los dos albergaba la menor sospecha de lo que habia ocurrido. Y menos aun que yo era el delincuente y el testigo de cargo.
– Buena cabeza. Todavia le falta seso -gruno el maestro dandome unos golpecitos en la coronilla con su mano sarmentosa-. Menos mal que a este no le alcanzaron las tijeras de la tonsura.
Mi padre tomo a risa la alusion algo injuriosa del maestro con respecto al rastro capilar de sus ordenes menores en el seminario.
El maestro caminaba muy aprisa con sus pasitos cortos que desencuadernaban el ritmo de marcha de mi padre y le tenian como agachado hacia tierra.
Mi padre se doblo por la mitad hasta poner su cabeza a la altura de la del maestro.
– Cada uno lleva la tonsura que se merece bajo el cuero cabelludo… - dijole palmeandole el hombro respetuosamente.
El ruido del tren ahogo su voz.
El maestro habia desaparecido entre el humo y las chispas.
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Mi delirio me infundio la arrogancia de decidir investigar el problema por mi cuenta, de la manera mas radical, en el mismo terreno de los hechos.
Mi temeraria decision estaba tomada.
Una manana, despues de beber el habitual jarro de leche espumosa, recien ordenada por nuestro
Madre me despidio en el porton mirandome largamente con su triste sonrisa como queriendo comunicarme algo.
No dijo nada.
Me puso un pedazo de tortilla en el hule del bolso. Me dio un beso y me dejo partir. Oi que el porton grunia algo, pero no le hice caso.
Tenia por delante las tres horas en las que el maestro estaria ocupado con la leccion de lectura y escritura en los tres grados que tenia a su cargo.
Por la zona mas agreste me dirigi sigilosamente a la laguna. Los pobladores trabajaban desde el alba en los canaverales, en las olerias, en los montes, en la fabrica.
La manana era soleada y desierta, llena solo con el calido viento del norte y el infinito bullicio de los pajaros.
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La canoa estaba amarrada a una de las enormes raices del taruma. Desate la cadena y cruce la laguna con rapidas remadas al ritmo del tumulto que sentia redoblar en el pecho.
Desembarque. Subi en tres saltos la escalerilla. Por una abertura entre las tablas rotas del piso me cole como un ladron en el pobre rancho. Me golpeo la cara el acre olor a sudor del maestro. Ese olor que formaba parte de su personalidad.
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Por todas partes salia a recibirme con mudo reproche la enorme, la impalpable presencia del maestro, hecha a escala de su inabarcable modo de ser, pero tambien al tamano en miniatura de su pequena estatura. Todo era inmenso y a la vez diminuto.
En la cabana reinaba intocado el orden maniatico que le habia impuesto su morador. No encontre ninguna ropa o efecto, por pequeno e insignificante que fuera, que pudiera corresponder a una mujer.
Ni la sombra de un pelo.
Penetre en una especie de trascuarto, apartado por una tosca cortina de lona. Supuse que seria el dormitorio. No vi sin embargo catre alguno que pudiera sugerir una especie de lecho, un lugar de reposo. Revise los rincones con el mismo resultado.
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Al borde de la decepcion, de repente toque algo que me impacto con el efecto de una emocion indecible.
Vi el «utero materno» en el que al anochecer el maestro entraba para nacer al dia siguiente. Una especie de bolson que colgaba del horcon principal.
Me aproxime a la bolsa ovalada y descubri con estupor algo que me parecio un nido de pajaro. Semejaba en realidad el nido de las garzas, el ave que en guarani se designa con el nombre de
No eran plumones de aves ni pellejos de animales finamente curtidos, en los cuales la badana habia sido golpeada y macerada hasta la transparencia total de la materia organica.
Era algo mas vivo, pero indescriptible. No se trataba de un objeto construido artesanalmente.
Era mas bien una membrana muy suave, pero resistente y flexible, llena de inervaciones, semejante a lo que despues sabria que es una placenta humana. Un organo biologico genuino y a la vez un simbolo material en el que objeto y sujeto se confundian.
Pase suavemente, temerosamente, la yema de los dedos sobre esa materia que parecia dotada de su propia sensibilidad. Note ciertos movimientos reactivos que se desplazaban sobre el tejido de nervios contrayendo y dilatandose en el esfuerzo de expulsar algo.
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Desde el interior sobresalia algo que en un primer momento crei que era una gruesa liana retorcida en nudos y anillos.
El susto se duplico en mi.
Pase los dedos sobre esos nudos y circunvoluciones. Los senti calientes y latientes como irrigados de circulacion sanguinea.
No pude reprimir un gesto de nausea viscosa.
No pude seguir. Oi voces. Al principio, borrosamente.