2

Mi mutismo se me complico con una nausea de desprecio que me resultaba dificil ocultar.

Por alguna pequena rajadura de mi disfraz espectral, el instinto de la soplona estaba empezando a sospechar que podria esconder la naturaleza verdadera del pynandi que viajaba delante de ella, encerrado en hosco silencio, inconcebible en un genuino pynandipoi lo comun jovial y dicharachero.

Mi rapido espionaje, en lugar de caerle como un agravio, la alegro. Confirmaba sus sospechas.

La lucha estaba entablada ahora entre ella y yo.

Pronto comenzaria sin duda a atacar, a picotear, a echarme arena en los ojos. En realidad ya habia comenzado a tender sus fintas con frases y gestos ambiguos y equivocos.

Mi defensa quedaba librada a mi sola, cautelosa, simulada pasividad, muy inferior a los poderes de taimada marrulleria de la exuberante mujer.

Se me hizo evidente que, en cualquier momento y ante el menor indicio de que sus sospechas eran fundadas, podia alertar por los medios mas increibles a los matones policiacos que seguramente se hallaban aun en el tren.

Debia ocultarme mejor. Debia hacerme invisible.

3

– Vea usted lo sin mas pena que son -dijo la mujer observando hacia afuera el remolino de gente gritando y trotando alegremente en las trochas haciendo como que iban empujando el tren.

Las caras y las ropas tiznadas de carbonilla en un carnaval de improvisada locura. Los ritos y las mascaras salen de cualquier parte, en cualquier momento.

Segui haciendome el dormido, meditando como podria a mi vez neutralizar y embaucar a mi expansiva companera de viaje.

El mono logro zafarse de su jaula y estuvo en un tris de saltar por la ventanilla para reunirse con los procesioneros.

– ?Vengase aqui, Guido, mi piticau, che corazol ?Adonde va a ir usted, mi rey, con esos tavyrai partida? Quedese con su mama… -le tendio una confitura y le puso una correa al collar.

El mirikina se hundio, mimoso, en el vasto regazo.

Las manos gordezuelas, increiblemente pequenas, frotaban las orejas y la cola del mono, que masticaba la confitura con las encias violetas, arremangadas, los ojillos girando en todas direcciones, mientras escupia las cascaras del mani como proyectiles.

4

Hubo una llamarada hacia el exterior.

Una enagua de fibra estaba ardiendo sobre el cuerpo de una mujer joven. La muchacha trato de liberarse de los andrajos ardientes. Se los arranco a manotazos y quedo en cueros en medio del campo, solo quejandose un poco para sus adentros.

Echaban humo la cara y el cuerpo ampollados de quemaduras. Ardia el sol sobre el cuerpo desnudo que se doblaba con los brazos entrelazados sobre los muslos.

Los ojos machunos se quedaron contemplandola con viscosa curiosidad.

– ?Bersabe… tapate na la verguenza, che ama! -le grito la mujer arrojandole un manto encima como quien apaga una vela.

Desde la ventanilla la chipera la insulto en guarani.

La muchacha corrio para alcanzar el tren. Se subio y se acurruco junto a su canasta, de seguro tambien vacia de mercancias.

Se quedo dormida. Se quejaba en suenos. Me acerque a observarla. Los rostros dormidos son impenetrables.

La gorda mujer protesto, como desde la repentina acidez de un colico moral.

– ?Ya no tienen verguenza las muchachas de ahora!

– Las chispas del tren le quemaron la ropa -la defendio el viejo-. Ella no tuvo la culpa.

La mujer continuo sin oirlo:

– En nuestro tiempo la verguenza era una prenda que una llevaba cosida bajo la ropa. Y yo, senor, le diria que la teniamos zurcida en la piel. No hay mejor remiendo que la tela del mismo pano.

– ?Es su hija? -le pregunto el viejo.

– Casi. Bersabe es huerfana de padre y madre.

La cara de la muchacha, ulcerada por las quemaduras, le daba un aire fantasmal. Estrellas inflamadas le supuraban en la cara.

– La estoy criando yo. Es sorda. No habla -dijo la mujer echando humo de su cigarro despachurrado-. Pero los mudos y los sordos, cuanto hacen hablar.

– ?De donde es ella? -pregunto el viejo.

– Eran del pueblo de Tava'i -conto la mujer-. Las guerrillas del 14 de Mayo anduvieron por alla hace dos anos. Arrasaron el pueblo. Mataron a los hombres, violaron a las mujeres. Menos mal que las tropas del general Colman fundieron a los guerrilleros. No quedo ni uno para remedio. Pero ya el dano estaba hecho. Bersabe perdio el oido. Perdio la familia. Perdio todo. Quedo sola. No me tiene mas que a mi. Estos son los resultados de la accion de esos subversivos que quieren salvar la patria, ndaye.

Sus pequenos ojos marrones me escrutaron. Esperaba sin duda que la contradijera.

5

El rostro inflamado de ampollas daba a la muchacha dormida un aspecto espectral.

Detras de su sueno, la muchacha parecia despierta.

Supe que me miraba. Su aparente indiferencia escondia el desprecio,

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