Wigtown para ver a mi hermano. Me habia quedado sin dinero -hable de una borrachera, sin concretar demasiado- y estaba sin un penique cuando pase junto al boquete de un seto y, a traves de el, vi un coche volcado en el arroyo. Me acerque para ver lo que habia ocurrido, y encontre tres soberanos en el asiento y uno en el suelo. Alli no habia nadie, ni rastro del propietario, de modo que me embolse el dinero. Pero la ley me descubrio. Cuando intente cambiar un soberano en una panaderia, la mujer llamo a la policia, y un poco despues, cuando me estaba lavando la cara en un arroyo, me dieron alcance, y tuve que dejar la americana y el chaleco para huir a toda prisa.

– Para lo que me ha servido -exclame-, que se queden con el maldito dinero. ?Toda la policia del distrito detras de un pobre hombre! Si usted hubiera encontrado las monedas Jefe, nadie le habria molestado.

– Sabe mentir muy bien, Hannay -dijo el.

Simule enfurecerme.

– ?Deje de llamarme asi, maldita sea! Le he dicho que mi nombre es Ainslie, y nunca en mi vida he oido hablar de alguien llamado Hannay. Prefiero a la policia que a usted con sus Hannay y sus condenados guardaespaldas armados… No, jefe, le pido perdon, no queria decir eso. Le estoy muy agradecido por la comida, y aun lo estare mas si me deja marchar ahora que no hay moros en la costa.

Era evidente que se hallaba desconcertado. Jamas me habia visto, y mi aspecto debia haber cambiado considerablemente respecto al de las fotografias, si es que el tenia alguna. En Londres iba elegantemente vestido, y ahora parecia un vagabundo.

– No tengo la intencion de dejarle marchar. Si es lo que afirma ser, podra irse muy pronto. Si es lo que yo creo, sus dias estaran contados.

Toco un timbre, y un tercer criado aparecio desde la galeria.

– Quiero el Lanchester dentro de cinco minutos -dijo-. Seremos tres para almorzar.

Despues me miro fijamente, y esta fue la experiencia mas penosa de todas.

Habia algo sobrenatural y diabolico en aquellos ojos, frios, malignos, aterradores y sumamente inteligentes. Me fascinaron como los brillantes ojos de una serpiente. Senti el fuerte impulso de confesarlo todo e incorporarme a las filas del anciano, y si tienen en cuenta mi actitud frente a todo el asunto comprenderan que el impulso debio ser puramente fisico, la debilidad de un cerebro hipnotizado y dominado por un espiritu mas poderoso. Pero consegui reaccionar e incluso sonreir.

– No creo que olvide mi cara, jefe -exclame.

– Karl -le dijo el en aleman a uno de los hombres apostados junto a, la puerta-, encierra a este individuo en el almacen hasta que yo vuelva. Te hago responsable de el.

Me escoltaron fuera de la habitacion con una pistola junto a cada oreja.

El almacen era la bodega de lo que habia sido la antigua granja. No habia ninguna alfombra sobre el suelo desigual, y nada donde sentarse aparte de un banco de escuela. La oscuridad era total, pues los postigos de las ventanas estaban hermeticamente cerrados. Tras una laboriosa inspeccion a tientas, deduje que junto a las paredes se alineaban cajas, barriles y sacos de algo pesado. La estancia olia a moho y abandono. Mis carceleros hicieron girar la llave en la cerradura, y les oi pasear de un lado a otro mientras montaban guardia.

Me sente, envuelto por aquella fria oscuridad, en un estado de animo deplorable. El viejo se habia marchado en un coche para recoger a los dos rufianes que me habian interrogado el dia anterior. Ellos me habian visto en mi caracterizacion de picapedrero y me recordarian, pues llevaba el mismo atuendo. ?Que hacia un picapedrero a treinta kilometros de su lugar de trabajo, perseguido por la policia? Una o dos preguntas les pondrian sobre la pista. Probablemente habian visto al senor Turnbull, probablemente tambien a Marmie; lo mas seguro era que pudiesen relacionarme con sir Harry, y entonces todo estaria tan claro como el agua. ?Que posibilidades tenia yo en esta casa del paramo con tres peligrosos malhechores y sus criados armados?

Empece a pensar con anoranza en la policia, que ahora debia estar batiendo la colina en pos de mi espectro. Al menos ellos eran compatriotas y hombres honrados, y su misericordia seria preferible a la de estos brutales extranjeros. Pero no me escucharian. Ese viejo demonio con parpados de halcon no habia tardado en librarse de ellos. Tal vez hubiese sobornado a la policia local. Con toda probabilidad tenia cartas de varios ministros diciendo que debian darle toda clase de facilidades para conspirar contra Gran Bretana. Asi es como hacemos la politica en la madre patria.

