Lo peor era que despues a mi mismo me costaba encontrar la linea verdadera, el sentido de esos relatos superpuestos, atravesados, enredados entre si, destrozados, malogrados, arruinados, destruidos, por imposibles. Por destruccion de lo real.

22

La verdadera realidad no es para mi sino lo real de lo que todavia no existe. Lo que debe ser descubierto en sus caras mas oscuras. Esas caras cambian de un instante a otro, pero ya estan alli desde tiempo inmemorial contemplandonos. Yo buscaba esas caras oscuras.

Si alguna virtud tiene lo que escribo se reduce al hecho de que lleva en si mismo el germen de su negacion, de su destruccion.

Las tachaduras acaban por invadir los menores intersticios de lo escrito haciendo que las historias que debieron haber sido contadas no hayan sido contadas sino en permutacion con otras que no fueron escritas.

No escribo para un publico determinado.

El publico crea su propio libro sin necesidad de autores. No escribo para la posteridad. La posteridad no es rentable. Nadie busca en la inmensidad del mar, entre tanto desperdicio, la botella que se supone lleva en su interior un mensaje destinado a sobrevivir a la nada.

Escribo solo para mi. Para capturar la huidiza memoria del presente, por lejos que uno retroceda.

23

El verdoso fulgor del farol de luciernagas volvio a brillar en la oscuridad de mi habitacion.

La inspiracion no es mas que el sudor de una larga paciencia.

Reescribi la historia que yo recordaba palabra por palabra. Solo que ahora me la robaba a mi propia imaginacion.

Alla la Biblia y sus atarantados versiculos.

En la nueva version el castigo lo recibia Esau, fiel a mi norma de que las historias fingidas deben contar la verdad como si mintieran.

Lucha hasta el alba no fue publicada jamas, pero en mi calcanar quedo impresa la cicatriz del machetazo que me libero del odio de Esau al precio de dejarme rengo por el resto de mi vida.

Mucho mas tarde, en la universidad, escribi una nota. El cuaderno de apuntes se perdio, pero yo recuerdo lo que escribi en esa nota.

«El robo es lo mejor que le puede pasar a la palabra escrita porque siempre esta abierta para que todos la usen a su talante. No es propiedad de ningun autor. Esta ahi para eso, para que la tome el primero que pasa. Sin la palabra robada nadie habria podido comunicarse. No habria podido ser escrito ningun libro. Ni siquiera los Libros Sacros, que padre tanto aprecia y respeta.»

24

Oigo aun a mi padre amonestandome:

«Hijo, no escribas. La escritura es el peor veneno para el espiritu.»

Las desgracias ajenas yo las sentia como propias cuando las escribia. No existian otras.

Encontraba hermoso y terrible despegar las angustias ajenas en la letra escrita hasta que se convertian en las desgracias que uno mismo padece. Expresar el sufrimiento en el momento mismo de producirse.

El doloroso olor de la memoria.

25

Las filipicas de mi padre eran interminables. Cuando empezaba a despotricar, no se sabia nunca cuando iba a cambiar y cesar el viento reganon.

El hormigueo de las rodillas del nino penitente hincado sobre la tierra cubierta de pedregullo se transformaba, crecia en dolor, subia por las vertebras hasta regurgitar en mareos y en vomitos.

Me abrazaba a la chimenea. Trepaba por ella hasta la cuspide para arrojarme por el vacio oscuro.

Mi padre decia aun:

– Guarda lo que tienes para que nadie te arrebate tu corona.

Las palabras de mi padre me hacian experimentar un angustioso encogimiento del corazon. El era un perdedor nato. Habia perdido todo. Era un pobre de solemnidad. Un misacantano que no tenia mas corona que el rapado de la tonsura. Hasta el dia de su muerte lucio ese rapado circular en la coronilla como otra cicatriz de los parasitos.

– ?Mantente firme, hijo mio! ?Mantente firme en la pureza de tu corazon!…

– ?Padre mio, padre mio, perdoneme!… -plania yo transido de pena-. He pecado gravemente contra el cielo, contra el espiritu y contra usted… pero al menos dejeme habitar el rincon mas pobre de la casa, en el corral de las vacas, en el cobertizo del excusado…

Mi padre me habia ensenado el latin para impedirme que aprendiera el guarani en mis «juntas» con los desarrapados chicos del pueblo.

Yo no reclamaba sino el derecho de poseer mi frasco de luciernagas, escribir esos relatos nocturnos que eran mi lucha con el Angel, y de dia correr las aventuras del rio con esos angeles resplandecientes de libertad.

Debo decir que nunca levante la voz ni discuti con mi padre. En realidad lo unico que yo decia desde lo hondo de mi intima furia, sin despegar los labios, era: «Padre mio, vayase mucho al carajo con sus puneteras prohibiciones de catecismo…»

Mi padre apreciaba en ese momento mi callada humildad.

Me daba un beso en cada mejilla y un abrazo en senal de reconciliacion. Calmada su agitacion, se iba mas sereno a su sueno.

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