– Mientras usted siga aqui, mi brigadier, Ramona Garcia se le atornilla… Como dice una prima mia soltera, a un hombre hay que seguirlo hasta el altar, y a un hombre valiente hasta el fin del mundo.
– ?De verdad dice eso su prima?
– Como lo oye, sentranas.
Y arrimandose un poco mas, ante las sonrisas fatigadas de los otros artilleros y paisanos, Ramona Garcia Sanchez le canta al capitan Daoiz, en voz baja, dos o tres compases de una copla.
El postrer combate en el centro de Madrid tiene lugar en la plaza Mayor, donde se han retirado las ultimas partidas que aun disputan la calle a los franceses. Amparandose bajo los soportales, en zaguanes y callejones aledanos, ya sin municiones y con la unica ayuda de sables, navajas y cuchillos, unos pocos hombres libran una lucha sin esperanza, mueren o son capturados. El tahonero Antonio Maseda, que acorralado por un piquete de infanteria francesa se niega a soltar la vieja espada enmohecida que tiene en la mano, es cosido a bayonetazos en el portal de Paneros. La misma suerte corre el mendigo Francisco Calderon, muerto de un balazo cuando intenta escapar por el callejon del Infierno.
– ?Aqui ya no hay quien aguante mas!… ?Que cada perro se lama su cipote!
Un estampido final, y todos a correr. En la embocadura de la calle Nueva, los presos de la Carcel Real han hecho su ultimo disparo de canon contra los granaderos franceses que vienen de la Plateria. Despues lo inutilizan, siguiendo el consejo del gallego Souto, aplastandole un clavo en el orificio de la polvora antes de dispersarse buscando el amparo de las calles proximas. Un disparo abate al preso Domingo Palen, que es recogido con vida por los companeros. En su fuga, apenas se meten corriendo a ciegas por la calle de la Amargura, el carbonero asturiano Domingo Giron y los presos Souto, Francisco Xavier Cayon y Francisco Fernandez Pico se dan de boca con seis jinetes polacos, que los intiman a rendirse. Estan a punto de hacerlo cuando interviene desde un balcon la joven de quince anos Felipa Vicalvaro Saez, que arroja macetas sobre los polacos, derribando a uno del caballo. Suena un tiro, cae la muchacha pasada de un balazo, y aprovechan los presos para acometer cuchillo en mano.
– ?Gabachos cabrones!… ?Os vamos a meter los sables por el culo!
En la refriega deguellan al caido y vuelven grupas los otros, mientras los cuatro hombres cruzan corriendo la calle Mayor. Acuden al galope mas polacos, suenan tiros, y en la esquina de la calle Bordadores cae muerto el carbonero Giron. Unos pasos mas alla, en la de las Aguas, una bala le destroza una rodilla a Fernandez Pico, y da con el en tierra.
– ?No me dejeis aqui!… ?Socorredme!
Los cascos de los jinetes enemigos suenan cerca. Ni Souto ni Cayon se vuelven a mirar atras. El caido intenta arrastrarse hasta el resguardo de un portal, pero un polaco refrena su caballo junto a el e, inclinado y sin desmontar, lo remata despacio, a sablazos. Muere asi el preso Francisco Fernandez Pico, de dieciocho anos, vecino de la calle de la Paloma y pastor de profesion. Se encontraba en la carcel por apunalar a un tabernero que le habia aguado el vino.
Los avatares de la ultima resistencia en la plaza Mayor han reunido en el mismo grupo, junto al arco de Cuchilleros, al vecino de la escalera de las Animas Teodoro Arroyo, al conductor de Correos Pedro Linares - superviviente de varias escaramuzas-, a los Guardias Walonas Monsak, Franzmann y Weller, al napolitano Bartolome Pechirelli, al invalido de la 3? compania Felipe Garcia Sanchez y su hijo el zapatero Pablo Garcia Velez, a los oficiales jubilados de embajadas Nicolas Canal y Miguel Gomez Morales, al sastre Antonio Galvez y a los restos de la partida formada por el platero de Atocha Julian Tejedor de la Torre, su amigo el guarnicionero Lorenzo Dominguez y varios oficiales y aprendices. Son diecisiete hombres los que se resguardan en la desembocadura del arco con la plaza, y su numero llama la atencion de un peloton enemigo que en ese momento recupera el canon abandonado. Al no poder alcanzarlos con el fuego de sus fusiles, pues los espanoles se protegen en los zaguanes y en las gruesas columnas de los soportales, cargan los otros a la bayoneta y se entabla un renido cuerpo a cuerpo. Caen varios imperiales, y tambien Teodoro Arroyo con la ingle abierta de un bayonetazo, mientras el conductor de Correos Pedro Linares, abrazado en el suelo a un sargento frances, intercambia punaladas con el hasta que lo matan entre varios enemigos.