Los tres regresarian para almorzar, asi que solo tendria que esperar un par de horas. Era una espera muy amarga, pues ya nada ni nadie podria salvarme. Desee poseer el valor de Scudder, pues debo confesar que mi fortaleza no era muy grande. Lo unico que me mantenia era la rabia. Me hervia la sangre al pensar que estos tres espias pudieran acabar conmigo de este modo. Me console con la idea de que, en todo caso, quiza lograse retorcerle el cuello a uno antes de que me liquidaran.

Cuanto mas pensaba en ello, mas me enfurecia, y tuve que levantarme y pasear por la habitacion. Intente abrir los postigos, pero eran de los que se cierran con llave y no pude moverlos. Desde fuera llegaba el debil cloqueo de las gallinas al sol. Despues me abri paso a tientas entre los sacos y las cajas.

No pude abrir estas ultimas, y los sacos parecian estar llenos de cosas como galletas para perro que olian a canela. Sin embargo, cuando daba la vuelta a la habitacion, encontre un picaporte en la pared que me parecio digno de investigar.

Era la puerta de un armario empotrado y estaba cerrado con llave. Le di unos cuantos golpes y me parecio bastante endeble. A falta de otra cosa mejor que hacer, emplee toda mi fuerza en esa puerta y tire del picaporte. La puerta cedio con un crujido, y temi que mis guardianes entraran a investigar. Espere un poco, y despues empece a explorar los estantes del armario.

Alli habia multitud de cosas extranas. Encontre una o dos cerillas sueltas en los bolsillos de mis pantalones y obtuve una tenue luz. Se apago en cuestion de segundos, pero me mostro una cosa. Habia un pequeno surtido de linternas en un estante. Cogi una, y descubri que funcionaba.

Con la ayuda de la linterna segui investigando. Habia botellas y cajas de productos que olian muy mal, seguramente sustancias quimicas para experimentos, asi como rollos de hilo de cobre y gran cantidad de un fino alambre de seda aceitoso. Habia una caja de detonadores, y una cuerda para mechas. Despues, al fondo de un estante, encontre una solida caja de carton, y un estuche de madera en su interior. Consegui abrirlo, y vi que contenia una docena de pequenos ladrillos grises, de unos cinco centimetros cuadrados cada uno. Saque uno, y descubri que se desmigajaba facilmente entre mis dedos. Despues lo oli y lo lami. A continuacion me sente a pensar. No en vano habia sido ingeniero de minas, y reconocia la lentonita en cuanto la veia.

Con uno de esos ladrillos podia volar la casa en mil pedazos. Habia utilizado el producto en Rodesia y conocia su potencia. Lo malo era que mis conocimientos no resultaban exactos. Me habia olvidado de la carga adecuada y el modo de prepararla, y no estaba seguro de la regulacion del encendido. Ademas, solo tenia una vaga idea sobre su potencia, pues aunque la habia empleado no la habia manejado con mis propias manos.

Sin embargo constituia una oportunidad, la unica oportunidad posible. Era un gran riesgo, pero frente a el se alzaba una espantosa certidumbre. Si la utilizaba, las posibilidades serian de cinco a uno a favor de que yo volara por los aires; pero si no lo hacia, seguramente ocuparia un agujero de un metro ochenta de longitud hecho en el jardin aquella misma noche. Este era el modo en que debia enfocarlo. Las perspectivas eran muy negras en ambos casos, pero al menos habia una posibilidad, tanto para mi como para mi pais.

El recuerdo del pequeno Scudder me decidio. Fue un momento crucial en mi vida, pues no sirvo para tomar estas decisiones tan importantes. Sin embargo, aprete los dientes y ahuyente las terribles dudas que me asaltaron. Procure no pensar en nada y me dije a mi mismo que estaba haciendo un experimento tan sencillo como los fuegos artificiales de Guy Fawkes.

Cogi un detonador, y lo acople a unos sesenta centimetros de mecha. Despues rompi un ladrillo de lentonita en cuatro partes, y enterre un pedazo en una grieta del suelo debajo de uno de los sacos, conectandole el detonador. Era posible que la mitad de aquellas cajas fuese de dinamita. Si el armario contenia explosivos tan mortiferos, ?por que no las cajas? En este caso todo volaria por los aires, yo y los criados alemanes y un acre del terreno circundante. Tambien existia la posibilidad de que la detonacion hiciera estallar los demas ladrillos del armario, pues habia olvidado casi todo lo que sabia acerca de la lentonita. Pero no servia de nada empezar a pensar en las posibilidades. El riesgo era muy grande, pero tenia que correrlo.

Me agazape debajo del alfeizar de la ventana y encendi la mecha. Despues espere uno o dos minutos. El silencio era total, y unicamente se oian las pisadas de unas botas en el pasillo y el apacible cloqueo de las gallinas

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