extradicion; dejarle aqui, en cambio, seria por su propio bien, si senor. No importaba que Jesek hubiera estado semanas consintiendodesinteresadamente cada capricho militar de Miles. No importaba lo que los oseranos habrian de hacer con los desertores y con cada uno de sus colaboradores cuando finalmente los atrapasen, como inevitablemente sucederia. No importaba que eso, ademas, fuera a desunir muy convenientemente el romance de Baz con Elena… Y ?no era eso, con toda seguridad, la verdadera razon?
La logica, resolvio Miles, le daba dolor de estomago.
De todas maneras, no era facil mantener la mente en el trabajo justo ahora. Miro el cronometro de su muneca. Solo unos minutos mas. Se preguntaba si habria sido tonto proveerse de esa botella de pesimo vino feliciano, oculta por el momento con cuatro vasos en su armario. Solo debia sacarla si, si, si…
Suspiro, se reclino y sonrio cuando llego Elena, quien se sento en silencio sobre la cama, hojeando un manual de ejercicios de armamento. El sargento Bothari se sento en una pequena mesa plegable, a limpiar y recargar su armamento personal. Elena sonrio.
— ?Ya tienes resuelto el programa de entrenamiento fisico para nuestros… nuevos reclutas? — le pregunto Miles —. Algunos de ellos parece que hace mucho que no realizan ejercicio regularmente.
— Todo listo — le aseguro ella —. Lo primero que hare el proximo ciclo diurno sera comenzar con un grupo bastante numeroso. El general Halify va a prestarme el gimnasio de la refineria. — Hizo una pausa y luego agrego —: Hablando de falta de entrenamiento… ?no crees que seria mejor que tu tambien vinieras?
— Uh…
— Buena idea — opino el sargento, sin levantar la vista de su trabajo.
— Mi estomago…
— Seria un buen ejemplo para tus tropas — anadio Elena, parpadeando con sus ojos castanos en fingida, Miles estaba seguro, inocencia.
— ?Quien va a advertirles de que no me partan por la mitad?
— Te dejare simular que los estas instruyendo. — Los ojos de Elena brillaron.
— La ropa de gimnasia — dijo el sargento, mientras soplaba una pizca de polvo del inhibidor nervioso y hacia un gesto hacia la izquierda con su cabeza — esta en el ultimo cajon de aquel compartimento.
— Oh, esta bien — suspiro Miles derrotado. Miro nuevamente su cronometro. En cualquier momento a partir de ahora.
La puerta de la cabina se abrio; era la mujer de Escobar, puntual.
— Buenos dias, tecnica Visconti — comenzo a decir alegremente Miles, pero sus palabras murieron en sus labios cuando la mujer levanto una pistola de agujas y la sostuvo con ambas manos, apuntando.
— ?Que nadie se mueva! — grito.
— Una orden innecesaria; Miles, al menos, estaba helado por la impresion, con la boca abierta.
— Asi que — dijo por fin la mujer; odio, dolor y fatiga le hacian temblar la voz — eras tu. No estaba segura al principio. Tu…
Se dirigia a Bothari, supuso Miles al ver el arma apuntando contra el pecho del sargento. Las manos de la mujer temblaban, pero el punto de mira del arma no vacilo en ningun momento.
El sargento habia agarrado su arco de plasma al abrirse la puerta. Ahora, increiblemente, su mano colgaba a su lado, sosteniendo el arma. Se enderezo ligeramente, junto a la pared, lejos de su habitual postura semiagazapada que empleaba para disparar.
Elena estaba sentada con las piernas cruzadas, una posicion incomoda para saltar.
La mujer desvio un instante la vista hacia Miles y la volvio luego a su blanco.
— Creo que sera mejor que sepa, almirante Naismith, lo que ha contratado como guardaespaldas.
— Esto… ?Por que no me da su arma, se sienta y hablamos de ello…?
Alargo una mano abierta, a modo de invitacion. Los estremecimientos calientes que habian comenzado en la boca de su estomago irradiaban ahora hacia fuera; la mano le temblaba enloquecidamente. No era esta la forma en la que se habia imaginado el encuentro. La mujer siseo y apunto el arma a Miles, quien retrocedio El arma volvio de inmediato a Bothari.
