del edificio. De corrillo a corrillo circulan peregrinos rumores y exageraciones.
– ?Se sabe ya algo de Bayona?
– Todavia nada. Pero dicen que el rey Fernando se ha escapado a Inglaterra.
– Ni hablar. Es a Zaragoza a donde se dirige.
– No diga usted barbaridades.
– ?Barbaridades?… Lo se de buena tinta. Tengo un cunado conserje en los Consejos.
A lo lejos, entre la gente, don Ignacio alcanza a distinguir a otro sacerdote con sotana y tonsura. Ellos dos, concluye, deben de ser los unicos clerigos presentes en la puerta del Sol a estas horas. Eso lo hace sonreir: incluso dos son demasiados, habida cuenta de la calculadisima ambiguedad que la Iglesia espanola despliega en esta crisis de la patria. Si nobles e ilustrados, opuestos unos a los franceses y partidarios de ellos otros, coinciden en despreciar los arrebatos y la ignorancia del pueblo, tambien la Iglesia mantiene, desde la guerra con la Convencion, un cuidadoso nadar entre dos aguas, combinando el recelo al contagio de las ideas revolucionarias con su tradicional habilidad -estos dias puesta a prueba- para estar con el poder constituido, sea el que fuere. En las ultimas semanas, los obispos multiplican exhortaciones a la calma y a la obediencia, temerosos de una anarquia que los asusta mas que la invasion francesa. Salvo algunos acerrimos patriotas o fanaticos que ven al diablo bajo cada aguila imperial, el episcopado espanol y gran parte de los clerigos y religiosos estan dispuestos a rociar con agua bendita a cualquiera que respete los bienes eclesiasticos, favorezca el culto y garantice el orden publico. Ciertos obispos de buen olfato se ponen ya sin disimulo al servicio de los nuevos amos franceses, justificando sus intenciones con piruetas teologicas. Y solo mas adelante, cuando la insurreccion general se confirme en toda Espana como un huracan de sangre, ajustes de cuentas y brutalidad, la mayoria de los obispos se ira declarando del lado de la rebelion, los parrocos predicaran desde sus pulpitos la lucha contra los franceses, y podra escribir el poeta Bernardo Lopez Garcia, simplificando el asunto para la posteridad:
En cualquier caso -futuros poemas y mitos patrioticos aparte-, nada de eso puede sospecharlo todavia el joven presbitero don Ignacio. Y menos a tan frescas horas de hoy. Solo sabe que en un bolsillo de la sotana lleva el arrugado folleto traidor o gabacho, que tanto monta, cuyo tacto le hace hervir la sangre, y en el otro la navaja, por mas que procura alejar de su cabeza la palabra violencia cada vez que le roza la mente. Y siente un singular calorcillo que linda con el pecado de orgullo -habra que arreglarlo con un confesor, piensa, cuando todo acabe-. Una sensacion grata, picante, completamente nueva, que le hace erguirse, complacido, entre el grupo de feligreses foncarraleros cuando la gente alrededor los mira y susurra: oye, fijate, a esos los acaudilla un cura. A fin de cuentas, concluye, si las cosas fuesen hoy por mal camino, nadie podra decir que todos los clerigos de Madrid estuvieron a salvo tras sus altares y claustros.
Revolotean las aves, sobresaltadas, en torno a las torres y espadanas de la ciudad. Son las ocho en punto, y las campanadas de las iglesias se conciertan con el sonido del tambor de las guardias que se relevan en los cuarteles. A esa misma hora, en su casa de la calle de la Ternera, numero 12, el capitan de artilleria Luis Daoiz y Torres acaba de vestirse el uniforme y se dispone a acudir a su destino en la Junta de Artilleria, situada en la calle de San Bernardo. Oficial de caracter tranquilo, prestigio profesional y extraordinaria competencia, conocedor de las lenguas francesa, inglesa e italiana, inteligente e ilustrado, Daoiz lleva cuatro meses destinado en Madrid. Nacido en Sevilla hace cuarenta y un anos, comprometido en fecha reciente con una senorita andaluza de buena familia, el capitan es hombre de aspecto pulcro y agradable, aunque de baja estatura, pues mide menos de cinco pies. Su semblante es moreno claro, usa patillas a la moda, y en los lobulos de las orejas acaba de colocarse, para salir a la calle, los dos aretes de oro que, por coqueteria militar, lleva desde el tiempo en que sirvio como artillero a bordo de navios de la Armada. Su hoja de veintiun anos de servicio, donde el valor figura desde hace tiempo como acreditado, es riguroso reflejo de la historia militar de su patria y de su epoca: defensas de Ceuta y Oran, campana del Rosellon contra la Republica francesa, defensa de Cadiz contra la escuadra del almirante Nelson y dos viajes a America en el navio
Al coger el sable, a Daoiz le pasa por la mente, como una nube sombria, el recuerdo del desafio de ayer por la tarde en la fonda de Genieys: tres oficiales franceses arrogantes y obtusos, voceando inconveniencias sobre Espana y los espanoles sin caer en la cuenta de que los militares de la mesa vecina comprendian su idioma. De cualquier forma, no quiere pensar en eso. Detesta perder los estribos, el que tiene fama de hombre sereno; pero ayer estuvo a punto de ocurrir. Es dificil no contagiarse del ambiente general. Todos viven con los nervios a flor de piel, la calle anda inquieta, y el dia que se presenta por delante no va a ser facil, tampoco. Asi que mas vale mantener la cabeza fria, el sentido comun en su sitio y el sable en la vaina.
