— Nave no — repitio el gredoso de la izquierda, con su voz ruda.
— Ven, Senor Mogien — dijo Rocannon, y les dio la espalda.
— Quienes traicionan a los Senores de las Estrellas — pronuncio la voz clara y arrogante de Mogien — traicionan viejos pactos. Desde antiguo fabricais nuestras espadas, gredosos. Y aun no tienen moho.
Se marcho tras Rocannon, siguiendo a los incoloros guias que los condujeron otra vez hasta el tren, a traves del laberinto de corredores humedos e iluminados y, por ultimo, hasta la luz del dia.
Remontaron el viento, hacia el oeste, abandonando la tierra de los gredosos y descendieron en las margenes boscosas de un rio, para decidir que harian.
Mogien se sentia en falta frente a su huesped. No se habia habituado a ver frustrada su generosidad y su autodominio estaba, ahora, un tanto sacudido.
— ?Insectos de las cavernas! — exclamo —. ?Gusanos cobardes! dicen con franqueza que han hecho y que haran. Todas las gentes pequenas son asi, incluso los Fiia. Pero en los Fiia se puede confiar. ?Crees que los gredosos han entregado la nave al enemigo?
— ?Como podemos saberlo?
— Solo esto se: nada daran si antes no reciben el doble de su precio o mas aun. Cosas, cosas… en nada piensan si no es en atesorar cosas. ?Que ha querido decir el viejo con eso de que la confianza debe estar en ambas partes?
— Supongo que ha querido decir que su pueblo piensa que nosotros, los de la Liga, los hemos traicionado. En un principio los hemos estimulado, luego y de pronto, durante cuarenta y cinco anos, los hemos abandonado sin enviarles siquiera mensajes, desalentando sus viajes a Kerguelen, diciendoles que cuidaran como quisiesen de si mismos. Y esto es obra mia, aunque ellos lo ignoren. Despues de todo, ?por que tendrian que hacerme un favor? Dudo que ya hayan hablado con el enemigo. Pero daria lo mismo aunque les hubieran vendido la nave. El enemigo puede hacer con ella aun menos de lo que yo haria.
Rocannon callo; observaba el rio brillante, con aire de abatimiento.
— Rokanan — dijo Mogien, que por primera vez le hablaba como a un hombre de su misma casta —, cerca de este bosque viven mis primos de Kyodor, un castillo poderoso, treinta Angyar de dobles espadas y tres aldeas de hombres normales. Nos ayudaran a castigar a los gredosos por su insolencia…
— No. — Rocannon hablo con voz grave —. Dile a tu gente que vigile, si, a los gredosos; puede ocurrir que el enemigo los compre. Pero no habra tabues quebrantados ni guerras que se entablen por mi responsabilidad. No tendria sentido. En tiempos como los de ahora, Mogien, el destino de un solo hombre carece de importancia.
— Si es asi — y Mogien alzo su rostro oscuro —, ?que es lo importante?
— Senores — dijo el joven Yahan —, algo hay alla, entre los arboles.
Su mano apuntaba hacia una mancha de color entre las coniferas sombrias.
— ?Fiia! — exclamo Mogien —. Cuida de las monturas. — Las cuatro grandes bestias observaban la otra orilla del rio, con las orejas tiesas.
— ?Mogien, Senor de Hallan, marcha por los caminos de los Fiia en son de amistad! — la voz se extendio sobre el ancho, poco profundo y sonoro cauce; de pronto, entre las manchas de luz y sombra que los arboles perfilaban en la otra ribera aparecio una figura diminuta. Parecia ejecutar una danza, segun que los rayos del sol la iluminasen o no, y era dificil mantener los ojos fijos en ella. Cuando comenzo a moverse, Rocannon penso que caminaba sobre la superficie del agua, a la que ni siquiera llegaba a agitar lo suficiente como para producir cambios en los reflejos del sol. La bestia rayada se irguio y marcho con paso suave y majestuoso hasta el borde del agua. Cuando el Fian estuvo a su lado, el animal inclino la cabeza y el hombrecito le acaricio las orejas rayadas y peludas. Luego se encamino hacia ellos.
— Salud, Mogien, Heredero de Hallan, el de los cabellos de sol, portador de espada. — La voz era tan fina y dulce como la de un nino, la figura era pequena y gracil como la de un nino, pero la cara, no —. Salud, huesped de Hallan, Senor de las Estrellas, Vagamundo. — Extranamente, los ojos claros se posaron por un momento, en forma abierta, sobre Rocannon.
— Los Fiia saben todos los nombres y conocen todas las nuevas — dijo Mogien con una sonrisa; pero el Fian no sonrio en respuesta. Tambien para Rocannon, que solo habia hecho visita breve a una de las aldeas de la especie con su equipo de reconocimiento, esto resulto asombroso.
