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Manora, por ejemplo, poco tenia que ver con la azucarera. Si, mucho, con los caneros, con los obreros de la fabrica, con la gente de las companias mas pobres.
Otro ejemplo: Manora no tenia autoridades. Ni cura, ni jefes politicos, ni seccionales. Todo eso que era el orgullo de Iturbe y la causa de sus males.
La aldea de Manora llevaba su modestia hasta hacerse invisible, parecida en todo a la imagen de su fundador.
Iturbe y Manora no se distinguian en verdad uno de otro, aunque no eran identicos ni en el clima ni en el tiempo natural de los dias y las estaciones.
El sol, por ejemplo, salia un poco antes en Manora. Se ponia un poco despues.
El tiempo de la caida de un grano de arena.
10
Una telarana en el alero de un rancho podia juntar Iturbe y Manora en un mismo temblor por fracciones de segundo.
Cuando la removia el ala de un pajaro, la telarana temblaba en el mismo tiempo y en el mismo lugar de Iturbe y Manora. El alero era el mismo, pero estaban lejos el uno del otro.
A la manana siguiente el maestro hizo un experimento en la escuela con una telarana de verdad. Puso a Clodoveo Luna en un extremo del corredor y a Consagracion Capilla en el otro, a unos cien metros de distancia.
– ?Listos! -grito el maestro.
Del bolsillo saco un colibri que se puso a aletear en su mano. Volaba inmovil como una sonrisa amarilla pegada a los labios del maestro. Lo acerco a la telarana. El vibratil aleteo rozo la telarana que se puso a temblar como en un escalofrio.
– ?Se mueve! -grito Clodoveo Luna a lo lejos.
– ?Se mueve! -grito Consagracion Capilla.
Eulogio Carimbata protesto con sus espinas de siempre sobresaliendo de su cuerpo de pez flaco.
– No vale -dijo-. Ellos son novios. Se pusieron de acuerdo.
El maestro metio el colibri en el bolsillo. Distribuyo otras dos telaranas, formando cruz con las dos anteriores, el edificio de la escuela por medio.
Mando a Eustaciano Cabral y a Marisa Ayala a ocupar sus puestos. Ahora no podian verse los cuatro.
– ?Son novios ustedes? -pregunto el maestro.
– Todavia no… -tartamudeo Marisa.
El maestro saco otra vez el colibri del bolsillo. Lo arrimo a la telarana. El temblor del ala removio los hilos.
– ?Se mueve!… -gritaron los cuatro al unisono.
La telarana del tiempo es la misma en todas partes, dijo el maestro Cristaldo. Cuando el ala de un pajaro roza un hilo al otro lado del mundo, todo el tejido del tiempo se mueve. Siente el aleteo de la vida. Percibe el latido del universo.
11
Cuando Manora empezo a hacerse famosa, las gentes venian en caravanas con ganas de conocer esa aldea que no se sabia muy bien donde estaba.
No la podian encontrar.
Daban vueltas y vueltas alrededor de Iturbe. Alli, de pronto, se daban de narices y menudencias con el maestro Cristaldo en la escuela, en alguna esquina, en la orilla de la laguna que el habia transformado en un estanque de aromas y de salud.
Los que venian de afuera no podian notar que Manora e Iturbe eran un solo y unico pueblo, pero no el mismo.
Preguntaban a los vecinos. Estos respondian que el pueblo era Iturbe y que no conocian otro con el «apelativo» de Manora.
12
Habia sin embargo entre ellos profundas diferencias. En Manora ciertamente, pese a su nombre o gracias a el, ya no moria la gente.
Por lo menos mientras vivio el maestro. El le puso ese nombre como una conjura y un desafio. Sabia que algun dia la muerte iba a volver a aparecer por esos lugares. Pero no mientras el viviera alli.
– La muerte no falta nunca cuando llega la hora -decia cuando le preguntaban sobre el motivo del extrano gentilicio manoreno.
El que sabe esperar, vive. Era su lema, su fuerza, su magia.
Lo ultimo que logro fue desterrar la muerte del pueblo. Nadie se dio cuenta de ese prodigio.
Lo que no pudo desterrar fueron las inundaciones.
Morian los que se iban del pueblo. O los que salian para hacer cortos viajes. No regresaban ni vivos ni muertos. El olvido se encargaba de ellos.
13
Cuando hablo de Manora no es del pueblo de Iturbe, de la antigua Santa Clara que fue su primer nombre, de Itape, de San Salvador, de Borja, de Maciel o de Caazapa, de la azucarera, de otros pueblos vecinos y de su gente; no es de ellos de los que me estoy acordando.
Hablo de esa aldea que esta metida dentro de Iturbe como el carozo del durazno o la ovalada semilla del mango que se queda en hilachas cuando acabamos de rocigar la carne amarilla o rosada.