jesek miro a su alrededor.
— Tienen algunos sistemas bastante avanzados… — dijo con vacilacion. Su mirada se encontro con la de Miles, que se mantenia frente a el tan erguido como sus limitaciones le permitian, y su voz se afianzo —. Si, mi senor, puedo.
Miles, sintiendose maniaticamente hipocrita, le dirigio al maquinista un firme gesto de jefe, copiado de observar a su padre en los discursos ante el Estado Mayor y en la mesa de su casa a la hora de cenar. Parecio funcionar bastante bien, porque Jesek se tranquilizo y empezo a examinar los sistemas de la sala.
Miles se detuvo al salir, para repetirle a Elena las instrucciones de confinar a los prisioneros. Cuando termino de hablar, Elena le miro y le pregunto, con suave crueldad:
— ?Y como fue tu primera experiencia de combate?
Miles sonrio involuntariamente.
— Educativa, muy educativa. Ah… ?por casualidad gritasteis cuando irrumpisteis por la puerta?
Elena parpadeo.
— Claro, ?por que?
— Es solo una teoria que estoy elaborando… — Le dedico una graciosa reverencia y salio.
El corredor de la lanzadera estaba desierto y silencioso, salvo por el suave susurro de la circulacion de aire y de algunos otros sistemas de mantenimiento. Miles se zambullo por el oscuro tubo de lanzamiento y, libre del campo artificial de gravedad que habia en la cubierta, floto hacia adelante. El piloto mercenario seguia amarrado donde le habian dejado, con la cabeza y las piernas colgando por el extrano efecto que la gravedad cero provocaba. Miles se estremecio ante la idea de tener que explicar la herida de aquel hombre.
Los calculos sobre como mantener al hombre bajo control, al llevarle a la celda, se pulverizaron al verle de cerca la cara: los ojos del piloto estaban en blanco; la mandibula, floja; la frente y el rostro, moteados y sonrojados, y abrasadoramente calientes cuando Miles le toco de forma vacilante; las manos, como de cera y heladas; las unas, enrojecidas; el pulso, bajo y erratico.
Horrorizado, Miles trato de desatar los nudos que le amarraban y los corto despues con su daga. Le palmeo el rostro, en la mejilla opuesta a la de la seca huella de sangre, pero no pudo despertarle. El cuerpo del mercenario se puso rigido de repente y comenzo a sacudirse y a temblar. Miles se inclino hacia el hombre y maldijo, pero su voz se volvio solo un chillido y no pudo articular su mandibula. Enfermeria, entonces, hay que llevarle a la enfermeria, traer a la asistente medica y tratar de revivirle; o, si eso fallaba, llamar a Bothari, que estaba mas experimentado en primeros auxilios…
Miles cargo al piloto mercenario por el corredor de lanzamiento. Cuando llego desde la gravedad cero hasta el campo de gravedad, descubrio de golpe lo pesado que era el hombre. Trato primero de acomodarle para llevarlo a la espalda, con el inminente riesgo para su propia estructura osea. Dio unos pocos pasos con mucho esfuerzo e intento despues arrastrarle por los hombros. El mercenario comenzo a convulsionarse nuevamente. Miles desistio y corrio a buscar la enfermeria y una camilla antigravitatoria, maldiciendo durante todo el camino, con voz asustada y lagrimas de frustracion en sus ojos.
Llevo tiempo llegar a la enfermeria, y llevo tiempo encontrar la camilla. Llevo tiempo localizar a Bothari por el intercomunicador de la nave y ordenarle, con voz furiosa y entrecortada, que se presentara en la enfermeria con la asistente medica. Llevo tiempo correr otra vez por la nave vacia con la camilla hasta el pasillo de la lanzadera.
Cuando llego, el piloto habia dejado de respirar. Su rostro era tan de cera como sus manos, los labios estaban violaceos como las unas y la sangre reseca de la sien parecia un trazo de tiza de color, oscuro y opaco.
La frenetica precipitacion hizo que los dedos de Miles parecieran gruesos y torpes mientras colocaba la camilla junto al mercenario; se negaba a pensar en aquello como «el cuerpo del mercenario». Y lo transporto nuevamente por el corredor. Bothari llego a la enfermeria en el momento en que Miles ponia al mercenario sobre una mesa de observacion.
