Daba lo mismo que el pueblo secreto de Manora estuviese construido en piedra, madera, paja y barro de estaqueo. Al principio, los alumnos creiamos que el maestro Cristaldo, con su costumbre de expresarse en imagenes, hablaba de un pueblo invisible que existia dentro del corazon de los iturbenos.
No era por los ojos, por los oidos, por el tacto o por cualquier otro sentido no conocido como podiamos reconocer la existencia de Manora.
Solo podiamos aproximarnos a ese misterio por corazonadas.
El mejor ejemplo de lo que era Manora lo mostro un dia en clase el maestro Cristaldo. Trajo aquella manana una bola de un material transparente, muy brillante, jaspeado de delgadas capas superpuestas. Dijo que se llamaba cuarzo, un cristal de roca muy apreciado.
Hizo que nos acercaramos a su mesa. En el interior de la bola translucida vimos una mancha coloreada, como bajo la luz del amanecer.
La mancha se convirtio en la vision de un pueblo. Todos, a un mismo tiempo, gritamos ?Iturbe!
Estabamos encandilados. El maestro nos observaba. Nos miraba de oido y de memoria. Fijaba sus ojos en cada rostro, en los ojos brillantes de los chicos que dejaban traslucir su emocion.
Dentro de la vision del pueblo amanecio otro muy semejante, parecido a su sombra y reflejo.
Todos, a un tiempo, gritamos: ?Manora!
Nos quedamos mudos.
El maestro no decia palabra. Disfrutaba con nuestra sorpresa. Pero tambien habia en su rostro algo como la sombra de una inquietud.
– Asi que la bola de cuarzo es el mundo… -dijo burlandose un poco Eulogio Carimbata-. Dentro de la bola hay dos pueblos que estan metidos uno dentro de otro…
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Nos acercamos mas. Entonces vimos que sobre Manora ya brillaba el sol. Iturbe estaba un poco a oscuras todavia en el despuntar de la aurora. La fabrica y la chimenea parecian boca abajo. Los grandes canaverales parecian haber remontado y ondeaban entre los rosicleres que pintaban los pompones de las nubes.
Los carros repletos de canadulce avanzaban chirriando lentamente hacia el ingenio al paso cansino de los bueyes. Las sombras de los conductores montados sobre los atados de cana y de los boyeritos que iban delante de los bueyes se proyectaban, enormes, sobre el campo que habia perdido sus orillas. Y todo eso cabia en la pequena redondez de una bola de cristal oscuro y al mismo tiempo transparente.
La mano arrugada y pequena del maestro Cristaldo se metio entre las cabezas y se apodero de la bola de cuarzo.
– Vayan ahora a sus casas, a pensar -nos despidio como ahuyentando moscas…
Decima parte
1
Con los alumnos de la escuela el maestro Gaspar construyo un columbario en el cementerio, trabajando sabados, domingos y fiestas de guardar.
El maestro explico un poco de arquitectura romana antigua. Hablo del coliseo, el gran anfiteatro circular donde los cristianos eran echados a las fieras y los gladiadores luchaban entre ellos y con las fieras en honor del Cesar dictador, como para que la gente se divirtiera un poco y el tedio no se apoderara del imperio.
El columbario, en cambio, explico el maestro, era un mausoleo donde los romanos colocaban urnas y vasijas funerarias. Dijo que nosotros ibamos a construir un columbario para la gente viva, donde la idea de la muerte fuera desterrada para siempre.
El columbario quedo terminado en poco tiempo.
A la par que la escuela, el columbario era el monumento mas hermoso del pueblo. Podia estar en la plaza, en lugar de estar en el cementerio.
Con ese monumento de gracia, de color, de vida, el cementerio mismo podia lucir en la plaza en lugar de la fea rotonda de palo, paja y barro levantada frente a la iglesia en ruinas.
Despues de las lluvias el columbario parecia un huevo inmenso y transparente de todos colores, acabado de poner. Los huecos de los nichos vacios daban la impresion de que el columbario se hallaba encerrado dentro de un coliseo tambien transparente.
Las golondrinas que venian del frio tejian sus nidos dentro de los nichos. Alimentaban a sus pichones picoteando las velitas de sebo y los dulces de
Los escueleros estabamos orgullosos de la obra maestra que nos habia hecho hacer el maestro.
Daba alegria ver esa hilera de nichos, todos vacios, adornados de filetes y filigranas al estilo arabe, que el maestro habia pintado con las tinturas del bosque en colores rojos, azules, negros y amarillos. Hasta el negro del oxiacanto era mas vivo y alegre que el purpura del urucu o del achiote. Menos triste que el celeste del mercurio de plomo parecido al color turbio y azulado del ojo tuerto.
Una dicha para ver y recordar siempre.
Alli aprendimos que la muerte no existe cuando no se ve el cuerpo muerto.
Cuando no hay nada que enterrar, nada que recordar bajo tierra, la vida se pasea por todas partes como duena y senora.
Los nichos vacios con una flor y una velita encendida ahuyentaban la muerte. Como si la retaran:
– ?Fuera de aqui, canguetona!
No entendiamos, no queriamos aceptar que con la muerte todo se acaba sin esperanza. Como si el alma de los difuntos no pudiera estar sino bajo tierra, como la de los animales. O bajo agua, como la de los ahogados.
2