ya no formara parte de lo que iba sucediendo un grano de arena rodando sobre la inmensa masa de la materia en movimiento.
3
Estaba por llegar el tren a la estacion de Iturbe-Manora. A lo lejos parpadeaba el farol de senales acercandose. La presencia del pueblo invisible acelero mis latidos.
En noches de luna se hubieran visto las casas, el campanario desmochado de la iglesia. Ahora el pueblo estaba enterrado en la oscuridad.
El fuego de la caldera no alumbraba sino el interior de la maquina y la cabeza rubia del maquinista que iba comiendo naranjas.
4
Con los ojos cerrados fui contando las casas que se escalonaban junto a la via ferrea. Iba nombrando en un susurro a los vecinos mas conocidos. No solo los nombraba. Los veia a todos y a cada uno, como a la luz del dia, en el recuerdo que, en los chicos, dura toda la vida.
Contemplaba las fachadas, las puertas, la gente sentada en las aceras. Iba senalandola con la mano Iba saludando a cada uno con el pensamiento.
Saque la cabeza por la ventanilla. Senti los ojos humedos como la vez en que me aleje del pueblo en este mismo tren.
La brisa me escarcho los parpados.
No iba a poder divisar en la oscuridad la gran curva de las vias que rodean la laguna de Piky.
Silveria Zarza habia dicho que habian cegado la laguna con un zocalo de marmol y levantado alli el templo de los evangelistas.
A la pantalonera y soplona no se le podia creer todo lo que inventaba.
Cuando el tren se detuvo, entre el chirriar de los frenos y el silencio de los pasajeros dormidos como muertos despues de la tercera noche en vela, me adelante hacia la salida en medio de bultos, atados y equipajes, jaulas con pajaros y perrillos ladradores, ahora dormidos como sus duenos.
Alguien, al pasar, me aferro la muneca con una fuerza fina y a la vez descomunal. Pense en Guido Saben, el mono lascivo de la soplona.
Toque la mano que me oprimia. Era una mano de mujer. La mano de Bersabe, humeda de ulceras todavia ardientes.
Adivine su rostro inflamado en la oscuridad. Solo veia el brillo de sus ojos. Y en esos ojos, el palpitar de su corazon que la muerte y la soledad habian macerado y roto para siempre.
Tiro de mi brazo, me hizo bajar la cabeza y me dio un largo beso que ardia en fiebre.
No podia entender ese gesto inexplicable. ?Queria significarme algo la muchacha muda? ?Retenerme? ?Agradecer a un hombre que la habia mirado con ternura? ?Despedirse de un condenado a muerte?
Me desprendi como pude de esa garra a la que la desgracia comunicaba tanta fuerza, tanta desesperacion.
Me escurri por el lado contrario a la estacion y me lance a las tinieblas.
5
Choque contra un vagon de carga descarrilado en una via muerta. Me recoste contra las chapas abolladas y me quede contemplando la sombra del tren perfilado por el reverbero del farol.
Oi al final los gritos del jefe de estacion. Reconoci la voz un poco gangosa de Maximo Florentin.
El toque de la cascada campana dio la senal de partida. El maquinista hizo sonar el silbato que quebro en anicos el silencio del pueblo.
El tren se puso en marcha. Lo vi alejarse con su herrumbroso estrepito. Los faros de la locomotora iban horadando la noche con sus haces amarillos.
Diminuto, arriscado, invisible, el tren parecia ahora inmenso. Tuve la impresion en ese momento de que la locomotora centenaria me recordaba vagamente a alguien.
No era un parecido fisico sino de destino. Pense en el hombrecito de edad indefinible. Mi maestro fue. Mi mejor amigo. Mi deudo inolvidable. Mi impagable deuda.
?No venia acaso a Manora a buscarle a el, a que me ensenara la ultima sabiduria? Un ser infimo, irrisorio, dotado de energia sobrehumana.
Un ser natural en lo sobrenatural.
Nacer otra vez tras las muertes sucesivas constituia el mayor poder del maestro.
No me iba a sorprender en absoluto saber que continuaba viviendo en su cabana lacustre. Verlo bajar como siempre de su bote al pie del taruma, su arbol protector, y caminar rumbo a la escuela en la mananita humeda de rocio, sin prisa, sin edad, erguido, oscuro, siempre el mismo y siempre diferente.
Con la muerte del maestro Cristaldo tambien Manora se perdio, desaparecio. Acaso solo se ha vuelto invisible, cansada, perseguida por la violencia, por la perversidad de los hombres.
La aldea muerta, al igual que el maestro, puede nacer otra vez.
Y cuando ella sea recobrada arraigara con tanta fuerza en el corazon de los iturbenos y de los manorenos, que no volvera a perderse. Nada podran contra ella la ambicion de poder, la discordia, la persecucion, la violencia.
El sol saldra a la misma hora para todos. Las noches recobraran el perfume de los antiguos tiempos. Las historias que habitan la memoria de los hombres, las mujeres y los ninos,