Habia un nexo misterioso entre lo que el uno sonaba en las brumas de su mente y lo que el otro hacia como por arte de magia, pero de una magia desconocida en este mundo.

Cuando los dos Gaspares se conocieron, se reconocieron de inmediato. Se veian poco. No cambiaban palabra. Pero se podia decir que estaban en permanente comunicacion.

10

Durante las crecientes el gran puente quedaba bajo agua. Si la locomotora se arrejaba a pasar, el agua brava le llegaba a la cintura. Se le apagaban los fuegos y la caldera se enfriaba en un largo silbido.

Una vez el tren se descarrilo y se hundio en el rio.

Se debio esperar la bajante para sacarlo del remanso.

Con las gruas de la fabrica izaron la pequena locomotora. Despues los vagones cargados de ahogados. Estaban sentados muy quietos y duros en los asientos, hinchados de agua, al doble de su tamano, las caras medio comidas por las piranas.

Durante un mes un centenar de hombres con carros, bueyes, alzaprimas y aparejos trabajaron para volver a poner el tren sobre las vias y retirar los ahogados. El trabajo avanzaba lentamente. La mayor parte del tiempo, todos se pasaban chupando la bombilla del terere y cargando las guampas con el agua barrosa del rio.

En el reflotamiento del tren se vio de nuevo al hombrecito en accion. Diminuto, agil, ubicuo, estaba en todas partes, dando una mano o una orden siempre oportuna y exacta. Superaba en rendimiento la capacidad de dos hombres fornidos.

Era el unico que no perdia tiempo sorbiendo el interminable, el infinito terere que estaba transformando el color de la raza en la verde y voluptuosa desidia de la yerba mate.

11

Hubo un centenar de velorios en todo el pueblo. Las lloronas y los pasioneros del via crucis de Borja y Maciel, se lamentaron a grito pelado sin parar dia y noche durante tres dias y tres noches.

Toda la poblacion clamaba entre lloros y gemidos sus trisagios y jaculatorias de difuntos mientras llevabamos remando a los muertos en sus ataudes de canoas y cachiveos hasta el cementerio, en medio de grandes fogatas.

Con el calor hervido de humedad, los entierros se hacian de noche. Cargabamos mucha paja seca sobre los islotes de camalotes y le prendiamos fuego, como hacen los carpincheros la noche de san Juan.

Era un espectaculo mas imponente que las fogatas de los carpincheros en el rio. Estos fuegos se movian con el viento sobre las aguas torrentosas.

La noche de los fuegos flotantes en todo su esplendor.

12

La vision de las vias destartaladas me lleva a otra imagen que no la podre sacar jamas de mis ojos, de mi alma.

Se hace un total silencio a mi alrededor. Solo escucho el lento chirriar de las ruedas avanzando desde Iturbe a Vi llamea.

No son las ruedas de este tren. Son las de una zorra de cuadrilleros. Mi padre va moviendo las palancas de impulsion, ayudado por un companero de trabajo. Sobre el plan de la zorra va mi madre yacente, arropada en cobijas, con el rostro livido, herida de muerte. La protege apenas del ardiente sol una vieja y rotosa sombrilla amarrada a uno de los soportes del gobernalle.

13

Mi madre se hallaba gravemente enferma de sobreparto de mi segunda hermana, que nacio muerta.

La hemorragia incontenible, la fiebre puerperal hacian estragos en la enferma. Habia que llevarla de inmediato al gran medico y patriarca de Villarrica, el doctor Dominguez.

El tren estaba hundido en el puente y no seria reflotado hasta mucho despues.

Mi padre fue a ver al patron y le pidio que mi madre fuese llevada a Villarrica en uno de los camiones de la azucarera.

– Pero, don Lucas, ?como se atreve a pedirme esto? Usted sabe que es algo imposible. No hay caminos camionables hasta Villarrica. El camion no llegara. Se perdera en el camino. Eso cuesta un platal.

El rostro de mi padre se fue poniendo livido. La sonrisa bonachona del patron se endurecio un poco.

Los ojos celestes y bonachones de Jordi Bonafe se veian apenas como dos rajitas luminosas, cavilando sobre alguna solucion viable.

– A menos que se anime usted a llevar a su mujer en la zorra de los cuadrilleros del ferrocarril… -dijo al cabo la voz tajante y glotal de los catalanes, atusandose los bigotazos rubios con los dedos untados de saliva.

14

Mi padre pidio a su companero de trabajo, Pachico Franco, un joven lleno de fuerza y de bondad, que le ayudara a mover la manivela de la zorra.

Pachico era su mejor amigo. Sentia por mis padres la devocion de un verdadero afecto.

Completamente empapados de sudor los dos hombres, mi padre ademas por las lagrimas de su llanto inconsolable, movieron las palancas de impulsion de la zorra a lo largo de las siete leguas del trayecto, en siete mortales horas.

Yo iba junto a mi madre dandole de beber y haciendole viento con un abanico de palma.

– ?Hazme nacer, Dios mio!… Para que no les falte a ellos… -le oi murmurar mas de una vez.

Antes de nacer, yo habia danzado en su vientre. Ahora ella pedia nacer

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