Decimoprimera parte
1
A todos los escueleros nos intrigaba la parte en sombras de la vida del maestro.
Nos interesaba, sobre todo, saber que hacia al anochecer, encerrado en su cabana lacustre, en invierno y verano. Solo cuando hacia mucho calor, dejaba entreabierto el ventanuco que daba hacia el copudo taruma de la orilla.
Nadie se animaba sin embargo a espiar la casa solitaria. El mas osado lo habria sentido como una falta de respeto y consideracion, como un acto de verdadera profanacion.
Yo me atrevi a cometerlo.
Escondido entre los setos de amapolas y plantas acuaticas que rodeaban la laguna, como una linea defensiva de su soledad, de su voluntad de recogimiento nocturno, comence a vichar la casa del maestro.
Los latidos de mi corazon retumbaban en mis oidos bajo la presion de un miedo cerval a lo desconocido.
Lo hice varias veces sin resultado alguno.
2
Al principio me limite a un rodeo timido y asustado de la laguna en los anocheceres calurosos del verano buscando el punto de mira mas adecuado.
Mi curiosidad y mi coraje iban creciendo.
Me fui animando cada vez mas. Me acercaba furtivamente a la laguna, trepaba al corpulento taruma, y me ponia a atisbar el ventanuco siempre cerrado.
Encontre un apostadero optimo en el hueco que un rayo habia excavado hacia mucho tiempo en mitad del tronco, como decir en las propias entranas del arbol.
El rayo no lo mato. Le dio conciencia de su fortaleza. Siempre verde, cada vez mas copudo, hacia alli de centinela de la laguna muerta.
La oquedad oval en el tronco era casi una almena de casafuerte. Servia de casilla de correo al unico habitante que moraba en la choza lacustre.
Ahora me servia a mi de atalaya.
Para mi, en funciones de espectador, de espia, la entrana hueca del arbol era una butaca que parecia instalada alli a proposito por el acto servicial y quizas premonitorio del rayo.
El trabajo de los comejenes no habia hecho sino esponjar y acolchar el hueco tornandolo tan muelle y comodo como un sillon.
3
Inmovil, petrificado por la curiosidad y el miedo, debia de parecer un buho joven escondido entre el follaje. Los ojos brillantes por la avidez malsana que me consumia y que a la vez alimentaba mi deseo, se hallaban clavados en el redondel del ventanuco, mas pequeno que la claraboya de la sentina de un barco.
En uno de estos anocheceres la casualidad o la tenacidad de mi obsesion acabo por gratificar el acto vil.
El ventanuco se hallaba entreabierto. No habia una gota de aire. La aceitosa superficie del agua transmitia con toda nitidez los mas tenues rumores, hasta el siseo del vuelo de los cocuyos.
En determinado momento crei que mi sitio de observacion en el inmenso arbol se hallaba ubicado sobre un invisible viaducto cuyas resonancias vibraban en mi piel.
De pronto escuche la voz del maestro. Hablaba con una mujer.
?Dios! -dije- ?No puede ser!
Sufri un sobresalto que estuvo a punto de voltearme de la horqueta en la que estaba sentado.
Quise dejarme caer y huir.
El miedo cerval se me troco en pavor de ciervo herido y me paralizo en la rama.
Un gran ruido cayo sobre mi.
El tren pasaba por la curva de la laguna, coronado de chispas, las ventanillas iluminadas en la oscuridad, como una vision irreal.
Ese tren aparecia en los momentos mas inoportunos. De repente surgia como de debajo de la tierra, del tiempo, del susto. De tanto verlo pasar, ya nos habiamos habituado a no verlo. Sobre todo, para mi, en ese momento y desde ese lugar en que mi alma colgaba de un hilo.
La curiosidad insensata pudo mas que la prudencia. Esa goma visceral me retuvo en la improvisada platea, ante el escenario fantasmal que de repente y por increible casualidad se abria ante mi el ventanuco entreabierto, la luz temblorosa del candil invisible que alumbraba la escena sin mostrar a los personajes.
4
La voz cascada del maestro sonaba como la de un parvulo. O de alguien mas pequeno aun. Pero era su voz, sin duda, reconocible a pesar del registro altisimo y por momentos casi lloriqueante que tenia ahora.
La voz de la interlocutora correspondia a una mujer joven, que hablaba con suave pero firme autoridad respondiendo a los apremiantes requerimientos del parvulo que se expresaba como un adulto en voz de falsete.
5
Dijo el nino, o quien fuera el misterioso parvulo «…Cuando usted me dice que yo no puedo acordarme tan lejos, y que ya estoy crecido para andar perdiendo el tiempo en chocheras de chico, yo me callo solo por fuera.
«Sin nadie a quien hablar de estas cosas, ya que usted tampoco quiere escucharme, me quedo hablando solo. Puedo malgastar mis palabras. A que malgastar mi silencio. Me abrazo al