imaginar otras, a partir de ellas. A incitarnos a crear limbos que no estuvieran ocultos en cavernas sino abiertos a la comunidad.

– Hay muchos que odian los libros -dijo con un rictus de amargura-. Serian capaces de quemarlos. El jefe politico Fidel Enriquez seria el primero en hacerlo. No hay nada que humille tanto a los ignorantes como un libro.

Ninguno de nosotros, ni bajo pena de muerte, hubiera descubierto el secreto del maestro.

Eramos los socios de su sabia vida.

6

El sacristan espio al maestro y descubrio el misterio de esa gente extrana que tenia escondida en la cueva.

Ni corto ni perezoso, don Gumercindo chivateo al cura sobre el hallazgo inopinado de esa grey clandestina que no era la de la Iglesia.

Hubo un gran jaleo en el pueblo.

Con el auxilio del juez y del alcalde, el cura revestido con ornamentos funebres encabezo la procesion de las cofradias.

El jefe politico Fidel Enriquez, instigador de la muerte de Leandro Longino Santos, le hacia escolta con su escuadron de gendarmes montados en soberbios alazanes.

El cura Orrego se llego hasta la «taberna de perdularios» escondida bajo la laguna.

Solemnemente mando cerrar «ese antro del demonio -dijo en su violento sermon- donde el maestro tenia asilados y acaudillados a truhanes y gente de averia, salidos de libros blasfematorios y sacrilegos…»

– ?Vade retro, Satanas! -increpo el cura al maestro-. ?Usted es un maldito negro del demonio!

– Aunque negro soy y no nacido, alma tengo… -replico mansamente el maestro.

Los personajes se negaron a salir.

Armaron su contraprocesion, dirigidos por el propio Supremo Francia. Este mando leer un bando de repudio contra las autoridades abusivas.

El que tocaba el tambor del bando era el sargento musico Efigenio Cristaldo, bisabuelo del maestro Gaspar. Se le veia la gran joroba callosa en el pecho que le habia criado el borde filoso del bombo despues de haberlo tocado dia y noche por mas de cincuenta anos.

El Supremo Francia exigia mas energia y ritmo al viejo tamborero. Se notaba que queria por fin reivindicarse ante el pueblo, el, que habia sido en su tiempo el hombre mas culto, el mas poderoso del Paraguay.

Los ojos llameantes del Dictador Supremo, la coleta renegrida, el brillo de las hebillas de oro de los zapatos de doctor y dictador, asustaron a los manifestantes, que empezaron a desbandarse.

7

La grey huyo en todas direcciones al son de las matracas de Semana Santa que sacristan y monaguillo agitaban en la huida.

La rebelion de los personajes habia triunfado. Tuvieron, por esta vez, mas suerte que los agricultores y obreros cuyas rebeliones eran invariablemente aplastadas con las tropas y los carros de asalto.

8

Por largo trecho Don Quijote, lanza en ristre montado en su Rocinante, y Sancho Panza, en su asno, con su alforja de pan y queso, acosados por perrillos ladradores, persiguieron a los frustrados invasores.

Detras del Caballero del Verde Gaban iba la numerosa y aguerrida legion de los Buendia, de Macondo, expertos en guerras y revoluciones.

Sombrios, tragicos, funerales, marchaban los personajes de Santa Maria, la aldea fundada por el uruguayo Juan Carlos Onetti. Llevaban colgados al pecho, en figura, el bolso con el punadito de cal y ceniza de su hacedor, que no quiso volver al lar natal, ni siquiera a la ilustre villa mitica que el habia fundado. Prefirio convertirse en humo en luenes tierras.

La Babosa de Aregua, esperpentica, en enaguas de maldad, arrastraba su trailla de furias, salida del libro de don Gabriel. Los huesos eumenides entrechocaban haciendo mas ruido que las matracas del Viernes Santo agitadas por el sacristan y el monaguillo.

Iban, cerrando la marcha, Juan Preciado y Susana San Juan. Les seguia Pedro Paramo, muerto, convertido en un monton de piedras, encerrado en un saco tejido con fibras de cardos y con el largo silencio de los muertos.

Abundio Martinez, el otro hijo natural de don Pedro, cargaba al hombro el pesado burujon de rencor vivo, llevando en la mano el cuchillo todavia tinto en la sangre paterna.

Al pasar junto al borde de la laguna, Abundio arrojo al agua el bolson de piedras.

Como atravesada por un fierro candente, el agua hirvio por un instante en un borbollon de espumas y vapor.

En esa fumarola, que encrespo por un rato la laguna de Piky, se evaporo el senor de Comala.

Quedo su figura en el libro sin par, que el maestro Cristaldo guardaba entre sus predilectos, escritos por estos pueblos nuevos para que los particulares lean.

9

Volvio a cerrar la cueva con los grandes bloques de piedra que hacian de puerta. El centenar de alumnos, mas alegres que unas pascuas, regresamos a la escuela con el maestro a proseguir las clases interrumpidas por el aquelarre autoritario.

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