– ?Paul!… ?Quitate de ahi, Paul!
El grito de advertencia del soldado de Guardias Walonas Franz Weller a su camarada Monsak llega tarde, cuando a este ya le han atravesado los pulmones y cae ahogandose en sangre. Fuera de si, Weller y Gregor Franzmann acometen a los franceses, manejando sus fusiles armados con bayonetas contra las aceradas puntas enemigas. Hay golpes, culatazos, cuchilladas. Gritan los de uno y otro bando para inspirarse valor o infundir miedo al enemigo, cae mas gente, salpica la sangre por todas partes. Aguantan los insurgentes y retroceden los imperiales.
– ?A ellos! -aulla Pablo Garcia Velez-. ?Se retiran!… ?Acabemos con ellos!
Weller y Franzmann, que han recibido heridas ligeras -el primero tiene una ceja abierta hasta el hueso y el segundo un bayonetazo en un hombro-, saben que la palabra
– Estos espanoles,
Luego, orientados por los franceses sobre el mejor camino para no encontrar problemas, los dos camaradas se dirigen calle Atocha abajo, para curarse en el Hospital General. Horas despues, avanzada la tarde, el hungaro y el alsaciano regresaran sin otros incidentes a su cuartel. Y alli, tras presentarse convencidos de que los espera un severo castigo por desercion, comprobaran con alivio que, a causa de la confusion reinante, nadie ha advertido su ausencia.
Menos suerte que los Guardias Walonas Franzmann y Weller tiene el sastre Antonio Galvez, que intenta escapar tras deshacerse el grupo en la refriega del arco de Cuchilleros. Cuando corre de la calle Nueva a la plazuela de San Miguel, un disparo de metralla barre el lugar, arranca esquirlas del empedrado de la acera y alcanza a Galvez en las piernas, derribandolo. Consigue incorporarse y correr de nuevo, maltrecho, dando traspies, mientras unos pocos vecinos asomados a los balcones proximos lo animan a escapar; pero solo avanza unos pasos antes de caer de nuevo. Sigue arrastrandose cuando los imperiales le dan alcance, disparan contra los balcones para ahuyentar a los vecinos y le tunden sin piedad el cuerpo a culatazos. Dejado por muerto, reanimado mas tarde gracias a la caridad de dos mujeres que salen a recogerlo y lo llevan a una casa cercana, Antonio Galvez quedara invalido para el resto de su vida.
No lejos de alli, tras escapar de la plaza Mayor, el zapatero Pablo Garcia Velez, de veinte anos, busca a su padre. Cuando la segunda carga a la bayoneta francesa se vio apoyada por unos coraceros venidos de la calle Imperial, y los restos del grupo del arco de Cuchilleros acabaron deshechos bajo una lluvia de sablazos, Garcia Velez y su padre -el murciano de cuarenta y dos anos Felipe Garcia Sanchez- se vieron separados, pues cada uno procuro salvarse como pudo. Ahora, con la navaja metida en la faja y un tajo de sable que le sangra un poco en el cuero cabelludo, exhausto por el combate y las carreras que se ha dado con los franceses detras, el zapatero recorre prudente los alrededores, guareciendose de portal en portal, preocupado por la suerte de su padre; ignorando que a estas horas, despues de huir hasta las cercanias de la calle Preciados, Felipe Garcia Sanchez yace en el suelo con dos balas en la espalda.
– ?Tenga cuidado, senor!… ?Hay franceses en los Consejos!
Garcia Velez se vuelve, sobresaltado. Sentada en los escalones de madera, en la penumbra del zaguan donde acaba de refugiarse, hay una joven de dieciseis o diecisiete anos.
– Subete arriba, nina. Eso de afuera no es para ti.
– Esta no es mi casa. Estoy esperando a poder irme.
– Pues quedate un poco mas, hasta que amaine.