Mientras baja los dos pisos de la escalera, Daoiz piensa en su companero Pedro Velarde. Hace un par de dias, en la ultima reunion que mantuvieron con el teniente coronel Francisco Novella y otros oficiales amigos en casa de Manuel Almira, oficial de cuenta y razon de artilleria, Velarde, contra toda logica, seguia mostrandose partidario de tomar las armas contra los franceses.
– Son duenos ya de todas las fortalezas en Cataluna y en el Norte -argumentaba exasperado-. Acaparan las provisiones de boca y guerra, cuarteles, hospitales, transportes, caballerias y suministros… Nos imponen una vejacion continua, intolerable. Nos tratan como a animales y nos desprecian como a barbaros.
– Quiza con el tiempo cambien de maneras -apunto Novella, sin mucha conviccion.
– ?Que van a cambiar esos! Los conozco bien. No en balde frecuente en Buitrago a Murat y a sus figurones de estado mayor… ?Menuda canalla!
– Hay que concederles superioridad, al menos.
– Eso es un mito. La Revolucion les borro la teorica, y solo sus continuas campanas han aumentado su practica. No tienen mas superioridad que su arrogancia.
– Exageras, Pedro -lo contradijo Daoiz-. Son el mejor ejercito del mundo. Admitamoslo.
– El mejor ejercito del mundo es un espanol cabreado y con un fusil.
Aquella fue una de tantas discusiones inutiles e interminables. De nada sirvio recordarle al exaltado Velarde que la conspiracion que preparaban los artilleros -diecinueve mil fusiles para empezar, y Espana en armas- habia fracasado, que todo el mundo los dejaba solos, y que el propio Velarde sentencio el proyecto al contarle al general O’Farril los pormenores del plan. Ademas, ni siquiera esta claro lo que pretende el rey Fernando. Para unos ese joven es todo ambiguedad e indecision; para otros, duda entre una sublevacion en su nombre o alborotos calculados en una prudente espera.
– Espera, ?para que? -insistia impaciente Velarde, casi a gritos-. Ya no se trata de levantarse por el rey ni por algo parecido. ?Se trata de nosotros! ?De nuestra dignidad y nuestra verguenza!
De nada valieron las razones expuestas, entre otros, por el propio Daoiz. Velarde seguia en sus trece.
– ?Hay que batirse! -repetia-. ?Batirse, batirse y batirse!
Eso estuvo diciendo una y otra vez, como alienado; y con las mismas palabras, al fin, se levanto y desaparecio escaleras abajo, camino de su casa o sabe Dios donde, mientras los demas se miraban unos a otros, melancolicos, y tras encogerse de hombros se retiraba cada mochuelo a su olivo.
– No hay nada que hacer -fue la despedida del bueno de Almira, moviendo tristemente la cabeza.
Daoiz, con dolor de su corazon, estuvo de acuerdo. Y esta manana lo sigue estando. Sin embargo, el plan no era malo. Se habian registrado intentos anteriores, como el de Jose Palafox entre Bayona y Zaragoza, y el proposito de crear en las montanas de Santander un ejercito de resistencia formado por tropas ligeras; pero Palafox fue descubierto y tuvo que esconderse -prepara ahora una sublevacion en Aragon-, y el otro proyecto acabo en manos del ministro de la Guerra, siendo archivado sin mas consideracion.