— Ese — dijo la mujer senalando al sargento con un gesto — es un ex soldado barrayarano. No es ninguna sorpresa, supongo, que terminara en alguna oscura flota mercenaria; pero era el torturador jefe del almirante Vorrutyer cuando los barrayaranos trataron de invadir Escobar. Aunque, quizas usted ya sepa eso… — Sus ojos parecieron despellejar a Miles, como cuchillos, por un instante. Un instante era un tiempo bastante largo, a la relativa velocidad con que Miles se sintio caer en ese momento.
— Yo… Yo… — balbuceo.
Miro a Elena; tenia los ojos muy abiertos y el cuerpo tenso para saltar.
— El almirante nunca violaba el mismo a sus victimas, preferia mirar. Vorrutyer era el sodomita del principe Serg. Quizas el principe fuera celoso, aunque, por su parte, aplicaba torturas mas inventivas. El principe esperaba, ya que su particular obsesion eran las mujeres embarazadas; que el grupo de Vorrutyer tenia la obligacion de suministrar, supongo…
La mente de Miles gritaba en medio de un centenar de conexiones indeseadas, no, no, no… Entoncs, existia aquello del conocimiento latente. ?Cuanto tiempo haba sabido que no debia hacer preguntas cuya respuesta no querria conocer? El rostro de Elena reflejaba un total ultraje y descreimiento. Que Dios le ayudara a mantener de ese modo la conciencia de la joven.
Su inmovilizador estaba en la mesa de Bothari, a traves de la linea de fuego; ?tenia alguna posibilidad de alcanzarlo?
— Tenia dieciocho anos cuando cai en sus manos. Recien graduada, no amaba la guerra, pero deseaba servir y defender mi hogar… Aquello no era guerra, ahi fuera, lo que habia era un infierno particular, que se hacia vil entre las autoridades no controladas del alto mando barrayarano…
Estaba proxima a la histeria, como si viejos y frios terrores estuvieran haciendo erupcion en un enjambre mas abrumador que el que ella misma pudiera haber previsto. Tenia que callarla de alguna manera.
— Y aquel — su dedo estaba tenso sobre el gatillo del arma —, aquel era su instrumento, su mejor creador de espectaculos, su favorito. Los barrayaranos se negaron a entregar a sus criminales de guerra, y mi propio gobierno vendio barata la justicia que me correspondia, en consideracion a los convenios de paz. Y es asi que ha gozado de libertad para convertirse en mi pesadilla durante las dos ultimas decadas. Pero las flotas mercenarias dispensan su propia justicia. Almirante Naismith, ?exijo el arresto de este hombre!
— Yo no… No es… — vacilo Miles. Se volvio hacia Bothari, sus ojos imploraban un desmentido… Di que no es verdad… —. ?Sargento?
La explosion de palabras habia regado a Bothari como acido. Su rostro estaba surcado de dolor, la frente arrugada por un esfuerzo de… ?memoria? Su mirada fue de su hija a Miles y luego a la mujer, y dejo escapar un suspiro. Un hombre que descendiese al infierno y a quien le concedieran entrever el paraiso, tendria quizas esa expresion en el rostro.
— Senora… — susurro — sigue siendo usted hermosa.
El rostro de la mujer de Escobar se retorcio de rabia y temor. Se dio a si misma coraje. Una corriente, como de minusculas gotas de lluvia plateadas, zumbo del arma temblorosa. Las agujas estallaron contra la pared, alrededor de Bothari, en un chubasco de fragmentos que saltaron filosos como navajas. El arma se atasco. La mujer maldijo y la sacudio. Bothari, apoyado contra la pared, murmuro:
— Descansar ya. — Miles no estaba seguro de a quien estaban dirigidas aquellas palabras.
Se abalanzo en busca de su inmovilizador, al tiempo que Elena saltaba sobre la mujer. Elena ya habia desarmado y sujetado por detras a la mujer, retorciendole los brazos a la espalda con la fuerza del terror y la rabia, para cuando Miles apunto con el inmovilizador. Pero la mujer no ofrecia resistencia, como agotada. Miles advirtio por que cuando se volvio hacia el sargento.
Bothari cayo como una pared que se derrumba, como si fuera por partes. Su camisa mostraba solamente cuatro o cinco minusculas gotas de sangre; pero, de pronto, fueron borradas por un subito diluvio rojo salido de su boca, mientras se convulsionaba, sofocado. Se retorcio una vez en el suelo, vomitando una segunda marea escarlata sobre las manos, el regazo y la camisa de Miles, quien habia corrido a postrarse junto a su guardaespaldas.
— ?Sargento?
Bothari yacia quieto; los ojos vigilantes, paralizados y abiertos; la cabeza, caida a un lado; la sangre,