– La patrulla ya esta alli, y hemos avisado al forense y a los de la policia cientifica. Mi gente no sabe nada, excepto que es un cadaver. El tio esta dentro de la tuberia, a unos diez metros de la entrada, y mis hombres no quieren meterse por si se trata de un crimen; prefieren no tocar nada. Les he mandado avisar a tu companero, pero el tampoco contestaba. Por un momento he pensado que quizas estuvierais juntos, pero luego me he dicho que no, que no era tu tipo. Ni tu el suyo.

– Ya lo localizare yo. Oye, si no han entrado en la tuberia, ?como saben que es un fiambre y no un tio durmiendo la mona?

– Bueno, entraron un poco y lo tocaron con un palo; lo estuvieron pinchando un rato y estaba mas tieso que la picha del novio la noche de bodas.

– Fantastico. No quieren estropear la escena del crimen y se dedican a manosear el cadaver. ?De donde has sacado a esos palurdos?

– Mira, Bosch. A nosotros nos llaman y vamos a ver que pasa, ?vale? ?O es que preferirias que os pasasemos todos los avisos a Homicidios? Os volveriais locos, os lo aseguro.

Bosch aplasto la colilla en el fregadero de acero inoxidable y echo un vistazo por la ventana de la cocina. Al pie de la montana un tranvia para turistas recorria los enormes estudios de sonido de la Universal. Uno de aquellos larguisimos edificios tenia una pared azul cielo con nubecillas blancas que se usaba para filmar exteriores cuando el exterior natural de Los Angeles se tornaba del color del agua sucia.

– ?Quien dio el aviso? -pregunto Bosch.

– Una llamada anonima a Emergencias, poco despues de las cuatro de la madrugada. El agente de servicio dice que fue desde una cabina del Boulevard. Lo debio de encontrar alguien haciendo el burro por las tuberias. No quiso dar su nombre; solo dijo que habia un cadaver. Los de centralita tendran la grabacion.

Bosch empezaba a mosquearse. Saco el frasco de aspirinas del armario y se lo metio en el bolsillo. Mientras pensaba en la llamada de las cuatro, abrio la nevera y se inclino para mirar, pero no vio nada interesante.

– Crowley, si el aviso llego a las cuatro, ?por que me lo dices ahora, casi cinco horas mas tarde? -pregunto tras consultar su reloj.

– Solo teniamos una llamada anonima; nada mas. Me dijeron que el aviso lo habia dado un chaval, imaginate. No iba a mandar a uno de mis hombres en plena noche con tan poca informacion. Podria haber sido una broma pesada, una emboscada o cualquier cosa. Asi que espere a que se hiciera de dia y las cosas se calmaran un poco por aqui, y envie a uno de mis hombres cuando acababa su turno. Hablando de turnos que se acaban, yo me largo. Solo estaba pendiente de hablar con la patrulla y luego contigo. ?Algo mas?

Bosch tenia ganas de preguntarle si se le habia ocurrido que la tuberia iba a estar oscura tanto a las cuatro como a las ocho, pero lo dejo pasar. ?Para que molestarse?

– ?Algo mas? -repitio Crowley.

A Bosch no se le ocurrio nada mas, pero Crowley lleno el silencio.

– No creo que se trate de un 187. Seguramente es un yonqui que murio de sobredosis, Harry; pasa todos los dias. ?Te acuerdas de aquel que sacamos de la tuberia el ano pasado?… Ah no, fue antes de que llegaras a Hollywood… Bueno, pues resulta que un tio se metio en la misma tuberia (ya sabes que los vagabundos duermen alli muchas veces), pero se chuto una mierda y se quedo seco. Claro que aquella vez no lo encontramos tan rapido y, con el sol que pegaba, se estuvo cociendo durante dos dias. Acabo mas asado que un pavo de Navidad, aunque te aseguro que no olia tan bien.

Crowley se rio de su propio chiste, pero a Bosch no le hizo ninguna gracia.

– Cuando lo sacamos todavia tenia el pico clavado en el brazo -continuo el sargento de guardia-. Esto es lo mismo, un caso de rutina; si te vas para alla ahora, estaras de vuelta a la hora de comer. Luego te echas una siestecita y te vas a ver a los Dodgers. El proximo fin de semana le tocara a otro; tu no estas de guardia. Ya sabes que la semana que viene tienes un permiso de tres dias y un fin de semana largo. Asi que hazme un favor: vete para alla a ver que es lo que hay.

Bosch estuvo considerando colgar el telefono, pero luego dijo:

– Crowley, ?por que dices que el otro cadaver no lo encontrasteis tan rapido? ?Que te hace suponer que hemos encontrado este inmediatamente?

– Mis hombres me han dicho que, aparte de a meado, la tuberia no huele a nada. Tiene que estar fresco.

– Di a tus hombres que estare alli dentro de quince minutos y que dejen de joder con el muerto.

