8
Se oyeron pasos que se venian acercando.
El maestro se volvio y tendio la mano en direccion al ruido de las energicas zancadas.
– Ahi viene tu padre a buscarte con el arreador.
Se puso a andar. Yo le segui, la cabeza hundida en el pecho, la espalda arqueada en espera del inminente castigo.
La voz de mi padre resono fuerte:
– Asi que de conciliabulos los dos, maestro y alumno. Tal para cual…
Levanto el latigo en direccion al hijo rebelde.
– No lo castigue mas, don Lucas. Ya esta suficientemente castigado… Este chico sufre de pesadillas terribles
– ?Quien le manda a usted meterse en cosas que no le incumben!
– Me incumben, si senor don Lucas. Como no… -replico sin inmutarse el hombrecito, sin detener su marcha- Soy el maestro de su hijo. Mis alumnos me incumben por partida doble. Por los padres y por mi.
– iBastantes cosas innobles le ensena con sus excentricidades! Ahora quiere usted ademas azuzar su rebeldia, levantarlo contra mi autoridad.
– Jamas lo haria si no se trata de una injusticia.
– ?Me acusa usted de haber cometido una injusticia con mi hijo?
– Los castigos excesivos por lo general suelen ser injustos y los vuelven mas rebeldes -dijo el maestro con un hilo de voz- Crueldad no es saber. Y poder hacer no es hacer poder.
– ?Este chicuelo discolo y mentiroso pudo ahogarse en el rio!
– Entre perder la vida en el rio salvando ahogados y hacerle enloquecer de susto no hay mucha diferencia. Por mas discolo y mentiroso que sea, el chico puede enloquecer si usted lo desloma a rebencazos por cualquier travesura y encima le manda a enfrentar al decapitado de la alcantarilla.
Mi padre se puso livido y estallo sin poder contenerse.
– ?Que cosas esta diciendo, viejo mentecato, miserable nonato? ?Como puede hablar de locura o de vida alguien que cree no haber nacido?
– No toque usted, senor don Lucas, misterios que no puede entender. Lleve usted a su hijo. Cuidelo con alma y vida para que sea hombre de provecho.
Yo me quede atras para no seguir escuchando la discusion. Todavia oi que el maestro decia «No olvide, don Lucas, que hasta el morir todo es vivir>>
9
El maestro iba erguido en su braza y media de estatura, sin disminuir el ritmo de su marcha. Los pasitos cortos hacian trastabillar las zancadas de mi padre, a quien le costaba mantenerse a la par de su interlocutor.
Dije «?Que alto es mi padre! Sobre todo cuando esta enojado…» Parecia caminar en puntas de pie.
Note que mi padre se iba calmando. El tono de su voz se suavizo y me parecio que le estaba pidiendo disculpas al maestro por haberle ofendido.
El maestro marchaba silencioso, impasible, pensando en sus cosas, como si sus pies no tocaran el suelo.
La pelusa rosada del amanecer ponia una especie de tenue luminosidad en el ala de su oscuro y estropajoso sombrero de pano.
Vi a mi padre que se doblaba y torcia para mantenerse a la altura del maestro y no interrumpir el hilo de su hablar. Daba la impresion de que iba caminando de espaldas. Una posicion tan forzada era imposible mantener por largo trecho.
Las largas piernas de mi padre se enredaban en extranos pasos de danza. Perdio el equilibrio y cayo de bruces sobre el polvo del camino.
El maestro se detuvo, serio, afligido.
Tendio la mano de pasita de uva a mi padre. Mi padre se la tomo y se incorporo escupiendo tierra.
La escena pintoresca y absurda me hizo reventar de risa por dentro y logro que me olvidara de las penurias sufridas.
Solo dije: «Papa y el maestro Cristaldo son iguales de altos.»
Decimotercera parte
1
Seguia al tren, abismado en mis pensamientos.
De un modo extrano, sentia de nuevo, subitamente, el vago anhelo de retornar al pueblo natal, que a veces solia invadirme en la carcel con punzante nostalgia…
«Lo hare cuando salga de aqui…», me consolaba sabiendo que eso no sucederia.
La vida son deudas que no se pagan. Son largas cosas que no se cumplen.
Ahora mismo, en este tren de un siglo, luego del largo y moroso recorrido de otro medio siglo por los subsuelos de mi memoria, resurgia, denso, entranable, insistente, el deseo de retornar a contravida al pueblo de mi ninez.
Junto con este deseo me estaba penetrando cierta amnesia sobre mi situacion. Experimentaba la sensacion de que una vida otra comenzaba para mi en este viaje. Ya no era un hombre del pueblo peregrino.
Era un viajero que regresaba al lar natal.
Un fugitivo, si, pero al mismo tiempo un desconocido envuelto en la sombra de un misterio al parecer impenetrable para los demas.
Me estaba acostumbrando a mi nueva identidad. Mi cara, mi aspecto, resistian bien los reactivos de las miradas mas linces.
El instinto profesional, infalible, de la ex pantalonera y ahora soplona, que me habia cosido los primeros pantalones largos, tampoco me habia reconocido, pese a la lupa de sus sospechas, a sus insidiosos interrogatorios, a la telepatia infecciosa de los hechos que suceden en un momento