— ?Que le pasa a este hombre, sargento? — pregunto Miles con urgencia.
Bothari miro la figura tiesa del piloto.
— Esta muerto — respondio llanamente, dandose la vuelta.
— ?Todavia no, maldita sea! — grito Miles —. ?Tenemos que poder hacer algo para revivirle! ?Estimulantes, o masaje cardiaco…, congelamiento… ?Ha encontrado a la asistente?
— Si, pero estaba demasiado fuertemente inmovilizada para despertarla.
Miles volvio a maldecir y empezo a revolver cajones, buscando medicamentos reconocibles y equipo.
Estaban desordenados; las etiquetas externas, aparentemente, no tenian relacion con el contenido de los frascos.
— No servira de nada, mi senor — dijo Bothari, mirandole impasible — Necesitaria un cirujano. Apoplejia.
Miles se tambaleo sobre sus talones, comprendiendo al fin lo que estaba presenciando. Imagino los alambres del injerto, arrancados del cerebro, rozando contra una arteria importante y abriendo en ella un surco delgado. Entonces, la debilidad era mayor con cada pulso, hasta que el catastrofico decaimiento llenara los tejidos finalmente con la hemorragia fatal.
?Tendria esta pequena enfermeria una camara de congelamiento criogena? Miles se lanzo por la sala, y por la sala contigua, buscando. El proceso de congelacion deberia comenzarse inmediatamente o la muerte cerebral habria avanzado demasiado para ser reversible… No importaba que apenas tuviera una vaga idea de como se preparaba a los pacientes para el tratamiento o de como operar el equipo o…
?Ahi estaba! Una reluciente camara portatil de metal sobre una camilla flotante. Miles tenia el corazon en la boca. La bateria de energia estaba vacia; los tubos de combustible, completamente descargados, y los controles de computacion, abiertos como un especimen biologico cruelmente disecado. Inservible. Bothari seguia de pie, esperando ordenes.
— ?Necesita alguna otra cosa, mi senor? Me sentiria mejor si pudiera supervisar la busqueda del armamento mercenario personalmente. — Miro el cadaver con indiferencia.
— Si… no… — Miles camino en torno a la mesa de observacion a cierta distancia. Su mirada era atraida hacia el oscuro coagulo en la sien derecha del hombre —. ?Que hiciste con el injerto?
Bothari parecio un poco sorprendido y reviso sus bolsillos.
— Aun lo tengo, mi senor.
Miles alargo la mano hacia el plateado y comprimido injerto. No pesaba mas que el boton que parecia ser; su suave superficie ocultaba su complejidad de kilometros de circuiteria viral encerrados ahi dentro. Bothari fruncio un poco el ceno, mirando a Miles.
— En una operacion de esta naturaleza, una baja no esta tan mal, mi senor. Su vida ha salvado muchas otras, y no solo en nuestro lado.
— Ah — dijo Miles friamente —, tendre eso en cuenta cuando deba explicarle a mi padre como es que torturamos a un prisionero hasta matarle.
El sargento se quedo callado. Tras un silencio, reitero su interes en la busqueda de armas que estaban llevando a cabo, y Miles le libero con un ademan cansado:
— Ire enseguida.
Miles camino nerviosamente por la enfermeria unos minutos mas, evitando mirar a la mesa. Por ultimo, movido por un oscuro impulso, busco una jofaina, agua y un pano, y lavo la sangre reseca de la sien del piloto.
Asi que esto es el terror, se dijo, que causa esas insensatas masacres de testigos de las que uno lee. Ahora lo entiendo; me gustaba mas cuando no lo entendia.
Extrajo su daga, recorto los alambres que pendian del boton plateado y volvio a poner cuidadosamente el implante en la sien del oficial. Despues, hasta que Daum vino a solicitar nuevas ordenes, estuvo meditando sobre los rasgos mudos y cerosos de lo que habian hecho. Pero la razon parecia retroceder, las conclusiones se hundian en premisas y las premisas en el silencio; hasta que, al final, solo el silencio y el objeto inexplicable