– Oye, Bosch…

Bosch sabia que Crowley iba a defender a su gente de nuevo, asi que prefirio ahorrarselo y colgo. Despues de encender otro cigarrillo, se dirigio a la puerta de entrada y recogio el Times que descansaba en el peldano del porche. Al depositar sus cinco kilos de papel sobre la encimera de la cocina, Bosch se pregunto cuantos arboles habrian talado para confeccionarlo. Saco el suplemento inmobiliario y lo hojeo hasta que encontro un gran anuncio de la empresa Valley Pride Properties. Paso el dedo por una lista de casas en venta y se detuvo en una cuya descripcion estaba rematada con la frase «Pregunte por Jerry». Bosch marco el numero.

– Valley Pride Properties, ?digame?

– ?Esta Jerry Edgar?

Al cabo de unos segundos y unos cuantos ruidos extranos, le pasaron a su companero. -?Digame?

– Jed, tenemos otro trabajo. En la presa de Mulholland. ?Por que no llevas el busca?

– Mierda -dijo Edgar. Hubo un silencio. Bosch jugaba a adivinarle el pensamiento: «Hoy tengo tres casas que ensenar.» Mas silencio. Bosch se imagino a su companero al otro lado de la linea con un traje de novecientos dolares y cara de bancarrota-. ?Cual es el trabajo?

Bosch le conto lo poco que sabia.

– Si quieres que lo haga yo solo, no me importa -le ofrecio Bosch-. Si Noventa y ocho dice algo, ya te cubrire. Le explicare que tu llevas el asunto de la tele y yo el fiambre de la tuberia.

– Te lo agradezco, pero no hace falta. En cuanto encuentre a alguien que me sustituya, voy para alla.

Acordaron encontrarse junto al cadaver y Bosch colgo el telefono. Acto seguido conecto el contestador automatico, saco dos paquetes de cigarrillos del armario y se los metio en el bolsillo de la cazadora. Entonces abrio otro armarito y saco su pistola de una funda de nailon; una Smith & Wesson de nueve milimetros. Era un arma de acero inoxidable con acabado satinado que venia con un cargador de ocho balas XTP. Bosch recordo el anuncio que habia leido en una revista de la policia: «Maxima capacidad mortifera. Tras el impacto, las balas XTP se expanden hasta 1,5 veces su diametro, alcanzando una profundidad letal y dejando los mayores surcos de entrada.» El que lo habia escrito tenia razon.

Bosch habia matado a un hombre el ano anterior desde una distancia de seis metros. La bala entro por debajo de la axila derecha y salio un poco mas abajo del pezon izquierdo, destrozando el corazon y los pulmones a su paso. «Balas XTP: los mayores surcos de entrada.» Bosch se prendio la funda al cinturon en el costado derecho para poder cruzar el brazo y desenfundar con la mano izquierda.

A continuacion se dirigio al cuarto de bano, donde se cepillo los dientes sin pasta dentifrica: no le quedaba y se habia olvidado de bajar a la tienda. Despues se paso un peine mojado por el pelo y se quedo un buen rato mirando sus ojos enrojecidos, los ojos de un hombre de cuarenta anos. Se fijo en las canas que comenzaban a poblar su pelo castano y rizado… hasta el bigote se estaba tornando gris. Ultimamente incluso habia empezado a encontrar pelitos blancos en el lavabo cuando se afeitaba. Esta vez se llevo una mano a la barbilla y decidio no afeitarse. Salio de casa sin siquiera cambiarse de corbata. Sabia que a su cliente no le importaria.

Bosch encontro un lugar sin cagadas de paloma donde apoyarse en la barandilla que recorria el muro de contencion del embalse de Mulholland. Con un cigarrillo colgado de los labios, contemplo la ciudad que asomaba entre las montanas. El cielo era de un gris polvora y la contaminacion parecia una mortaja que envolvia Hollywood. El aire envenenado dejaba entrever unos cuantos rascacielos lejanos, pero el resto se hallaba completamente cubierto por aquel manto que le daba a Los Angeles un aspecto de ciudad fantasma.

La calida brisa esparcia un ligero olor quimico que Bosch identifico al cabo de un rato: insecticida. Habia oido por la radio que los helicopteros habian estado alli la noche anterior, fumigando North Hollywood a traves del paso de Cahuenga. Bosch se acordo de su sueno y del helicoptero que no aterrizaba.

A sus espaldas se hallaba la gran masa verdiazul del pantano: doscientos mil metros cubicos de agua potable destinados al consumo de la ciudad, contenidos por una vieja y venerable presa en un canon entre dos de las colinas de Hollywood. Una franja de dos metros de arcilla seca que bordeaba la orilla, recordaba que Los Angeles pasaba su cuarto ano de sequia. Un poco mas arriba, una alambrada de unos tres metros de alto circundaba el

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