— Oh, Senor de las Estrellas — prosiguio las vocecilla dulce y patetica —, ?quien conduce las naves voladoras que vienen y matan?
— ?Matan… a tu gente?
— Toda mi aldea — respondio el hombrecito —. Yo estaba con los rebanos, en las colinas. Oi en mi mente que mis iguales me llamaban y baje; todos estaban entre llamas, ardiendo, gritando. Habia dos naves con alas que daban vueltas. Sembraban fuego. Ahora estoy solo y debo hablar en voz alta; en mi mente, donde antes estaba mi pueblo, ahora solo hay fuego y silencio. ?Por que han hecho esto, Senores?
Su mirada fue de Rocannon a Mogien. Ambos callaban. El Fian se doblo, como un hombre herido de muerte, se arrodillo en tierra y oculto la cara.
Mogien se irguio junto a el, las manos en las empunaduras de las espadas, sacudiendolas con ira.
— ?Ahora juro venganza contra aquellos que han arrasado a los Fiia! Rokanan, ?como ha podido ocurrir esto? Los Fiia carecen de espadas, no poseen riquezas, no tienen enemigos. Mira, este pueblo esta muerto, muertos aquellos a quienes el hablaba sin palabras, sus hermanos de sangre. Ningun Fian vive solitario. Este morira solitario. ?Por que han atacado a su pueblo?
— Para que se conozca su poder — resono, aspera, la respuesta de Rocannon —. Llevemosle a Hallan, Mogien.
El robusto Senor de Hallan se arrodillo junto a la diminuta figura llorosa:
— Fian, amigo de los hombres, cabalga conmigo. No puedo hablarte en la mente, como ha hablado tu pueblo, pero no todo lo que anda por el aire es hueco.
Montaron en silencio; el Fian se subio a la elevada montura, delante de Mogien, como si fuera un nino, y las cuatro bestias aladas se remontaron otra vez. Un viento lluvioso favorecia desde el sur la marcha; al dia siguiente, avanzada la tarde, entre el batir de alas de su montura, Rocannon diviso la escalinata de marmol en el bosque, el Puente del Precipicio por encima del verde abismo y las torres de Hallan recortandose en la luz del poniente.
La gente del castillo, rubios senores y morenos sirvientes, se agrupo en torno a ellos en el patio de las cuadras, con la ansiedad de comunicar las nuevas: habia ardido el castillo mas cercano hacia el lado del este, Reohan, y todos sus habitantes habian sido asesinados. Tambien en este caso se trataba de dos helicopteros y unos pocos hombres armados con pistolas de rayos laser; guerreros y granjeros de Reohan fueron masacrados sin tener la posibilidad de devolver un solo golpe. Los moradores de Hallan estaban casi enloquecidos de ira y de ansias de venganza, y experimentaron un temor casi reverente al ver al Fian cabalgando junto con el joven senor y enterarse de por que estaba alli.
Muchos de ellos, habitantes de la fortaleza mas septentrional de Angien, jamas habian visto un Fian antes, pero conocian a ese pueblo como protagonista de leyendas y detentor de poderes que lo convertia en tabu. Por sangriento que hubiese sido, un ataque a uno de sus castillos les resultaba coherente dentro de su vision guerrera del mundo; pero un ataque contra los Fiia implicaba un sacrilegio. El temor y la ira los poseian. Tarde en la noche, desde su cuarto de la torre, Rocannon oyo el tumulto que subia desde el Gran Salon, donde los Angyar de Hallan juraron, todos, destruccion y extincion para el enemigo en un torrente de metaforas y entre el tronar de las hiperboles. Era una raza jactanciosa, la de los Angyar: vengativos, arrogantes, tozudos, iletrados, carecian de formas de primera persona para la expresion «ser incapaz». No habia dioses en sus leyendas, solo heroes.
Entre la barahunda distante, una voz se hizo oir, para asombro de Rocannon, mientras recorria el dial de su radio. Por fin habia hallado la banda en que emitia el enemigo. Una voz farfullaba su mensaje en una lengua que Rocannon no conocia. Habria sido excesiva suerte que el enemigo hablara galactico; existian cientos de miles de lenguas en los mundos de la Liga, considerando solo los planetas reconocidos. La voz comenzo a leer una lista de numeros, que Rocannon comprendio porque estaban dichos en cetio, la lengua de una raza cuyos logros en la investigacion matematica habian inducido al uso general de las matematicas cetias en la Liga, y por lo tanto al uso de los numerales cetios. Escucho con esforzado atencion, pero de nada servia: era una mera lista de numeros.
De pronto la voz ceso y solo quedo el siseo de la estatica.
Rocannon observo al diminuto Fian, sentado al otro lado de la habitacion, ya que habia pedido estar con el;