Miles apreto fuertemente los labios. No debia estallar en carcajadas. Ahi estaba el, un hombre con una flota imaginaria, negociando sus servicios con un hombre con un presupuesto imaginario. Bien, el precio era ciertamente justo.
El general extendio la mano.
— Almirante Naismith, tiene usted mi palabra al respecto. ?Puedo tener la suya?
Su humor estallo en millares de fragmentos, que trago en el frio y vasto vacio que solia ser su vientre.
— ?Mi palabra?
— Tengo entendido que eso tiene un significado para usted.
Entiende usted demasiado…
— Mi palabra. Ya veo.
Jamas habia roto su palabra. Casi dieciocho anos, y aun preservaba esa virginidad. Bien, habia una primera vez para todo. Acepto la mano que extendia el general.
— General Halify, hare cuanto este de mi parte. Tiene mi palabra al respecto.
15
Las tres naves tejieron y desplegaron un intrincado modelo de evasion. Otras veinte, a su alrededor, se lanzaron como un monton de halcones a la caza. Las tres naves destellaron, azul, rojo, amarillo, y luego se disolvieron en un brillante resplandor arco iris.
Miles se reclino en su silla de mando en la sala de tacticas del
Elena entro mascando una barra de alimento.
— Eso parecia bonito, ?que era?
Miles levanto un dedo didactico.
— Acabo de descubrir la vigesima tercera forma de hacer que me maten. — Senalo la pantalla —. Eso era.
Elena miro a su padre, aparentemente dormido sobre una rugosa esterilla.
— ?Donde estan todos?
— Durmiendo. Me alegro de no tener auditorio mientras trato de ensenarme a mi mismo tacticas de primer ano. Podrian empezar a dudar de mi genio.
Elena le miro fijamente.
— Miles… ?como de serio eres con lo de romper el bloqueo?
Miles miro por las ventanas exteriores, que mostraban la misma aburrida vista de lo que podria llamarse la parte trasera de la refineria, donde la nave se habia estacionado despues del contraataque. El
— No se. Hace dos semanas que los felicianos nos prometieron ese expreso veloz para marcharnos de aqui y todavia no hay nada. Vamos a tener que abrirnos paso por ese bloqueo… — Se apresuro a borrar la preocupacion en el rostro de Elena —. Al menos, esto me da algo que hacer mientras esperamos; en cualquier caso, esta maquina es mas entretenida que el ajedrez…
Se incorporo y con una cortes reverencia la invito a sentarse en la silla de mando de al lado.
— Mira, te ensenare como se opera. Te mostrare uno o dos juegos, resultara facil.
— Bueno…
Le explico un par de modelos tacticos elementales, desmitificandolos al llamarlos «juegos».
— El capitan Koudelka y yo soliamos jugar a algo parecido a esto.
Elena enseguida lo comprendio. Debia de ser alguna clase de criminal injusticia el que Ivan Vorpatril estuviese, en ese mismo momento, profundamente ocupado en el adiestramiento de oficiales, para el que ella no seria ni tan siquiera considerada.
Continuo automaticamente con la mitad de los modelos que conocia, mientras su mente daba vueltas en torno a su dilema militar de la vida real. Esta era exactamente la clase de cosas que hubiera aprendido en la Academia del Servicio Imperial, penso con un suspiro. Probablemente hubiera un libro acerca de esto. Deseo poder tener un ejemplar; estaba ya mortalmente cansado de tener que reinventar la rueda cada quince minutos. Aunque tambien era posible que no hubiese ninguna manera de que tres pequenas naves de guerra y un carguero estropeado burlaran a toda una flota mercenaria. Los felicianos no podian ofrecer mucha ayuda, mas alla del uso de la refineria como base.
Miro a Elena, y borro entonces de su mente aquellas inoportunas preocupaciones estrategicas. En esos dias, la fuerza y la inteligencia de la joven florecian frente a nuevos desafios. Al parecer, todo lo que ella habia necesitado era una oportunidad. Baz no deberia salirse con la suya. Miro para ver si Bothari estaba realmente dormido, y se dio animos. La sala de tacticas, con sus sillas giratorias, no era el mejor sitio para zalamerias, pero lo iba a intentar. Se levanto y se inclino sobre el hombro de Elena, pretextando alguna instruccion de utilidad.
— ?Senor Miles? — sono el intercomunicador. Era el capitan Auson, llamando desde la sala de navegacion —. Conecte los canales exteriores, voy para alli.
Miles emergio de su bruma, maldiciendo en silencio.
— ?Que pasa?
— Ha vuelto Tung.
— Uh, oh. Mejor alerte a todo el mundo.
— Eso hago.
— ?Que trae? ?Lo sabe usted?
— Si, es extrano. Esta ahi parado, justo fuera de alcance, en lo que parece una nave peliana del sistema interior, tal vez un pequeno transporte de tropas o algo asi, diciendo que quiere hablar con usted. Probablemente es una trampa.
Miles arrugo la frente, desconcertado.
— Bien, pasemelo, entonces. Pero siga alerta.
En instantes, el familiar rostro del euroasiatico aparecio en la pantalla, mas grande que en la realidad. Bothari estaba ahora levantado, en su habitual puesto junto a la puerta, silencioso como siempre; Elena y el no habian hablado mucho desde el incidente en el sector de la prision. No habian vuelto a hablar, en realidad.
— ?Como esta usted, capitan Tung? Nos volvemos a encontrar, segun veo.
— Ciertamente que si. — Tung sonrio, rudo y feroz —. ?Todavia sigue en pie esa oferta de trabajo, hijo?
Las dos lanzaderas se juntaron como un sandwich en el espacio intermedio entre ambas naves madres. Alli los dos hombres se reunieron cara a cara y en privado, con la excepcion de Bothari, tenso y discreto, fuera del alcance del oido, y del piloto de Tung, quien permanecio igualmente discreto a bordo de su lanzadera.
— Mi gente me es leal — dijo Tung —. Puedo ponerla toda a sus servicio.
— Se dara usted cuenta — observo delicadamente Miles — de que, si su intencion fuera recapturar su nave, esa seria una estratagema ideal; mezclar sus fuerzas con las mias y luego atacar a voluntad. ?Puede probar que lo suyo no es un caballo de Troya?
Tung suspiro como aceptando.
— Solo como usted probo que ese memorable almuerzo no estaba drogado: comiendo.
— Mm. — Miles se apoltrono en su asiento de la ingravida lanzadera, como si asi pudiera imponer orientacion al cuerpo y a la mente. Ofrecio una botella de jugo de fruta a Tung, quien acepto sin dudar. Ambos bebieron, aunque Miles con reticencia; su estomago ya empezaba a protestar por la falta de gravedad —. Tambien se dara cuenta de que no puedo devolverle su nave. Todo lo que puedo ofrecerle, por el momento, es una pequena nave peliana capturada y, quizas, el titulo de oficial de Estado Mayor.